El miedo al placer (en el arte y en la vida)
Escribía hace unos días sobre la poesía erótica y el coraje de algunos creadores para reportar en su arte lo que es natural y provechoso, lo que enriquece la vida y le da dinámica e intensidad, movimiento y, por tanto, vida y vida plena.
Algunos poetas pueden disfrazar con metáforas excesivas lo que son miembros entrelazados o cuerpos que se encuentran en una vorágine de fuego cuya cumbre puede llegar a ser excelsa. El placer tiene, cuando no es prosaico, maquinal, rutinario, una significación mayor a la que se le suele dar. Alguna vez escribí un ensayo novelado sobre este particular (tituló primero: “Los seis ensayos sobre el placer”) y llevándole la contraria a quienes creen en la dosificación del goce o la disciplina de la sensación (que carece de disciplina, precisamente) abrí el abanico de posibilidades a una plenitud que solo es posible cuando las ataduras se rompen y con ellas se difumina el pudor.
En la literatura ocurre lo que a muchos les ocurre en la vida, como un reflejo que cubre nuestra propia naturaleza, que le extiende ropajes a la desnudez de un cuadro. Un poeta amigo me enseñó hace unos días su reciente creación y percibí que había tapado todos los términos reales que definen el cuerpo. A las cosas ya no se les llama por su nombre, se les esconde o se les obsequia el barajo de un apelativo, que no es una metáfora. La metáfora bien viene para las acciones, pero no para los objetos en estos menesteres.
La poesía tradicional que toca a la naturaleza observa la policromía del paisaje, la belleza del océano, el verdor del valle y se olvida de esa maravilla que tampoco es el artificio del hombre, como lo son sus ropajes, sino la plena creación de una divinidad, que incluye sensaciones extremas cuando hay una convergencia sublime: la de dos cuerpos que se atraen.
No hay arte pleno con temores y vaguedades que lo refrenen, como no hay vida plena si es vida a medias y no hay creación absoluta si media el miedo al placer, al cuerpo y a las pasiones extremas y fascinantes que la magnífica expresión de dos naturalezas latientes que se juntan pueden provocar. En la vida, digo, como en la poesía, el temor solo sirve para apagar la luz.