A la maestra con cariño
O (miss) Milagros de octubre
La Miss Milagros quiso ser mi cómplice. Ella, profesora de Lenguaje y Ciencias Sociales, me había seleccionado para un concurso interescolar sobre Historia del Perú. Yo era feliz, tenía solo 11 años y quería despedirme de mi profesora favorita con un premio fuera de nuestros dominios. Después me dijo que también había sido elegido para el concurso de “números” pero le respondí que no quería saber nada de operaciones combinadas ni ecuaciones. Le pedí que peleara por mí, por nosotros, por ese pacto que teníamos en el nombre de esos primeros textos fascinantes que descubrí en sus clases. Lo intentó, se puso tan roja del solo fastidio como lo hacía cuando alguien se equivocaba con las tildes o signos de puntuación. No pudo. El sistema nos quiso arrollar pero yo les respondí a todos con un ‘05’. Quedé vergonzosamente eliminado en la primera fase de aquellas “olimpiadas matemáticas”. Creo que la ‘miss’ no aprobó mi rebeldía, fue difícil hablarle desde aquella vez. Hasta hoy no he logrado hacerlo.Aprendí a leer a los nueve años. Es decir, aprendí de verdad, con comprensión y pausas. Leer no es el acto mecánico para el cual nos entrenan a los cinco o a los seis en el “kínder”. “Leer es dibujar con la mirada esos cuerpos textuales que pueden mantenerte en estado de fascinación con su preciso compás y con su generosa estética”, me dijo alguna vez la imponente Miss Milagros. Ella me enseñó lo esencial, sobre todo el ritmo y las formalidades del lenguaje. Era muy cuidadosa, elegía buenos textos (sobre todo los relatos de Ribeyro y Valdelomar), tenía metodología y disfrutaba cuando sus poco ilustrados muchachos la sorprendían con un párrafo limpio de errores.
¿Alguien sabe dónde puedo encontrar a la Miss Milagros? Todavía la recuerdo espigada, de un metro ochenta, cabello castaño y larguísimo al mejor estilo de Daniela Romo. En sus ojos atentos y muy redondos comenzaba la intensidad de su comportamiento. Maestra histriónica, enfática, infalible, pura firmeza. Mujer didáctica, el discurso de las moralejas, las frases repetidas para los que no escucharon. Una vestimenta con camisas floreadas y faldas alargadas como “Alicia en el país de las maravillas”. Un look que se detuvo en el tiempo pero que, me cuentan, se actualizó años después (cuando la ‘miss’ se enamoró).
Nunca supe si era su alumno favorito, alucinaba con serlo, pero ella al final siempre elegía a otros. Era, quizá, su sanción moral a su alumno que se mostraba siempre fiel pero que echaba todo a perder por ser tan hiperactivo. No he registrado bien si su grito más desaforado fue por una coma mal puesta en mi cuaderno de Lenguaje o porque interrumpía a una compañera en plena declamación de “Piedra negra sobre piedra blanca” de Vallejo. “Compórtese, Canelo”, gritaba la Miss y yo la pensaba dándome un guiño algunos segundos después (a veces reía, no sé por qué).
No era atracción fatal, era admiración sin puntos suspensivos. La Miss Milagros, mi querida“miss”, no estaba para desfilar en pasarelas pero tenía las cualidades de “una mujer diferente”. Una incomprendida, un enigma, una máquina aplanadora que merecía ser descubierta. Me gustaba hablar con la Miss Milagros y sentir que alguien se daba el tiempo de pulir a los que no saben nada. En una clase de historia universal no olvidaré que la ‘miss’ diseñó la vestimenta en miniatura con cada una de las culturas precolombinas. No estaba obligada a hacerlo pero disfrutaba. Y nosotros con ella.
Sería genial encontrarme con la Miss Milagros casi quince años después de la última vez que nos vimos. Necesito hacer justicia en medio del desorden de mis referencias. Necesito decir que “ella fue”. Si me vuelven a preguntar por mi vocación o pasión (que es lo mismo pero más entregado) prometo darle todo el crédito a la señorita maestra. Prometo hablar de sus garabatos rojos en mi libreta de control, a sus permanentes críticas para no tropezar con una errata inmunda. Que aparezca en actas el aprendizaje acumulado entre cuarto y sexto grado de primaria. Ella me encaminó y abrió el primer libro.
Hace un par de años me enteré que la Miss Milagros ha vuelto a enseñar; se retiró un tiempo porque se dedicó a su primer hijo (la ‘miss’ ya es mamá). Ya no está en el colegio de Lince donde la conocí. Fue un gravísimo error dejarla ir. Tengo anotado el nombre de su posible destino laboral. Ojalá no haya cambiado, ojalá que siga tan incomprendida y diferente. Ojalá siga diseñando vestimentas y poniéndose de color carmín cuando sus alumnos se equivocan. Ojalá que cuando lea este post me jale de las patillas que casi no tengo para decirme: “Canelo, lamento decirte que no aprendiste nada”.
Después reirá.
¿Si te encuentras con tu ‘miss’ o con tu ‘profe’ qué es lo primero que le dirías? ¿Tuviste alguna profesora o profesor favorito en el colegio? ¿Tuviste relación de amor y odio con alguno de ellos? ¿Son los profesores escolares personajes abnegados e incomprendidos? ¿Recuerdas a los que te ‘jalaron’? ¿Te pusiste ‘faltoso’ con un profesor? ¿Te enamoraste de tu ‘miss’ o de tu ‘profe’? ¿Quién te lo enseñó todo?
[A pesar de lo insoportablemente cursi que pudo ser esta novela mexicana, nadie puede negar que la maestra Ximena, fue la ‘miss’ que muchos quisimos tener]
[Otra maestra memorable en la televisión de principios de los ochenta: la gran Jacinta Pichimahuida]
[Esta canción no tiene nada que ver con el tema pero es la que escuchaba mientras escribía este post: “Muchacha ojos de papel” de Luis Alberto Spinetta. Tranquilidad y nostalgia a placer]