Regresar a Lima es…
Algunos dicen que tras un largo viaje, regresar a tu ciudad de origen puede ser un poco traumático. No te hallas, parece que nada ha cambiado, o tal vez, el que ha cambiado demasiado eres tú. Otros dicen que ya estaban pidiendo a gritos esa vuelta, que extrañaban su casa, su familia, sus amigos, su comodidad.
Yo no sabía que iba a sentir cuando regresase, pero sí tenía ganas de poder experimentar a detalle esas sensaciones.
Regresar a Lima es, darte cuenta que ya estás camino a casa desde el aeropuerto previo a tu destino. Habiendo estado en tantos países donde las conversaciones que habían a mi alrededor, eran simplemente ajenas porque no entendía ni una palabra de lo que decían, el hecho de, no solo escuchar castellano, sino, escuchar peruano, el peruano del “claro pe”, “pucha amiga”, y “ un poquito, un ratito, una agüita” que ya estaban presentes en esa sala de embarque, me hacían sentir que Lima estaba cada vez más cerca.
Regresar a Lima es, que el avión entero aplauda cuando aterricemos, que escuches como la gente habla y se ríe más fuerte que, tal vez, esos aviones que tomabas por el Sudeste Asiático o esos trenes silenciosos por Europa del Este. Supongo que los latinos somos así, más bulliciosos, más alegres, más energéticos; y se podía palpar en cada persona que ya estaba a tu alrededor.
Regresar a Lima en vísperas de las fiestas navideñas, también implica que existen muchas historias diferentes, algunas más efímeras, otras más profundas. No tienes idea que implica ese regreso para cada una de las personas que están por ahí. ¿Están de vacaciones?, ¿están regresando para siempre?, ¿lo hacen por turismo o tal vez regresan por algún tema familiar?.
Jackie era mi compañera de asiento. Cuando yo llegué, ella ya estaba; nos saludamos y el avión despegó. Un par de horas después, empezamos a conversar.
– “¿Y vas a Perú de vacaciones?”
– “No realmente. Yo vivo en Zaragoza hace 4 años, y voy a ver a mis hijitos que están en Trujillo.”
– “Ah… y ¿Por qué no viven contigo en Zaragoza?”
– “Es que su papá no me deja. Hace lo imposible para quedarse con ellos. El mayorcito ya tiene 10 años y el pequeño, 6. No los veo hace 4 años” – sonríe nerviosa.
Se me hace un nudo en la garganta, solo pensar que Jackie no ha visto crecer a sus hijos. ¿Qué opinarán ellos? ¿Cómo la recibirán? ¿Qué pasará cuando ella tenga que volver de nuevo a España, y se tenga que separar de ellos otra vez? No tenía ni ganas de contarle de mi historia, de mi vida, no tenía sentido.
Jackie tenía 2 años menos que yo, incluso eso me sorprendió más. ¿Cómo pueden existir realidades tan diferentes para dos personas que comparten asiento? ¿Cómo es que la vida decide qué le toca a quién? Tratamos de cambiar de tema, y luego terminamos riéndonos de unas señoras escandalosas que estaban delante nuestro, comentando la película y hablando de cuánto extrañábamos la comida peruana.
Cuando el piloto informó que ya estábamos descendiendo, sentí esas mariposas que revolotean dentro de ti, por los nervios de aquello que se viene. Podías ver a la gente sonreír, a las parejas agarrarse fuerte de las manos, a los niños saltar de la emoción. Por una razón u otra, todos estábamos felices de llegar a nuestra tierra.
Regresar a Lima es, salir del avión y oler a mar. Fue inmediato, como si la sal y la humedad se apoderaran de ti. Inspiré profundo, cerré los ojos por unos segundos y bajé las escaleritas del avión.
Ya estaba en Lima, su cielo gris me saludaba, una brisa marina pasaba por ahí, y un friecito tímido te daba la bienvenida. Fue imposible no sonreír. No por el cielo gris, no por la humedad que calaba por tus huesos. Sonreír, porque ya estaba ahí, en mi Lima.
Pasar Migraciones, hacer una broma bien peruana con el señor que te revisa el pasaporte, tal vez solo para corroborar que ya llegaste, para reírte un rato con él.
Volver a reconocer la sala donde recoges las maletas, pasar la revisión rezando para que no pretendan revisar tu mochilaza, ver a todos los señorcitos con los carteles de taxi, gritando nombres y “Taxi to mirafores, madam?”.
Y ver a los tuyos, ahí, esperándote, con un sentimiento indescriptible de sentirte en casa, pero tal vez muy raro porque sientes que acaba de terminar un sueño, que no eres capaz de recordar bien todo aquello que viviste, y que parece que fue ayer la última vez que los viste.
