Congelados por Europa
Andrea Contenta, asesor de Asuntos Humanitarios de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Serbia, explica la desesperada situación de los refugiados en el país balcánico.
Andrea Contenta, asesor de Asuntos Humanitarios de MSF en Serbia
Llegué a Serbia a finales de verano. Por entonces, Serbia aún era considerado país de tránsito; había un flujo constante de gente entrando y saliendo a pesar del cierre oficial de la ruta de los Balcanes por parte de la Unión Europea. Casi todos viajaban guiados por los traficantes.
Al final del verano, la situación comenzó a cambiar. Parecía como si los países que se extendían a lo largo de la ruta de los Balcanes estuviesen intentando superarse unos a otros empleando métodos disuasivos cada vez más duros para intentar frenar el flujo de personas.
Al menos la mitad de los pacientes que tratábamos en nuestras clínicas en aquel momento sufrían lesiones relacionadas con la violencia. En algunos de los casos más graves, nos vimos obligados a referir pacientes al hospital para que recibieran tratamiento adicional. Las heridas que presentaban incluían mordeduras de perro, contusiones severas, exposición a gas pimienta y secuelas por el uso de pistolas eléctricas. Las personas a las que atendíamos nos contaban una y otra vez que esas heridas habían sido ocasionadas a lo largo de la ruta por parte de los diferentes cuerpos de seguridad fronterizos (incluido Frontex). Por desgracia, ni siquiera los niños estaban exentos de esta situación. Recuerdo un pequeño de dos años al que le habían rociado gas pimienta en la cara.
Cuatro meses después, los extremos métodos de disuasión continúan y ahora se combinan con uno de los inviernos más duros de los últimos años. La nieve llegó a Belgrado el 3 de enero. En ese momento había alrededor de 1.600 personas durmiendo al aire libre sin protección; se refugiaban en edificios abandonados como almacenes industriales y quemaban cualquier cosa para calentarse. Fue entonces cuando escuché que se habían encontrado los cuerpos sin vida de una joven mujer somalí al sur de Bulgaria y de dos hombres iraquíes en la frontera entre Turquía y Bulgaria. Los tres habían fallecido por congelación.
Refugiados cocinan en un almacén abandonado en Belgrado, Serbia ©Marko Drobnjakovic
El fin de semana pasado, las temperaturas alcanzaron hasta los 16 grados bajo cero y el número de migrantes y refugiados atrapados en Belgrado alcanzó los 2.000. Ahora está cubierta por 30 centímetros de nieve y ninguna de estas personas está vestida o equipada para este tiempo. En noviembre, las autoridades locales comenzaron a perseguir e intimidar a grupos de la sociedad civil, interrumpiendo al final su importante labor, como la distribución de ropa de abrigo.
Hace un par de días, hubo siete casos de congelación en Belgrado en 24 horas, lo que es mucho más grave de lo que parece. Literalmente, los daños generados por la congelación impiden que la sangre llegue a las extremidades, adormece los nervios y en los casos más graves solo puede ser tratado mediante la amputación ya que el tejido está muerto. Estoy seguro de que el número de casos de congelación será mucho mayor al final de la semana.
El invierno es un fenómeno natural que no podemos controlar, pero el verdadero problema es la falta de voluntad política para atender las necesidades inmediatas de estas personas vulnerables. Lo que estamos viendo es un fracaso de la Unión Europea (UE). La UE y los estados miembro han ignorado algo que es evidente: que sus políticas mal planificadas no han detenido el flujo de personas ni han proporcionado medios legales para que puedan viajar sin correr peligro.
Fingir que esta ruta está cerrada y que estas personas no existen no es la solución. Más allá de lo que cada uno pueda opinar acerca de su derecho a viajar hacia y por Europa, estas personas merecen ser tratadas como seres humanos, con dignidad. Y ahora mismo, no lo están haciendo.