"Liverpool campeón de Europa y de la eficacia", por Jorge Barraza. (Foto: AFP)
"Liverpool campeón de Europa y de la eficacia", por Jorge Barraza. (Foto: AFP)
Jorge Barraza

¡Campeones, campeones, campeones…! El grito era redentor, de desahogo, de ¡al fin nosotros…! El que fuera gran dominador del fútbol inglés y que cayera luego en un pozo profundo -cumplirá 30 años sin ser campeón de Liga, donde era el amo supremo- conquistó la Liga de Campeones de Europa por sexta vez en su historia al vencer al Tottenham 2 a 0. Y quizás sea el título más importante en sus 126 años de vida, porque le devuelve todo en una sola noche: la grandeza, el orgullo, la victoria, la alegría, el trono… Liverpool fue muy, muy, muy grande, rey de Inglaterra y de Europa, hasta que un día apareció un señor Ferguson en el Manchester United y lo hundió en la oscuridad, una larga noche de la que acaba de salir gracias a Jurgen Klopp, su gran entrenador. Cuatro años le demandó al DT alemán transformarlo de nuevo en un equipo competitivo, ganador y campeón. Con los mismos argumentos y elementos que ahora, se le había escapado el año anterior porque competir frente al Real Madrid es complicado, en muchos sentidos. Esta vez la moneda cayó de su lado.

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Los Beatles le harían una canción a este Liverpool campeón. No porque sea un equipo extraordinario -es más contundente que brillante- pero ha logrado devolver la felicidad a una de las legiones más grandes de Inglaterra, la de los Reds, que pese a muchas frustraciones siguieron creyendo y alentando siempre, como creyeron que era posible dar vuelta el 0-3 ante el Barcelona. Y tuvieron premio.
No fue la final extraordinaria que anhelábamos. Como suele suceder, los jugadores y los técnicos son más cautelosos que los aficionados. Hay demasiado en juego y la prudencia acaba reinando. Liverpool tiene el mérito de la eficacia. Y ese punto está refrendado en el autor del segundo gol. El belga de origen keniano Divock Origi remató tres veces al arco en todo el torneo y los tres fueron goles: dos al Barcelona para el milagroso 4-0 y el de ayer en la final que vulcanizó el triunfo. No es un campeón brillante el Liverpool, sí contundente. Un buen monarca que supo duplicar la cantidad de goles recibidos por sus rivales: 24 a 12, que tuvo el mérito ganar en primera fase al PSG de Neymar y Mbappé, de voltear al siempre duro Bayern Munich y de lograr una proeza ante el Barsa de Messi. No es poco. Supo ser campeón.

El penal y el gol más rápido de la historia de la Copa de Europa (y seguramente de muchas otras competiciones) le devolvieron al Liverpool la sonrisa que le habían arrebatado Sergio Ramos y el Real Madrid en la final anterior. Apenas 23 segundos, nada había sucedido aún, cuando inesperadamente sucedió todo: en un avance sin mayor trascendencia, Mané ensayó un centro (un centrito), Sissoko quiso pararla con el pecho mientras daba una indicación con su brazo a la defensa y el balón le pegó en la axila, bajo el brazo. Quizás se podía discutir, porque no pareció intencionado, pero el juez esloveno Damir Skomina no quiso ni oir hablar de VAR. Penal sin revisión. Mohamed Salah lo transformó en gol y de paso confirmó aquello de que la pelota viaja mucho más rápido que la reacción humana. Lloris se tiró bien, pero el egipcio sacó un cañonazo casi al medio y la bola pasó a centímetros del brazo derecho del arquero, que ni la vio. Cuando el penal lleva tanta violencia de disparo, es muy difícil para el uno.
Semejante golpe invitaba a pensar en un festín para el Liverpool, que iba a encontrar espacios dada la obligación del Tottenham de adelantarse por el empate. También podía imaginarse a partir de allí un espectacular ida y vuelta, más teniendo en cuenta la frontalidad de los equipos ingleses. Nada de eso. Se dio un primer tiempo discreto, prudente y calculado, con dominio blanco (65% a 35) y carente de mayores emociones. No pareció el Liverpool superior, ni tampoco el equipo feroz que vapuleó al Barcelona 4 a 0. Tottenham lo neutralizó con su dominio sereno, basado en la posesión. Si ese dominio no se tradujo en llegadas se debió a la intensa presión liverpooliana a la salida del Tottenham desde atrás.

