Reseña de Judas Priest - Firepower - Sony Music - 2018
Y como a estas alturas ya todo verdadero headbanger debe saber, el último trabajo de Judas Priest, Firepower ya está disponible y es sencillamente una obra de gran nivel. Muchos temores se cernían sobre este disco, en primer lugar, los anteriores discos de Priest, más allá de ciertos riesgos tomados eran, en general, decepcionantes, sobre todo el antecesor inmediato, Redeemer of Souls, un disco insípido y olvidable, pese a su innegable ortodoxia. Además que para nadie es un secreto que la voz de Rob Halford tiene sus buenos y malos ratos, siendo muy frecuentes los malos. A eso se añade la pérdida ya parece que definitiva de KK Downing y finalmente las noticias del parkinson de Tipton creaban un ambiente sombrío en general.
Pues los temores quedaron hechos papilla ante la violencia, velocidad y precisión de Firepower. Un disco que, tras una muy mediocre portada (la más anodina creada por el chileno Claudia Bergamin, en general un artista acertado), se presenta la colección de himnos metálicos más pareja y sólida ofrecida por Priest desde Painkiller, casi 30 años atrás.
Se trata de un repertorio extenso, 14 temas no es poco sobre todo en una época en la que la abundancia de música hace que las bandas opten por menos cortes por disco (menos tiempo disponible de atención por parte de la gente). Algo que muchas veces los orilla a ofrecer ediciones especiales con temas extra (4 o hasta 5) que uno no entiende por qué son extras, pues suelen ser del mismo nivel que los ofrecidos en el álbum oficial. Sin embargo cabe decir que en esta ocasión concreta ninguno está demás, ni un corte sale sobrando y que tras cada uno de ellos, el metalhead queda ansiando oír el que sigue, por lo que ha sido un acierto incluirlos todos.
La mayor virtud de este álbum es su frescura y desvergüenza al ofrecer sin complejos temas de heavy/speed metal tradicional, el sonido clásico de Priest con algunos toques modernos, sobre todo en el plano rítmico, pero que no se oyen avejentados en lo más mínimo ni pasados de moda ni como piezas de vintage sonoro, no. Se oyen como clásicos instantáneos, temas ya intemporales apenas salidos a la calle. Aunque aún habrá que ver como se asientan al lado de los clásicos de siempre.
La música de Priest siempre tuvo dos atracciones principales, la primera, la voz aguda y versátil de Rob Halford y la segunda, el dúo de guitarras de Tipton y Downing que esgrimían el sonido clásico del heavy metal, apabullante y veloz, mayestáticamente técnico. Si en Redeemer of Souls, sin Downing, el doble problema fue que Halford se oía forzado a dar lo que no podía, y que las guitarras se escuchaban cansadas, formulaicas y en consecuencia anodinas; en este caso, al menos en el sonido de estudio, ambos han quedado superados. La voz de Halford da lo que tiene que dar y que sabe usar recursos para reforzar lo que ya cuesta y las guitarras se oyen frescas, vibrantes, ágiles, ingeniosas y ambiciosas. Faulkner ha podido dar con la forma de acoplarse al sonido de Priest y reinterpretarlos en su estilo melódico. Supuestamente la otra guitarra la ha grabado Tipton, pero a mí me parece que en realidad hay mucho de Andy Sneap(productor) en el disco, quizás la mayor parte de la grabación pero sin acreditar. Sabemos que el hombre es un notable guitarrista con años de experiencia en la banda inglesa de thrash Sabbat en los 80 y luego en el siglo XXI con los extraordinarios Hell en la actualidad en un estilo muy cercano al de Priest. Pruebas ahora no tengo, pero algo me dice que con el tiempo se sabrá sobre cuánto aportó al disco, no en balde lo tendremos en la gira mundial en lugar de Tipton. Como sea, las guitarras se oyen espectaculares.
En el plano rítmico, los Priest siempre fueron muy tradicionales, más incluso que Maiden o Queensryche, pero en esta ocasión se siente a un Travis lleno de energía y velocidad, muy speed thrash por momentos lo que le ha permitido una enorme agilidad en los temas, así como cambios interesantes que hacen que el oyente se confirme en su verdadera fe.
Los temas se mueven por un amplio espectro de lo que históricamente ha sido Priest. Los hay veloces como el tema que abre el disco, Firepower, o melódicos y pesados como Evil Never Dies, los que parecen himnos a los 80 como Never the Heroes, o la gigantes pieza heavy doom Children of The Sun; de hecho la calidad e interés de los temas aumenta a partir del sexto track. Lone Wolf es como una pieza del Jugulator bien jugada y se impone por supuesto un medio tiempo como Rising from Ruins, que incluye los solos más impactantes de los últimos años. No Surrenders, con su planteamiento rock and heavy, casi sleaze, y Traitor’s Gaite, con su esencia NWOBHM no se quedan atrás.
Finalmente ¿cómo valorar este trabajo en función de la trayectoria de la banda? El entusiasmo de uno como metalero no tiene límites al escuchar buenos temas de estilo clásico, sin embargo es evidente que Priest ya abandonó todo intento y búsqueda de renovación. Ya probó lo conceptual con Nostradamus, no ha ido ya por ahí (mejor), ya lo intentó con le groove metal con un par de discos (uno de ellos el peor de su carrera), pero está visto que asumir riesgos en el siglo XXI no es ya lo suyo. Ahora toca asumir su rol de dioses del olimpo del metal, no hay nada más que hacer.