Mi misión es el otro
Cuando el nuevo director del diario donde trabajo, me invitó generosamente a ser miembro de su equipo (en ese momento él entraba como editor de Opinión y yo entraba con él) no lo pensé dos veces, pues no se trataba del futuro profesional sino de algo más trascendente: la MISIÓN. Además se trataba de ingresar a un diario que no es solo una de las empresas más antiguas del país sino una institución cuya antigüedad se remonta a los orígenes de la república.
Con ese mismo espíritu hice todo lo que hice en la vida ya años detrás, SIEMPRE LA MISIÓN. Antes de esta extraordinaria experiencia actual di algunos pasos en la política, aunque sin éxito alguno y durante años la hice de jurista, escribiendo libros sobre Parlamento, partidos, ciencia política y coordinando una publicación. No sé si por mérito o por suerte, pero me inclino por lo segundo; pero siempre tratando de desentrañar la verdad y, sobre todo, humanizar.
La misión fue mi línea de vida y así llegué hasta hoy. Por misión es que publiqué mis dos poemarios y pronto llevaré a la luz una novela que expresa mis amarguras, una proclama contra el desamor y la indiferencia, porque concibo la literatura y la vida intelectual y el periodismo como una lucha por la humanización, por la libertad, por la dignidad, por lo que creo verdadero aunque sea discutible. Quisiera hacer más para hacerlo feliz a usted, pero no soy estadista ni mucho menos para transformar la realidad en concreto, su realidad.
Tener una MISIÓN ha sido fundamental para este escritor y periodista, que pasó a El Dominical por temas del azar, pero que nunca perdió de vista ese significado de misión que sustenta aún sus esfuerzos y su entusiasmo ¿Pero somos solo misioneros y quijotes? ¿Qué hay detrás de cada ser humano? ¿Qué hay detrás de quien cada mañana madruga para escribirles? Pues hay algo que nadie ve, que usted no ve, un cúmulo de pasiones, temores, frustraciones, complejos, sufrimientos, preocupaciones que son invisibles a los demás o que, de conocerlos, a usted quizás le interesaría poco o nada.
Puedo escribir una opinión sencilla, franca y bien intencionada sobre un tema particular y ser descalificado, ninguneado y hasta injuriado por algún comentarista ¿Sabe aquel que me ninguneó o injurió el dolor que me pudo causar a mí o a mis hijas que lo leyeron? ¿Sabe quien en la calle me maltrató hace unos días la buena fe que puedo esconder detrás de este rostro risueño? ¿Sabe cualquiera que me pueda dañar la gran dimensión de mis angustias cotidianas? ¿Sabe alguno de mi vida? No, porque soy “el otro”, el extraño, siempre el extraño (y siempre Camus).
Para nosotros, “el otro” es siempre “el otro”. Juzgamos con ligereza su trabajo, lo asaltamos en una esquina, lo privamos de todo, le quitamos su autoestima, nos burlamos de su facha o de su físico, mellamos su honor, lo golpeamos en una calle, lo llevamos al infierno, damos de machete a su obra sin leerla, lo convertimos en nada, sí, es fácil, pues el “otro” será siempre el “otro”, esto es: “nadie”.
Sin embargo, la vida de un hombre conjuga la misión y la necesidad y esta es invisible a los ojos de los demás. La misión es esencial, pero ¿Olvidar al hombre? Quien tiene hijas pequeñas que dependen de él puede que no pierda la línea de su misión, pero suma a ella sus angustias, sus miedos, sus dolores, sus pérdidas, sus preocupaciones. Y es que en el fondo hablar de lo humano se ha convertido en un cliché, lo que rige es una progresiva deshumanización en la que el otro es solo el OTRO. Excusen el intimismo nuevamente, una hija que requiere un tratamiento de salud, el imperativo de sostener a varios seres que dependen de nuestra suerte o infortunio, las tensiones propias de la sobrevivencia mensual, tener una madre enferma que pronto no me reconocerá, depender de un alquiler para seguir abrigados…son facetas que nadie conoce de ese otro que es y será siempre el otro, es decir, nada.
Por eso y quizás porque soy fruto del esfuerzo de un padre que dio batalla con lo poco que pudo y porque entendí el significado preciso de la empatía es que reconozco que el otro no es el otro, que es alguien, que es en sentido unamuniano “un ser de carne y hueso, concreto”, que siempre hay detrás de cualquier rostro una vida, un caudal de nervios, de sueños, de miedos y de sangre y, en ocasiones, de esperanza, dolor o desaliento.
Ese hombre y esa mujer, desde el periodismo, la literatura o el lugar que me toque es mi misión esencial, íntima e insobornable.