Y ahí estaba mi Lima, tan ruidosa, con ese tráfico infernal, acrecentado por las fiestas, y yo mirando por la ventana cada esquina para recordarlo todo. Miraba los nuevos restaurantes que se habían abierto, alucinaba con los 7 pisos de estacionamientos que ahora tenía el Jockey Plaza, como buena marketera me fijaba en los paneles de publicidad de la calle, y le pedía a mi mamá que ponga mi radio favorita a ver qué música sonaba ahora.
Con todo el mérito que se merece, regresar a Lima, y sobre todo en Diciembre, es comer, comer y comer. ¡Cómo se hace extrañar nuestra comida! Cuando viajando me preguntaban que era lo que más extrañaba de mi país, y con todo el cariño que le tengo a mi familia y con todo lo que los podía echar de menos, siempre repetía inmediatamente: “¡Extraño la comida peruana!”, y es algo que le he escuchado a más compatriotas viajeros.
Y es que, de verdacito, la comida tailandesa o vietnamita me pueden haber enamorado, los embutidos y quesos españoles son espectaculares, pero como nuestra comida, ninguna. Los temas de conversación con extranjeros que han visitado nuestro país van desde Machu Picchu, a política, pasando por el Ayahuasca en la selva; pero siempre siempre, le echaban sus piropos a nuestra comida.
Y clarísimo, nada más salir del aeropuerto le pedí a mi mamá: “Directo a comer pan con chicharrón y jugo de papaya, por favor”. Después de complacer este primer deseo, día tras día, disfrutaba infinitamente volver a comer un lomo saltado, un ceviche, una causita, picarones, anticuchos, etc.
¡Cómo disfrute mi primer sorbo de Inca Kola! ¡Cómo me emocioné cuando volví a escuchar el típico sonido de los carritos heladeros de D’onofrio! ¡Qué rico ese sándwich y jugo gigante en el mercadito de por mi casa! Cosas que en el día a día, un peruano no se da cuenta, pero los que estamos de vuelta lo sentimos como demasiado relevante.
Regresar a Lima es, volver a reencontrarte con los tuyos. Con tu familia linda que te espera con ansias, con los que tal vez whatsappeas todos los días aunque estés en Rusia, Indonesia o Croacia, pero que cuando te metes a ver pelis a la cama de tu mamá, o te peleas por comer un ceviche mita mita con tu hermano, o te fundes en un abrazo gigante con tu abuela engreidora, es ahí, donde realmente te das cuenta cuánto los extrañaste.
¡Y qué increíble es volver a ver a tus amigos! A esos buenos amigos que contaban los días para que llegases, que desde que aterrizaste ya te estaban llamando y separando un espacio o dos o tres en tu agenda, para sacarle el jugo a tu corta estancia por aquí. ¡Cómo agradezco los momentos pasados con ellos! Es lindo sentir que a pesar de la distancia, están allí, felices porque regresaste, ansiosos por escuchar cara a cara todas tus aventuras, por volver a cagarse de risa con las historias de siempre. Adoro haber visto a los que vi, agradezco sentir ese cariño incondicional, y se siente bien sentirte valorado por los que te valoran con una sonrisa gigante y mucho orgullo en el pecho. A esos los metería en mi mochila ahorita, a seguir disfrutando momentos increíbles, pero no solo en Lima, sino por el mundo entero.
Y es curioso como mi regreso a Lima por 5 semanas fue reconfortador y necesario. Tal vez no sentí ese golpe de sentirme ajena porque sabía que sería transitorio, porque esta alma viajera sabía que todavía había mucho que recorrer, y ahora no era el momento de volver a sentar cabeza en Lima.
Fui feliz, lo disfruté; pero corroboré que a pesar de lo bien que lo puedo pasar, Lima no era para mi en este momento. Es como esa típica frase que sale en un momento no muy deseado por muchos: “Lima, no eres tú, soy yo”. Y sí, tal vez soy yo la que busca nuevos aires, la que siente que el mundo todavía está ahí para ser descubierto, y tú tan linda, tan cómoda, tan bien que me recibes, has hecho lo que has podido; pero este alma rebelde quiere volar, no sabe muy bien a dónde, pero allá va.
Y al despedirme de Lima volví a sentir ese olor a mar. Abrir la ventana del auto mientras te diriges al aeropuerto, sacar el brazo y sentir el viento. Ver el mar, ver tu ciudad, ver a tu familia en el mismo auto y sentir que esas son las últimas horas que pasarás con ellos hasta sabe Dios cuando. Ese nudo en la garganta que prefieres no sentir, porque quieres creer que estás tomando una buena decisión. Inspirar profundo, cerrar los ojos, tratar de tranquilizarte, y relajarte con el olor a mar. Y sonreír. Porque Lima estuvo ahí y fue lindo. Porque pasaste momentos increíbles con los que te quieren, y porque ahora empieza una nueva etapa, de seguir descubriendo el mundo.
Regresar a Lima fue increíble, pero de nuevo, toca partir.
Gracias Lima. Gracias a los que hicieron de estos días los mejores, gracias a los que incondicionalmente apoyan mis decisiones, viajeras, personales, profesionales; y gracias por siempre estar ahí.