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Después de llevarse a todos los ingleses en México 86, Diego Armando Maradona se pasó la vida intentando driblear a la muerte. Lo consiguió en Italia, lo repitió en Uruguay, lo confirmó en Cuba. Se resistió hace dos semanas en su casa, en las afueras de Buenos Aires. Lo habían operado de un coágulo cerebral, y sus familiares y amigos más cercanos decían que estaba pasando días de tranquilidad y descanso en la zona de Nordelta. Lejos de estadios y canchas, el ‘Pelusa’ sufrió un paro cardiorrespiratorio ayer al mediodía. Llegaron seis ambulancias, pero no pudieron salvarlo. Se murió Diego y ya no podrá escuchar a esa hinchada que tanto lo quiere. Las ovaciones ahora estarán en nuestros pensamientos. Los aplausos ahora saldrán del alma en cada minuto de silencio.
CONTENIDO PARA SUSCRIPTORES: Diego Armando Maradona: así fueron sus encuentros con el diario El Comercio
“Nos dejó la sensación [de] que era inmortal”, dice aún consternado Daniel Arcucci, el periodista argentino que más conoció a Diego Armando Maradona. Una noticia tan excluyente se acompañó de un instinto de negación.
— Un sobreviviente —
La condición médica de Maradona fue una deuda desde hace veinte años, desde aquella vez cuando, en Punta del Este (Uruguay), su representante Guillermo Coppola no lo pudo despertar. Estaba en coma, se recuperó y allí comenzó a ilusionarnos con su estatus de invencible. Maradona era una película repetida donde terminaba salvándose. Hasta ayer.
“Pasó el temblor. Vamos Diego, carajo”, escribió apurado hace dos semanas su representante de prensa, Sebastián Sanchi. Ya el ’10′ iba a ser dado de alta tras una operación por un coágulo cerebral. Allí se tomó la que sería la última foto pública de sus exagerados días. La primera indicación fue descanso absoluto y contención familiar. Maradona ya no iba a poder dirigir a Gimnasia y Esgrima de La Plata. Sus cuatro hijos fueron a darle el encuentro.
Como si su vida estuviera rodeada por magia y profecías, el día que cumplió 60 años Maradona recibió mensajes desde cada rincón del Olimpo del balompié: Zinedine Zidane le dijo que era el mejor de todos, Cristiano Ronaldo bailó una cumbia por él. Los abrazos más honestos, a pesar de las distancias, a veces son una inconsciente manera de despedirse.
Además, su último tiempo en el fútbol, como técnico de Gimnasia, fue una cadena de homenajes desde todos lados. Todo esto muy premonitorio.En La Plata y en Rosario (por su lazo con Newell’s) le regalaron un trono cerca del banco de suplentes, en la cancha de Independiente de Avellaneda le agradecieron por haber sido hincha de niño, en La Paternal de Argentinos Juniors siguieron dibujando murales en su nombre. En la Bombonera de Boca Juniors fue abrazado por cincuenta mil personas al mismo tiempo. Como si todo esto fuera poco, ayer se confirmó que el estadio San Paolo de Napolés ahora llevará su nombre
La narración de su golazo a Inglaterra en el estadio Azteca, a través de Víctor Hugo Morales, es miembro de honor en la banda sonora de nuestras vidas. En ese disco, que puede tener forma de balón, se unen las canciones de Calamaro, de los Ratones Paranoicos, del ‘Potro’ Rodrigo. Maradona tuvo histrionismo para ser conductor de TV y tuvo voz hasta para juntarse con Pimpinela. Su historia es tan musical que nos quedamos con la resignación de deberle todavía un cántico más.
— Foul a la salud —
En el documental sobre su vida, filmado por el serbio Emir Kusturica, Diego Armando –o Armando, como le decía su amigo Óscar Ruggeri, quien se enteró en vivo de la partida de su capitán– reconoció su condición de ser terrenal. Aceptó su margen de error. “Yo sé las culpas que tengo y no las puedo remediar”, decía el ’10′ en cámaras antes de escuchar una serenata de Manu Chao. Esa condena mirándose al espejo se repitió en su partido de despedida, en el 2001, cuando reconoció que había pagado por cada tropiezo, pero que “la pelota no se mancha”.
Claro que se equivocó y pagó. Sus desplantes, sus alejamientos de familiares incondicionales –menos de su madre, doña Tota, su escolta de siempre– y su soberbia verbal muchas veces fueron para Maradona rivales más difíciles que Alemania en el 86 o que Brasil en el 90.
Diego Armando Maradona anotó más de 300 goles y solo un autogol, aunque este fue lejos de las canchas: cuando comenzó su casi irrecuperable adicción a las drogas. Ese desorden no solo atacó su organismo atlético de deportista de élite, sino también fulminó el estado anímico y emocional. Fueron más de tres décadas con esa enfermedad y nunca pudo volver de eso.
En México 86, conocimos la ‘mano de Dios’, en 1990 lo vimos llorar por primera vez al perder una final con Alemania y en 1994 dijo que le cortaron las piernas al dar positivo en un control antidopaje. Su recorrido futbolístico inició su etapa de cierre cuando fue técnico en el Mundial de Sudáfrica 2010. “¿Qué le pondrías a tu epitafio?”, se preguntó entrevistándose a sí mismo en su programa “La noche del 10”: “Gracias por jugar a la pelota”, se respondió. Su consumo de pastillas para dormir y sus apariciones accidentadas en entrevistas televisivas hacían evidente que Maradona comenzaba a irse. Que la muerte ya se podía ver.
El fútbol también puede ser un placer culposo. Nos distancia a veces del sentido común, nos arrebata la razón. Y Diego Armando Maradona ha simbolizado, para muchos de nosotros, ese alejamiento a lo tangible, ese elogio a lo inalcanzable. Después de su gol a los ingleses, se convirtió en un sinónimo. No ha muerto solo Maradona. Ha muerto un poco también el fútbol.
“A mí no me importa qué hizo Maradona con su vida. Me importa lo que hizo con la mía”, escribió Roberto Fontanarrosa. Adiós al más grande de todos. Nos hizo soñar despiertos, en su condición de hombre pegado a una pelota de cuero. Ese ángel vestido de corto recuperó sus alas heridas y ha volado a la eternidad. Gracias por todo, Diego Armando. Siempre te vamos a querer.
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