Lo que es importante
Bien me decía mi padre que mientras más pase el tiempo la banalidad será la joya de la corona. Nunca entendí bien hasta que reparé en la importancia que van adquiriendo ciertos personajes en desmedro de otros o ciertos mensajes en desmedro de otros.
Esta no es la república platónica, decía también el viejo, socavando mi fe en el futuro y en la gente. Sí, como en la frase de Valery (Cementerio marino), “el futuro no es lo que era”. Cuando leo sobre la importancia y fama de la movida intelectual de los 30 o 50 en el Perú, asumo que algo se hizo mal para que la fama haya pasado de Valdelomar o Chocano a H, mujer que deslumbra por su escote arrobador en las pasarelas madrileñas o por K, hombre que ensaya gags sin gracia y morisquetas sin elaboración.
Juan, un amigo del taller, fue otro de los que dejó los territorios de la literatura cuando la bella y afamada Pietra Cellini batió records de ventas por su novela “La Fuente”, que suena a algo así como “El manantial”, de Ayn Rand, pero que dista de serlo en la forma y en el fondo, tanto como en la profundidad. No es novedad, como no lo es que la voz de los intelectuales no trascienda sino en su círculo. “Debiste nacer en el umbral del siglo XX”, me dice el buen amigo. Ignoro si le falta razón.
Juan dice que primero estudiará locución, actuación y luego retomará el camino de la literatura, primero lo primero. Desde luego, sigo sin entender aquel extraño orden. Quizás todo ese cúmulo de experiencias ejerció su influencia sobre mí para dudar de algunos de mis propósitos. Desde allí no aspiro a nada en particular ni espero nada de nadie (sino de muy pocos) ni me inquieta “llegar a ser”, no tengo porque tener en agenda ser un reputado escritor, ni siquiera un señor congresista ni presidente de institución, provincia o país. Mi única aspiración es vivir y pasar bien el día, sí, bien el día, así a secas. Y, desde luego, escribir y leer, escribir y leer, que es la forma especial de “pasarla bien”. Carpe Diem (Horacio), apenas eso. No hay manera de derrotar al mundo ni el peculiar gusto o preferencia de la gente.
“¿Te imaginas a Vallejo como cantor populachero como paso previo a su fama como vate?”, me pregunta Juan. Le respondo que No, que Vallejo precede a la sociedad del espectáculo, al mundillo de la fama que prescinde del talento. “Imagina, cuando Yerovi recibió aquel balazo en la puerta de La Prensa aquella noche infernal, medio Lima salió a su encuentro. Era su poeta. ¿Te imaginas hoy?”.
Juan estudia locución y actuación. Quizás no llegué a ser no más que Juan o “Juan apenas” en una ciudad en la que todos pulsan y trajinan por aparecer.