Al límite
Toda novela debe contener peligros, dice Lucas. La catarsis, el goce de sentir que estás a salvo mientras lees que un personaje puede morir es indescriptible. Me sugiere que piense en los peligros que le han dado picante a mi vida (¿?).
Le menciono algunos, como:
1. Aquella propensión a mis nueve o diez años de bajar raudo la bajada de Marbella en bicicleta y frenar al borde del abismo hasta resbalar muy cerca o, por esos años, desplazarme entre balcones viejos de un segundo piso, recorriendo las cornisas (No le cuenten a mi madre).
2. Aquel acontecimiento a mis veinte cuando muy cerca de la Universidad me asaltaron con un cuchillo y resistí corajudamente hasta vencer. Malhumorado por un contratiempo, me di el lujo de golpear y hacer correr al maleante. Revolver de por medio pude haber muerto aquella vez. Hoy no sería de corajudo (reste letras). Son los tiempos.
3. Cuando me zambullí demasiado lejos en aquella playa del sur y me arrastró la corriente y de suerte alguien descubrió que me iba, sí, que me iba…mientras ya me bebía el mar hasta hinchar mis pulmones…
4. El ruido extraño en aquel avión y el descenso brusco, veloz, vertiginoso, entre chirridos y gritos alrededor. Me encantan los trenes desde entonces.
5. Un segundo asalto, botella en mano. Sí, el malhechor tomando de rehén a un amigo con una botella rota y yo salvándole el pellejo entregándome y negociando su liberación para luego salir corriendo patada entre los muslos de por medio.
6. Atragantamiento a solas por dos pedazos de carne unidos por un hilo que solo logré romper atragantándome con una garrafa de agua mientras me asfixiaba. Ya sé lo que es amoratarse y ver el mundo en negro. Si se rompió el hilo de carne y no morí con el agua acumulada en mi garganta fue de milagro.
7. Vuelo de cuatro metros cuando una rauda bicicleta me atropelló y disparó mi cuerpo por el aire mientras el ciclista volaba, a su vez, por la capota de un autómovil. Me rompí el brazo y…segundo peligro: con un solo brazo defenderme del furibundo sujeto…
8. Valerosa y muy juvenil manera de atraer alguna mirada, sea por un salto de paracaídas o…mejor lo dejo allí.
Hay más, pero para Lucas, en aquellos peligros no hay un solo hecho que sirva para la leyenda. Son peligros sí, pero…Lucas quería dragones y sicarios, catástrofes y monstruos marinos. No soy Ian Fleming ni me propongo escribir alguna de sus novelas, le digo. He saltado en paracaídas antes de ser secuestrado por la acrofobia y he confrontado con más riesgos, pero…No, definitivamente no soy Simbad ni Sandokán. Mi protagonista en la novela no enfrenta más peligros que el de la maledicencia de su antagonista.
Comencé a preguntarme si vivir peligrosamente es una condición para escribir una buena historia. Siempre pensé lo contrario, vivir entre límites marcados y con sosiego es la condición para elaborar una novela intensa porque el escritor pretende vivir las vidas que nunca vivió ni acaso vivirá. Solo le queda imaginar e imaginar con el estimulo de la imposibilidad y la lejanía. Puedo ser D’Artagnan desde mi cama o tan perverso como Ricardo III en el drama, desde los reductos de mi relativa bondad.
Nada mejor para novelar que vivir a salvo. Asumo que Hemingway diría lo contrario.