El día que Arguedas regresó a su pueblo entre bailes y cánticos
El escritor José María Arguedas nació en Andahuaylas (Apurímac) en 1911 y murió en Lima, de propia mano, en 1969. Su narrativa incluye las novelas ‘Yawar fiesta’, ‘Los ríos profundos’, ‘Todas las sangres’, ‘El sexto’ y ‘El zorro de arriba y el zorro de abajo’. Fue enterrado en Lima, en el cementerio El Ángel. Luego de 35 años de fallecido regresó a Andahuaylas. Con la oposición de su viuda, los admiradores cargaron igual con lo que quedaba de Arguedas. Lo que debió ser la historia de un reencuentro, terminó algo triste, como cuando algo no termina de convencernos.
Durante cuatro años (desde el 2000), los paisanos de Arguedas habían realizado numerosas gestiones para recuperar los restos mortales de Arguedas. Lo hicieron en el Instituto Nacional de Cultura (INC), el Ministerio de Salud y la Beneficencia Pública de Lima, entre otros lugares.
Hasta que llegó el 2004. Enero empezó con pasacalles en la capital. Distintos centros sociales y culturales andahuaylinos pedían a las autoridades del Gobierno que, en lugar de la estatua del conquistador Francisco Pizarro en la actual Plaza Perú -al costado del Palacio de Gobierno-, se ubicara una imagen del escritor.
El pueblo amante de Arguedas -lector o no lector, eso era lo de menos- pedía que los restos del escritor de ‘Los ríos profundos’ (1958) sean traslados a su tierra natal, en la sierra sur peruana. Contaban para sus pretensiones con un argumento comparativo muy poderoso: el 26 de junio de ese año fueron exhumados los restos de Jorge Basadre y de su esposa Isabel Ayulo, para ser trasladados al día siguiente del cementerio limeño El Ángel al de Tacna, ciudad que lo vio nacer. Basadre fue enterrado el 29 de junio.
En el caso de Basadre fue su propia familia la que solicitó expresamente el cambio de cementerio, en base a lo manifestado en vida por el propio historiador.
Arguedas, el otro retorno
El otro traslado esperado era de Arguedas. Los restos abandonaron el 25 de junio el cementerio El Ángel. Era el primer paso. En su tierra, habían preparado un mausoleo especialmente para recibir los restos.
No obstante, a diferencia de Basadre, el deseo de cambiar de reposo provino de la comunidad andahuaylina y de su hermana Nelly Arguedas. Quizás por ese motivo las cosas no transcurrieron de manera tranquila.
La exhumación se realizó sin el consentimiento de su viuda, la chilena -nacionalizada peruana- Sybila Arredondo, quien luego de pasar 15 años en prisión había salido libre el 2003 y vivía en Chile. Lo que sí tenía era la venia de algunos familiares y, sobre todo, la presión de los miembros del Club Provincial Andahuaylas, quienes insistieron en el cambio.
Arredondo había escrito una carta a Marcial Gutiérrez, presidente del club andahuaylino, el 24 noviembre del 2003; es decir, siete meses antes, donde expresaba su rechazo a la exhumación de los restos del autor de ‘Todas las sangres’ (1964).
La justificación del club fue que contaban con el apoyo de Nelly Arguedas y el permiso de la Beneficencia Pública de Lima. La seguridad era otro argumento: la tumba, según ellos, corría peligro en Lima.
La hermana de José María explicó que en vida este le dijo que su deseo era ser enterrado en Andahuaylas. Ante la polémica legal, por varios días el féretro del narrador peruano estuvo depositado en una desconocida agencia funeraria limeña.
Hasta que por fin se logró el traslado el 29 de junio de ese año, con la idea de ser enterrado en Andahuaylas el 5 de julio, ya que se esperaban grandes festejos y homenajes a los restos mortales del escritor. Eran las 6.10 pm, cuando el féretro pisó la tierra natal de Arguedas.
En un último recurso, Sybila pidió -por medio de su hija Carolina Teillier- que el cuerpo de su ex esposo sea devuelto a Lima tras los homenajes locales. Si no lo hacían así, amenazaba con iniciar acciones legales en contra de los “profanadores”.
Lo legal versus los deseos del pueblo
La discusión, entonces, se centró en el derecho a trasladar los restos mortales del narrador. Sin duda, si se sigue la lógica de sucesión, este derecho es de la esposa e hijos si hubiera. Por eso la razón le asistía a su viuda. Incluso los que estaban de acuerdo con que los restos descansaran en Andahuaylas criticaron la forma en que se hizo el trámite.
El traslado prácticamente se realizó como si fuera una carga más. Esa no era la manera más adecuada. Pero igual lo hicieron. El 1 de julio de ese año, mientras en Lima la Octava Fiscalía Penal iniciaba una investigación de oficio por la exhumación de los restos, en Andahuaylas se realizaba en el salón de actos de la municipalidad un homenaje-velatorio, en cuerpo presente.
Había autoridades, artistas, escolares, músicos, el pueblo en general, quienes no paraban de avivar, de vez en cuando, con frases como “¡José María Arguedas, presente!” o “¡El Amauta no se va!”, en un acto que se prolongaría el 5 de julio. Ese día fue el entierro. Un día antes, sin embargo, se realizó el paseo del pequeño ataúd por las calles aledañas a la plaza de armas. Era un triunfo haberlo traído de Lima, así lo sentían aquellos hombres, mujeres y niños paisanos del escritor.
En un acto de desafío, Julio Huaraca, el entonces alcalde provincial declaró que él asumiría la responsabilidad por este hecho, y no permitiría el regreso a Lima de lo que quedó de Arguedas “así haya una resolución judicial de por medio”.
Ese lunes 5 de julio fue declarado en Andahuaylas “feriado no laborable”. Todos podían ir a ver el regreso del padre. Ese día salió un sol esplendoroso, y las orquestas y comparsas no dejaban de vibrar en el espíritu arguediano.
La verdad, sin embargo, es que se cumplió un deseo no de los más allegados al escritor sino de los admiradores andahuaylinos, quienes tomaron el asunto como un tema de honor regional. Construyeron un mausoleo decorado con motivos de todas sus obras. Seguramente muy admirable.
Pero lo que no debieron y deberán olvidar los reivindicadores del también antropólogo es que son sus libros los que deben desenterrar para leerlos. Como seguramente hubiese querido el gran poeta que fue José María Arguedas.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo El Comercio
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