E.T. y una historia sin fin
Y DESPUÉS DE LA PELÍCULA TE INVITO UNA ROYAL EN EL POP’S
Todos tenemos una primera toma, una referencia para decir “aquí comenzó todo”. En mi VHS interior, el cassette gira y deja de retroceder en el invierno de 1985. Allí aparezco de la mano de mis hermanos mayores saliendo hacia el cine Country para el estreno de “La Historia sin Fin”. Hace mucho frío pero veo que tengo chompas, capucha, guantes y mi overol de jean. La cola no es para asustarse (en esos tiempos había peores), estoy seguro que llegaremos a tiempo. Ya vamos a entrar y sigo con mi peor cara de cómo-terminé-estando-aquí. A esas salidas familiares podría decirse que yo solo asistía de ‘yapa’ (y siempre muy abrigado), pero en las dos horas siguientes lo que me esperaba era una cita a solas con el ecran. Cuando se apagaron las luces de ese viejo auditorio, un libro enorme se abrió para no cerrarse más. Allí estábamos los tres sentados, Pilar, Patricia y yo. Mi hermano Rafael se había quedado en casa deprimido por la patada de Julián Camino a Franco Navarro y el gol de Gareca en el Monumental de River Plate. Por eso me llevaron a mí. ¿Pero qué iba a entender un niño de cinco años sobre calabozos y dragones? ¿Qué nociones sobre las leyendas y los mitos podía tener alguien que ni en sueños sabía lo que era volar? En realidad no importaba, esa tarde descubrí un edén inmenso donde pude sembrar mi desatada imaginación. Un universo personal donde todo era posible y que despertó cuando vi “La Historia sin Fin”, una coproducción alemana-estadounidense que hoy es una película de culto para quienes fuimos niños o adolescentes a inicios de los ochenta. Mientras el pequeño Bastian leía, mientras el joven Atreyu peleaba, yo me unía y sentía que también podía ser un héroe.
Porque es muy fácil crear y viajar solo. Porque recuerdo a “La Historia sin Fin” y en vez de juguetear con Fito, mi hiperactivo perro, lo alucino elevándose por el cielo de Lima concediéndole un extraño parecido a Falcor, ese dragón de la suerte que muchos hasta hoy llaman “el perro blanco de la historia sin fin”. No hay límite cuando empiezas, y a los cinco años mi debilidad por la fantasía dio un imprevisto play de honor.
Para mis hermanos mayores, alguna vez fui una suerte de paquete inevitable. No podían dejarme solo en casa. Ellos recuerdan que cuando estrenaron E.T. asumieron en mí una repentina estimulación temprana al ver cómo elevaba el dedo cada vez que escuchaba el “iti fonjon”. Tuve que esperar una función especial un par de años después para entenderlo y sufrirlo todo. Porque de E.T. yo no rescato los efectos sino esa sensación de pérdida que me dejaron por mucho tiempo. El extraterrestre tenía que irse y ser testigo de ese gran acto de desprendimiento, fue lo que algunos podrían llamar mi primer final “no feliz”.
Me gustaba ir al cine Country de Lince, a pocas cuadras de mi querido Parque Ramón Castilla, porque siempre estaba vacío (incluso en Fiestas Patrias) y porque en el primer piso preparaban el mejor sándwich de pavo que haya podido conocer. Inmenso y bien sazonado, envuelo en papel manteca blanquirroja, tan grande como para ser cortado en dos. Y si no se te antojaba comer eso, podías caminar dos cuadras para encontrar con la mejor versión del Tip Top de la avenida Arenales. O te tomabas un taxi para ir al Bomb Beef o te dabas un salto por el Gloton’s.
A veces el Country, en otras el Ambassador o el cine Western (que se “especializaba” en dibujos del tipo “Bernardo y Bianca” o “He-Man”). Recuerdo esas exhibiciones matinales en el cine San Isidro o en el Real I o Real II. Si eras demasiado pequeño para E.T., quizá sí alcanzaste a “Los Goonies” o a “La Caravana de los Ewoks” a mediados de los años ochenta. Aquellas salas de cines de barrio, hoy recintos que fueron comprados para recuperar la fe perdida, se llenaban sin esperar el día del espectador (porque no tenían precio de multinacional) y, en Fiestas Patrias, era obligado programar el himno nacional antes de cada proyección. Pocas películas se salvaban de un documental como antesala y de los comerciales que finalizaban con un aviso que recordaba que estábamos en un lugar “de no fumar”.
