Renato Cisneros

A fines de los noventa, al penetrar en el edificio histórico de El Comercio en el jirón Lampa y atravesar sus pasadizos, te sentías dentro de un museo, pero al poner un pie en la redacción de Deporte Total, te asaltaba la sensación de haber llegado a un salón de quinto de secundaria, con alumnos que se negaban a egresar.

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Habitada por hombres fogueados en Mundiales y Juegos Olímpicos, y por jóvenes que empezaban a destacarse, esa sala de vidrio –que limitaba por el este con Culturales y por el sur con Diseño– era el centro de labores ideal para un estudiante de periodismo. No solo por el ambiente interno, donde sobraban el aprendizaje, el profesionalismo y la complicidad (las risas de Deportes se escuchaban hasta Policiales), sino también por lo que Deporte Total representaba de las puertas del Diario hacia la calle.

En las comisiones, los interlocutores –jefes de prensa, deportistas, directivos– te miraban con respeto cuando les mostrabas tu credencial de reportero de DT. No eras uno más. Y uno sentía orgullo por eso, pero también responsabilidad; sobre todo a la hora de escribir las notas, las crónicas y las columnas: había que elegir las palabras como si se le quitara las espinas a un pez, porque, sí, eran tu firma y tu foto las que aparecían, pero si la gente iba a leerte al día siguiente era porque esas páginas llevaban el logo de DT.

CEREMONIA DE ENTREGA DE LOS PREMIOS DT 2011.
CEREMONIA DE ENTREGA DE LOS PREMIOS DT 2011.
/ GERMAN FALCON

Recuerdo que en 1986, me pasé todo el Mundial de México coleccionando el suplemento deportivo de El Comercio, sin imaginar que una década más tarde formaría parte de su plana de redactores. Conozco muy bien cómo funciona la máquina por dentro, por eso no me sorprende que los Premios DT se hayan convertido en lo que son: el más importante galardón que se entrega en el medio deportivo peruano a los deportistas más destacados. Con un añadido relevante: detrás de los criterios de premiación están los periodistas de la casa, pero también los lectores del decano.

Hoy El Comercio, a puertas de regresar a su casa, su redacción ha virado casi totalmente al lenguaje digital, y de la vieja nómina de trabajadores que yo integré no queda prácticamente nadie. Pero hay algo que se mantiene, algo que no sé cómo denominar, pero que sigue vigente. Puede llamarse mística. Puede llamarse estirpe. Puede llamarse prestigio. Es una mezcla de atributos que tiene como símbolo dos letras. Mejor dicho, dos iniciales. La D de deporte, la T de Total.

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