Viejas historias
En realidad, mi viejo manuscrito de novela trataba sobre una rabiosa y atronadora relación entre un hombre y una mujer. Algunas escenas se desarrollaban en la cocina, entre tomates y ajíes, aceites y frutas frescas y húmedas. El erotismo y la gastronomía, vinculados, me parecían una forma de expresar el apetito humano, ese apetito que conjuga bien con el arte.
Desistí, pero me impuse la tarea de indagar nuevos temas sobre la base de mi experiencia. Recordaba aquel viaje a Bogotá hace algunos años, cuando en medio de los truenos de la noche lluviosa, me extravié. Tenía fiebre, pero debía buscar un obsequio en una galería que quedaba casi del otro lado de la ciudad.
Di a parar a un laberinto de casas que parecían perderse en el infinito. Dos sujetos me acorralaron para golpearme con unas cañas que no pude eludir. Devolví el golpe y apenas pude huí. Me vi muerto por la boca humeante de un arma. La historia sigue, podría dar forma a un cuento. Pese a que fue real, carecía de verosimilitud. A veces, la realidad es más difícil de creer que las invenciones. La historia de un asalto que culmina en un hospital con los nudillos morados y un tobillo adolorido no es de creer. Aunque logré huir, no pude esquivar la sensación de ser perseguido desde aquel día.
Recordé también al buen D, a quien hallaron muerto al pie del reloj del Parque Universitario. Había intentado defender a mi abuela de los arrebatos de Don J. Mi abuela eludió al viejo, pero D intervino con más imprudencia que heroismo. Por los golpes que el viejo recibió, D dio a parar a una prisión. Le llevé frutas y seguí su caso por unos meses hasta que la agenda me ahogó.
Supe más tarde que se enfermó, que no tenía fuerzas para morirse, que la tuberculosis minó su organismo. Ya era tarde. La última vez que lo vi fue envuelto por ese gentío que observaba su cadáver. El Fiscal llegó varias horas después y pude observarlo bien, con ese bostezo congelado y mortal. La compasión no debe reservar treguas. No. Según el profesor X, esta historia tampoco era creible. La verosimilitud…
Esas historias y otras más (que prometo narrar tal cual ocurrieron), unidas como piezas de relojería, deberían dar forma a mi historia. No es el realismo mágico el que les dio contenido, sino la vida y sus extrañas lógicas.
Pero ¿Cuál era el argumento? ¿Cuál la línea a seguir? ¿Cuál el antagonismo? Las novelas no son remaches de nuestra memoria partida, son obras de ingeniería, decía el profesor X. Me faltaba aún la experiencia mayor, aquel evento que le diera el cimiento a mi historia. Solo debía recordar…