El sabio errado
Agustín no era precisamente el sabio de Hipona. Muy por el contrario estaba tan centrado en el análisis que su materia gris era la máquina que explicaba el origen del universo. Había estudiado física y a partir de ella la soberbia lo había envanecido a tal punto que la humildad socrática le parecía una necedad.
Fue él quien me llevó a las lecturas de Russell y a abrazar el agnosticismo como una fe. Con él conocí la improbabilidad del conocimiento cierto desde la metafísica (en base a Kant). Un día Agustín elaboró un manifiesto a la razón y me aseguró que en la nueva religión del racionalismo absoluto todas las respuestas estaban dadas por su portentoso intelecto.
Cuando volví a la fe le dije que “un huracán no construye una casa”, pero resolvió que yo era un creacionista que se comía al dedillo el cuento de Adán, Eva y la manzana. Le repliqué que no soy dado a las leyendas y que no había contradicción entre la inteligencia creadora universal (llámalo Dios) y la evolución darwinista. La creación era un proceso (lento en el contexto del tiempo universal), pero era un proceso orientado al cosmos y no al caos. Aún en la ingeniería de una sencilla flor existía un mecanismo complejo y secuencial, una extraña sumatoria de causas y efectos difíciles de entender desde el azar. No es posible dilucidar la lógica del orden desde el caos sin un ordenador. La inteligencia, desde luego, precede al orden (al margen de la velocidad con la que éste se forme y perfeccione).
Me acusó de haber pasado por alto la teoría del big bang y la física cuántica . ¿Una explosión cuántica con poderosos efectos creadores?
Admito, sí, que la física cuántica me deja perplejo, me estremece por la existencia del caos a nivel sub atómico, allí donde dos más dos no es necesariamente cuatro y donde una partícula puede estar en dos lugares a la vez…hasta que la mente lo ordena todo ¿Es así?. En efecto, en la experimentación realizada, solo la mirada del observador logra que en este plano dos más dos sea cuatro y la causalidad se haga manifiesta.
Esta física ha sido el centro de mis preocupaciones desde años atrás y tanto que he examinado y procesado pacientemente sus experimentos. No abundaré en detalles, pero con los años he descubierto que es precisamente esta ciencia la que nos podría descubrir la existencia del alma, su sutileza y sus potencialidades, pero sobre todo el posible poder de la mente humana para ordenar y transformar el universo, comenzando por el suyo propio. Aquello de La ley de atracción parece un juego marketero, pero…
Sé que es difícil de entender, pero puedo asegurar que la ciencia, el conocimiento, la experiencia, la razón y la lógica no me alejaron de Dios ni del alma, pero tampoco de la fe en la esencia divina de nuestro propio ser. No había una contradicción en sustancia sino una complementariedad.
Lo curioso es que aun en la fe, la mía era una perplejidad, pero la de Agustín era una convicción cerrada. Finalmente, el agnosticismo o el ateísmo materialista (y más este), ante la falta de pruebas fundamentales, no son sino una forma de fe. El materialismo es fe. Los que atacan la fe, tienen fe. Nada menos.
Agustín no gustaba de mis opiniones y solía acusar a la religión de las históricas persecuciones que tenemos noticias. Parece que su vocación por la Historia como disciplina era incompleta porque los creyentes han sido precisamente los más perseguidos de esa historia que Agustín sesga doblegado por sus prejuicios. Agustín viene escribiendo una novela sobre Galileo.
Pienso en estos temas ahora que X me ayuda a introducir en la novela a un inquisidor del siglo XXI, no un sacerdote sino un hombre cargado de convicciones pese a su racionalismo, pero que logra introducirse en la política desde el anarquismo. Persigue a las minorías y cree que la ciencia puede fundamentar la superioridad de una raza, de un género o una nación. Seduce ideológicamente a Diego Carranza, el protagonista, lo convence de una ideología que da por llamar “suprarrealismo”. Lo demás lo podrá leer en aquella novela que en diciembre verá la luz.