Artículo de documentación: Medio Ambiente (23/01/2000)
Con más de cuarenta millones de hectáreas en cultivo, los alimentos transgénicos (genéticamente modificados o GM) son una realidad. Sin embargo, como toda manipulación de la naturaleza por el hombre, plantean problemas éticos, por su posible impacto en el medio ambiente, la salud y el balance ecológico.
Se trata de alimentos que han sido modificados para combatir plagas sin necesidad de insecticidas, resistir enfermedades y herbicidas o contener elementos alimenticios adicionales.
Ninguna de estas cualidades es cuestionable, pero las modificaciones genéticas pueden tener otros efectos, menos deseables, como traspasar nuevos genes a otras plantas, romper el equilibrio ecológico o causar reacciones alérgicas a los consumidores.
Estas posibles consecuencias, sumadas a la actitud soberbia de algunos fabricantes de semillas GM, han alarmado a los ecologistas y al público. El tema es de suma importancia, pues está directamente vinculado a la alimentación de una creciente población y al incremento de las áreas de cultivo en detrimento de la vegetación natural.
Los pecados de los fabricantes de semillas GM varían de acuerdo a quien los acusa. Los agricultores objetan que las semillas sean “terminales” y tengan que ser compradas para cada cosecha, pues han sido genéticamente manipuladas de modo que las semillas de sus frutos sean estériles. Los ecologistas alegan que las autoridades encargadas de controlar su efecto a largo plazo no se han dado el trabajo de averiguar si presentan un peligro para otras plantas o para el equilibrio ecológico.
Sin embargo, a la larga, lo más importante es la actitud del consumidor. Aquí el pecado de los fabricantes ha sido ignorarlo, logrando que las leyes no exijan información en las etiquetas de los alimentos. Esto ha mostrado la cómoda convivencia entre fabricantes y autoridades en los EE.UU., resintiendo primero al público europeo y luego al norteamericano. La reacción no se ha hecho esperar. Las grandes cadenas de comida rápida han retirado de su menú los alimentos GM. Por otra parte, en junio del año pasado, la Comunidad Europea decretó que todo alimento con más de 1% de ingredientes transgénicos debe indicarlo en su etiqueta. Esta serie de eventos ha despertado al gigante de la industria bioquímica, Monsanto, que en un cambio de actitud ha renunciado a las “semillas terminales”. Las nuevas ya no obligarán a una compra anual. Novartis, otro de los grandes de la industria, ha anunciado que no tiene ninguna objeción a que se incluya la información en las etiquetas de los alimentos, ya que tiene absoluta confianza en la seguridad y calidad de sus productos. En este sentido, Novartis tiene la experiencia holandesa, donde hace tiempo informa en las etiquetas sin que esto afecte sus ventas.
En buena parte, el nuevo rumbo que está tomando la producción de alimentos transgénicos se debe a la actitud de la Fundación Rockefeller, que ha invertido 100 millones de dólares en investigación genética para mejorar la alimentación en el tercer mundo.
Fue el presidente de esta fundación quien exigió a Monsanto un cambio de actitud, preocupado de que su esfuerzo desinteresado se desacredite por la actitud soberbia de la industria.
Aunque estamos aún lejos de conocer el último capítulo del debate, y las regulaciones que saldrán de él, algunos hechos son incuestionables. Los alimentos transgénicos presentan soluciones reales a problemas de la agricultura, permitiendo mejores cosechas, en algunos casos con importantes beneficios adicionales, como prescindir de insecticidas.
Sin embargo, los mayores beneficios de los alimentos transgénicos pueden darse en el tercer mundo, donde mejorar la calidad alimenticia tendría gran impacto.
Los reguladores de los países desarrollados, mientras se adecuan las exigencias de los grupos ecologistas y del público, plantean una pregunta que aún no tiene respuesta: ¿Podrán los países en desarrollo, que necesitan más que el primer mundo de alimentos mejorados, hacer la investigación necesaria para controlar sus posibles consecuencias? Al respecto uno de los investigadores, el doctor Cook de la Universidad Washington State, opina que “los beneficios de los alimentos transgénicos son mucho mayores que el riesgo, pero esto no es motivo para ignorarlo”.
Tomás Unger