Los aficionados 'Reds' recibieron al equipo de Jürgen Klopp con entusiasmo en la ciudad, celebrando a lo grande la sexta coronación de su historia en el máximo certamen europeo. (Foto: AFP)
Los aficionados 'Reds' recibieron al equipo de Jürgen Klopp con entusiasmo en la ciudad, celebrando a lo grande la sexta coronación de su historia en el máximo certamen europeo. (Foto: AFP)

No entendimos la designación de Skomina, a quien se premió con la final después de sus muchos desaciertos en el Ajax 1 - Real Madrid 2. Evidentemente pesó que es esloveno, como el presidente de la UEFA, Aleksander Ceferin. El penal merecía, al menos, ser revisado con el VAR. Skomina no aceptó cuestionamientos.

El tan esperado retorno de Harry Kane en las huestes de Pochettino no surtió el efecto esperado, ni futbolístico ni anímico. Su aporte fue nulo, no tuvo chances netas de remate. Eso finalmente conspiró contra el equipo porque obligó a la salida de Lucas Moura, quien venía en un nivel excepcional (tres goles al Ajax en Amsterdam). Por una cuestión de fidelidad, el técnico se vio obligado a respetar la presencia de Dele Alli, titular inamovible en las últimas cuatro temporadas. Y a Dele Alli le cupo una desafortunada gestión, fue inoperante, impreciso, no creó, no inquietó. Eso les restó posibilidades. Tampoco Son ni Eriksen lograron desequilibrio y el Tottenham no tuvo nunca un mano a mano para aspirar al empate. La figura blanca, como en los últimos meses, fue Danny Rose, un lateral zurdo fuertísimo físicamente y de la cabeza, que clausura su lateral y es una permanente opción de ataque. Es titular en la Selección Inglesa también.

Los hinchas del Liverpool cantando en la previa de la final ante el Tottenham. (Video: Youtube / Foto: Captura)

En la segunda parte se acentuó la insistencia londinense por la igualdad y ya el cuadro rojo pareció cada vez más conforme con la ventaja. Dada la trascendencia de lo que se jugaba era en cierto modo comprensible. El triple cinco del medio, Henderson-Fabinho-Wijnaldum, tres tractores de marca pura, se retrasó unos metros y se juntó con los cuatro de la defensa (muy buenos, por cierto): Alexander Arnold, Matip, el mariscal Van Dijk y el impasable Robertson. Y ahí se le complicó al Tottenham atravesar líneas. Pese a ello, pugnó, luchó, intentó y sobre los 70 minutos pareció que sobrevolaba el empate. Incluso tuvo tres claras posibilidades entre los 80 y los 85 minutos, en los pies de Son, Lucas Moura (entró demasiado tarde) y Eriksen de tiro libre. En las tres apareció la sólida figura de Alisson, quien será el guardameta de Brasil en la Copa América. Él garantizó la Copa.
Klopp ya había sacado a Firmino, quien, como Kane, llegó con lo justo al partido tras una larga lesión y se lo vio fuera de ritmo. Y en un córner no buscado (lo cedió Rose con el pecho para evitar ulterioridades y de ahí provino la ulterioridad), tras dos rechazos de cabeza la pelota le cayó a Origi, quien apenas la paró y sacó un zurdazo letal, letal incluso para el extraordinario Hugo Lloris, la bola se metió abajo, cruzada, rasante, pegada a un palo. Iban 87 minutos y ya fue un réquiem para el Tottenham, que se la jugó con dignidad y valentía.

Klopp despierta pasiones. Tiene méritos: ha sabido construir un campeón. No será un Liverpool inolvidable ni artístico, sí un equipo intenso, práctico, eficiente, con carácter y contundencia. Eso también sirve para ser campeón.

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