Cambio de mundo
Confieso que una buena porción de mi vida la pasé entre libros de Derecho y códigos, trazando las letras de libros muy distantes de la creación literaria. Devine primero en poeta y por exploración empecé a tantear el camino de la narración. Azaroso el trajín de inventar historias y muy peligroso.
Según el profesor X la exposición puede devenir en una carnicería chavetera o lo que es peor (sí, bastante peor) en la indiferencia absoluta. Siempre he creído que la mayor de las miserias humanas es la soledad o el desamor y que existen puentes rotos entre los hombres o, por lo menos, puentes que nunca nos atrevemos a cruzar. Un escritor puede palpar esta soledad en el silencio frente a su obra y hay que estar preparado. La literatura requiere de una formación emocional que curta frente a la desolación.
Quizás esta conciencia de la derrota por anticipado influyó en que mi manuscrito de novela de 300 páginas se redujera a 200 y que luego fuera desestimado. Fue cuando volví atrás mis pasos para reempezarla desde la página 20. Quizás fue mi vocación de advenedizo. Solo la inexperiencia nos impele a construir con prisa más que con oficio para ser derribados al primer ventarrón. Pero nunca es tarde para dotarse de la técnica. Cuenta Umberto Eco (1932) que en 1978, él, ya un afamado semiólogo, atravesó el Rubicón para enfrascarse en una novela. Confiesa que una amiga que trabajaba para un editor lo convocó en una suerte de casting de filósofos, sociólogos, politólogos que quisieran tentar la elaboración de una novela.
Él lo narra en “Confesiones de un joven novelista”. Lo de “joven” es una ironía del italiano que iniciaba su odisea literaria traspuesto el umbral de los 40 y estando satisfecho y realizado como filósofo y semiótico. Pensó en una novela negra ambientada en un monasterio medieval y reunió todo el material que tenía sobre el tema. Fue más lejos y en “El nombre de la rosa” trazó el plano de la abadía. Todo tenía que ser tan real y creíble como la Historia. Claro que a Eco le fue bien desde su bautizo editorial y yo me enfrentaba a la incertidumbre.
El profesor X insistía en que el primer paso para construir aquella novela era desflemarme de mis complejos, de esa sutil sensibilidad que me trizaba como a un vaso frente a la indiferencia, sorber de un poco de cinismo y nunca aguardar nada de nadie. Sí, de nadie. La flema es una condición que nos prepara bien para las tempestades. Me dijo que si no endurecía mi piel me dedicara a otros asuntos.
Fue cuando resolví dar un paso determinante y primigenio en lo que resolví en llamar “mi educación sentimental”…