El Parque de los recuerdos
A propósito de la destrucción en el parque de los Bomberos de Lince (el que fue mi distrito por 20 años), los dejo con esta reflexión sobre lo que fueron los parques de nuestra infancia. Todos en peligrosa vía de extinción
[Foto cortesía de mi amiga Julia Gamarra, una prócer en ese día del "secuestro" a mi querido parque]
En la dimensión desconocida (pero nunca tan bien querida) de mis sueños y recuerdos te has convertido en el más vil de los intrusos. En ese cosmos de dibujo animado, en ese Disneyworld personal, eres el brujo malo, el hermanastro, el desalmado lobo feroz. No estuve cuando decapitaron al Bombero de mi Parque de los Bomberos pero sí que me dolió allí adentro. Ese machetazo sin remordimiento del empleado de construcción me hirió en el mismísimo centro del corazón. Y así fue como un alcalde con apellido de Príncipe no necesitó hechizo para convertirse en el ogro más infeliz.
Tuve un parque a pocas de mi casa. Nací en Lince así que nací rodeado. Caminaba rumbo a San Isidro y para cruzar la frontera llegaba hasta el enorme parque Castilla, me animaba a pasear por Jesús María y antes se aparecía el parque Próceres (donde curiosamente presenté el libro del blog), y al final, rumbo a San Felipe, practicaba mis inicios en el alpinismo tratando de escalar el muro del Parque de los Bomberos.
Era un monumento construido –y ahora lo describo como si fuera un animal extinto porque el alcalde mandó a romperlo todo- con un concreto resbaloso, en formas de pequeñas resbaladeras se imponía una construcción que tenía al bombero rojo como símbolo no solo de un colectivo de ayuda social invalorable sino también era un símbolo del orgullo de un distrito. Si Buenos Aires tenía su Obelisco, en Lince teníamos al monumento del Parque de los Bomberos.
¿Cuál fue tu parque de infancia? ¿También te decapitaron la niñez derrumbando los espacios donde alguna vez jugaste a las chapadas (léase esto como mejor convenga) o a las escondidas? A mí me asesinaron al parque hace pocos días. Un ejército de hombres de hierro ingresaron, golpearon a todos, sin que ellos les hagan nada. Como diría Vallejo, les pegaron con un palo (y duro).
Me jode que en el distrito donde crecí siempre salgan elegidos autoridades con el criterio urbano distorsionado. Seguro eran fanáticos de los Saicos (que también eran linceños) y por eso solo se dedican a demoler-demoler-demoler. Cada vez menos parques. Parece que a los alcaldes también les gusta Héctor Lavoe y quieren convertirlo todo en una selva de cemento.
Pasé días en El Olívar también, cuando en mi colegio nos inscribieron en la Biblioteca de San Isidro. Y hasta hoy siempre regreso una vez por semana (nunca le avisa a nadie cuando, porque hay gustos que solo funcionan en versión solista) para leer durante horas mientras veo pasar parejas, abuelos que caminan perdonando al viento, perros felices y algunos escolares que decidieron hacer picnir en lugar de asistir a sus clases de geografía.
Besé y fumé un cigarro por primera vez en el Castilla. Cuando me rompieron el corazón (hace unos cuatro años) mejor amigo me encontró en una banca del Bomberos, me lanzó una soga convertida en frase de alienta y me sacó del más deprimido de los subsuelos. ¿Por qué derrumban todo? ¿Por qué no preguntaron antes?
Esos verdes eran los rincones de un mundo de fantasía con héroes y villanos. Micromundos donde solo había lugar para el final feliz. Por eso me gustaba siempre volver. Sentado en esas bancas de parque me encontraba con el niño que abandoné hace más de veinte años. Ahora ya no podré encontrarlo. Unos hombres malvados, de un soberano machetazo, le cortaron la cabeza. Lo mataron.
¿Cuál fue el parque de tu infancia? ¿También te dolió como a mí que destruyan al Parque de los Bomberos? ¿Tu parque también fue destruido o intervenido? Cuéntame tu historia (la palabra es de ustedes)
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