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El profesor X me recibió con cierta incomodidad aquella mañana. Había llegado tarde y, peor, desafiado su autoridad al no leer el material sobre “La verosimilitud en la novela”. Sabía de mis desazones y que ellas interrumpían mi crecimiento como narrador.
“La educación sentimental es un tema de niños”, dijo y con severidad me conminó a abandonar aquellos temores que me impedían escribir y, más aún, a publicar. “Lo único que tienes por hacer es publicar casi como un imperativo personal, convertirte en una fábrica de historias, sin reparar quién te lee o quién te critica o quién no te lee. Solo producir, publicar, difundir, producir, publicar, difundir…seguir el proceso sin mirar a los lados”.
Entendí que cuando la literatura se convierte en un compromiso creativo, al margen de los diversos pareceres sobre la obra, compromiso a secas, la crítica o el silencio pierden peso. Ser un obrero literario era la fórmula, pues al ser tal la obra se escapa de nuestras manos una vez tornada en libro. Entonces nos olvidamos y empezamos a planear la obra que sigue.
El profesor frunció el ceño y me miró de soslayo, esperando que dejara sobre la mesa el material del día. “Algunos parecen distraerse en bagatelas. Para ser escritor no hay que ser cobardes. Para los que han traído la lectura, sabrán que ninguna novela merece leerse sin un pacto previo entre el autor y el lector, el pacto de la verosimilitud. De eso es de lo que hablaremos en la siguiente hora, tras lo cual escribirán un cuento que hasta ustedes mismos se lo crean. Quien narra no miente, crea y, por tanto, extiende su existencia. Es como construir una terraza en la casa. No hay engaños, hay nuevas realidades que surgen, por eso la vida del narrador es más completa y extensa, como será la de aquel que lo lea. La novela añade nuevos espacios a la casa…”
Aquella mañana comprendí que el temor era una resistencia inútil y que extender mi monocroma y limitada existencia (como quien añade nuevos espacios a la casa) requería de algunos recursos crativos, crear historias, vivir en ellas, devorar el mundo que no me tocó pero que la imaginación puede diseñar y plasmar como una materia que trasciende al papel.
Fue así que me propuse, por fin, darle letras y capítulos a una novela que me había empecinado en abandonar. El reto era ahora buscar el tema.