Detengo otra vez ese VHS mental, que también puede ser un cuadrado Betamax, y me veo sonriente. Porque antes de cada película que vimos en la niñez había una promesa para cenar en la calle. ¿Las entradas que te regalaron radio Panamericana u 1160 eran para el cine San Borja? Tranquilidad, para eso, en el óvalo Higuereta estaba el Pop’s y una Hamburguesa Royal que competía con una versión mejorada en el Luciano’s Burguer. Los marcianos estaban de moda. E.T. lo había logrado.
A diferencia del tantas veces repetido E.T. “La Historia sin Fin” no tuvo muchos lanzamientos comerciales. Ni muñecos ni disfraces. Demasiada fantasía para tan poco merchandising. Esta producción solo nos dejó una canción interpretada por el andrógino Limahl, ese indefinido músico inglés que mezclaba a Fonzie y al entrañable David Bowie de “Laberinto”. Un ave rara de la música que no compró reacondicionador para su cabello y llegó en moto el día de la grabación del videoclip. Cuánto vanguardismo, cuánta innovación, cuántos gatos callejeros para armar semejante peinado.
Que suene otra vez Limahl y que despierten al Dragón de la suerte (al perro blanco). Que E.T. se quede en este planeta y que la máquina del tiempo de “Volver al Futuro” funcione también en reversa. Steven Spielberg creó a su alienígena cuando era niño porque necesitaba de un amigo imaginario, de grande solo lo perfeccionó y le dio forma. Por eso quizá sea buena seguir retrocediendo el VHS. Porque de niños, despues de ver la más fantástica de las películas, nos encerramos en algún sitio para abrir libros interminables e inventarlo todo de nuevo. Hoy hemos crecido demasiado como para intentar cerrar las páginas.
¿Cuál fue la película que más relación tiene con tu niñez? ¿Cuál fue tu escena o personaje favorito? ¿ET o La Caravana del valor de los Ewoks? ¿La Historia sin Fin o Los Goonies?
La palabra es de ustedes
[La emblemática escena de la bicicleta con la luna de fondo. Un momento cinematográfico que tranquilamente ingresa a las listas de insuperables]
[La película que yo prefiero (sobre todo por un tema de edad): La Historia sin Fin]
[Otra vez la canción de The Neverending History pero con la aparición estelar de Limahl. Este músico inglés sigue siendo de culto en países como Alemania]
[Algunas imágenes de Los goonies, de esta película se recuerda mucho la aparición musical de Cindy Lauper]
AVISO PARROQUIAL: Dentro de tres semanas será el concierto del Capitán Memo en la discoteca Vocé. Allí creo que será una bonita oportunidad para conocernos y, sobre todo, acordar cómo y dónde podemos hacer una reunión nostálgica para la gente del blog. El concierto es el 31 de mayo y el tiempo se pasará volando. En junio, por allí cerca nomás, ya este pequeño espacio cumple su primer aniversario. ¿Habrá que celebrarlo no? De momento los dejo con las imágenes del Capitán Memo que pude filmar para la web de este diario. A ver cómo quedamos. Abrazos y besos (según corresponda).
Entrevista con el Capitán Memo
Saludos del Capitán Memo a los lectores de este blog
EL NOSTÁLGICO DE LA SEMANA
[Sección infaltable y que esta vez tiene sabor nacional. Los inmortales Doltons y una canción que, hace unos diez años y ante unas 200 personas, sirvió para que mis amigos de Lince y yo decidamos no comenzar la carrera musical que soñábamos. Nos salió muy mal, en fin]
LO MÁS CURSI
[A pedido del público que leyó el post apenas salió y me reclamó haber omitido esta sección. Lo hice para darle espacio a los videos del Capitán Memo, pero me he dado cuenta que Lo Más Cursi se está convirtiendo en un verdadero clásico. Espero que estemos a tiempo de reponer el daño, esta semana nos acompaña Debbie Gibson y su melosísimo "Lost in your eyes". Pueden corear, no se repriman]
El Joven Nostálgico y el Facebook: http://www.facebook.com/groups.php?ref=sb&nectar_impid=0625bed0b2cf3bcfe321b7e6ede3d795&nectar_navimpid=0625bed0b2cf3bcfe321b7e6ede3d795&nctrct=1241568081328#/group.php?gid=41906902077