En tiempo como estos de coronavirus y otros problemas económicos, el deporte puede ser una apuesta para empezar a recuperar el paso. (Foto: GEC)
En tiempo como estos de coronavirus y otros problemas económicos, el deporte puede ser una apuesta para empezar a recuperar el paso. (Foto: GEC)
Jerónimo Pimentel

El deporte, decíamos, es un exceso de salud. Por tanto, nuestro pobre desempeño en competencias internacionales es una consecuencia de dos grandes factores. El primero es la ausencia histórica de una política deportiva escolar, carencia que recién fue resuelta en el papel con el Plan Nacional del Deporte 2011-2030, pero cuya implementación ha sido tan lenta como se puede esperar de un Estado artrítico. Recién en el 2016, se creó la Dirección de Educación Física en el Ministerio de Educación y solo en el 2017, por decreto supremo, se promulgó la Política Nacional del Deporte. Su eficacia e implementación no pueden ser valorados en tan corto tiempo, pero una ironía puede dar fe de la problemática del sector: se elevaron de 2 a 5 las horas obligatorias de Educación Física en colegios, pero el déficit de profesores en esa materia era de 41.000 docentes.

El segundo factor es mucho más preocupante, pues es un tema de base. La insalubridad de los centros educativos nacionales es una vergüenza histórica que hoy tiene reconocimiento oficial. Se entiende que los kits higiénicos que el Gobierno piensa poner a disposición de los estudiantes es una medida temporal ante la pandemia; pero no se debe perder de vista que este paliativo es en sí una confesión: año a año un Estado con US$70.000 millones de reservas internacionales ha condenado a los niños peruanos a estudiar en condiciones inaceptables. Si alguien busca una medida de nuestro fracaso como nación y de lo grotesco de nuestro sistema, aquí lo tiene.

¿Cómo se explica que en estas condiciones el país haya podido convertirse en una potencia regional en fondismo? ¿Cómo que se mantengan ligas profesionales en fútbol y vóley? ¿Cómo que se practique con tanto nivel el surf? La explicación debe buscarse en los pequeños milagros cotidianos: la heroicidad individual de atletas vocacionales y comprometidos; la capacidad dirigencial de algunos pocos que logran articular movidas a su alrededor; contadas instituciones que han logrado ser sostenibles, tal vez incluso rentables. Ello, por supuesto, no basta para que el Perú logre levantar cabeza en el panorama sudamericano, donde nuestro lugar no se corresponde ni con nuestra tradición ni con nuestro PBI.

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La reflexión a la que invita el teletrabajo forzado es si esta crisis, como señala el lugar común, será la oportunidad para compensar los olvidos centenarios que el Estado Peruano se ha permitido con quienes lo conforman. Ojalá que como parte de las inevitables políticas anticíclicas que el Gobierno deberá implementar para evitar una catástrofe económica se considere la inversión que permite todas las demás, salud y educación, las dos grandes áreas que no se deben dejar a merced del mercado. Porque las carencias en agua, desagüe, baños y saneamiento, así como en nutrición y formación, no son un tema exclusivo del área que nos compete, el deporte, sino el punto de partida que nos hace dignos, prójimos, ciudadanos y peruanos.

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