El escritor español Juan José Millás (Valencia, 1946) empieza esta conversación a propósito de la muerte, hablando de los mirlos que viven en su barrio. “Es un pájaro muy bonito, de color negro y anaranjado”, ¿los conoces?” Le digo que sí. Sonríe. “A mí me gustan muchísimo. No es raro que, en esta época, en primavera, donde empiezan a hacer sus primeros nidos, alguno caiga en las fauces de un gato”.
Transitar la literatura de Millás es un viaje placentero. La última parada a la que hemos llegado sus lectores es una colaboración, brillante, escrita con el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga: “La muerte contada por un sapiens a un neandertal”, un trabajo que conjuga lo científico y lo antropológico con una cuota necesaria de humor. Para tomarlo en serio.
— A propósito de los mirlos que son comidos por los gatos, pensaba qué cerca tenemos a la muerte en nuestra cotidianidad, ¿no?
Pero normalmente me sorprende la poca muerte que vemos. Quiero decir, en una ciudad como Madrid. Cerca de casa tengo un parque muy grande donde voy a caminar, lleno de aves, de muchos peces, y me sorprende no ver muerte ahí. Un día se lo comenté a Arsuaga, porque él dice que donde hay mucha vida también hay mucha muerte, y le dije: “Yo debería ver animales muertos en ese parque, porque se tienen que morir en algún momento; y los animales no son como nosotros, no sepultan a los muertos”. Él me dijo: “Un cadáver en la naturaleza no dura nada”.
— Pero la pandemia sí que nos hizo ver la muerte de cerca, y de forma muy dura.
Sí. Aquí las cosas fueron muy feas, sobre todo en las residencias de la tercera edad. Hubo un momento en el que no había respiradores, y las autoridades sanitarias hicieron protocolos que se tradujeron en esto que se llama triaje, que es seleccionar. Es decir, si había dos personas para un respirador y una tenía 80 años y la otra 40, naturalmente se elegía a la de 40 y ahí sucedieron cosas muy crueles. En algunos casos, hubo bomberos entrando a residencias y encontrándolas llenas de cadáveres.
— ¿Tuvo miedo de morir?
Yo viví la pandemia con terrores retroactivos. Es decir, ahora me doy cuenta de lo tremendo que fue estar encerrados tres meses. Yo me defendí de aquello escribiendo, pues tenía mucho material acumulado, precisamente para este libro. Me he angustiado con efectos retroactivos. Seguramente, un mecanismo de defensa para no enloquecer. Pero si ahora me dijeran: “Tienes que volver a hacer un confinamiento de aquellas características”, no sería capaz.
La muerte contada por un sapiens a un neandertal
Penguin Random House 2022
Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga
Precio aproximado del libro físico: S/. 89
También disponible en e-book y audiolibro
— Escribió este libro sobre la muerte durante la pandemia, ¿esto afectó o influyó en algo en su escritura?
Creo que no. La pandemia y la escritura funcionaron de compartimientos estancos. De hecho, creo que ni siquiera menciono la pandemia en el libro, y no lo hago porque tuve voluntad de no mencionarla. He discutido esto con algunos amigos, pues recientemente dos amigas han publicado magníficas novelas a las que solo les vi un fallo, y es que las dos metían la pandemia en la historia. Yo tenía la sensación de que al introducir la pandemia le daban una fecha de caducidad a la novela, porque yo siempre he pensado en la pandemia como algo con fecha de caducidad. Me parece que al introducirla se somete a esas novelas a una temporalidad innecesaria y que quizá las haga envejecer rápido. Cuando aparece un libro que dice “fue escrito durante el confinamiento de la pandemia”, de entrada no lo quiero. A mí me interesa la pandemia en mi condición de ciudadano en aspectos cívicos, pero no me interesa como escritor ni como lector.
— ¿Ha logrado, entonces, reconciliarse con el temor a la muerte?
Yo he coqueteado mucho con la muerte y creo que desde muy joven no había día que no pensara en la muerte. Y es verdad que de joven pensaba en ella de manera dramática, pero como los adolescentes y jóvenes piensan en la muerte. Ahora pienso más en ella en términos administrativos, es algo que hay que resolver y no tiene ningún dramatismo. Tengo la impresión de que algo que le ocurre a cualquiera, porque a cualquiera se le ocurre morirse, no puede ser importante. Es un suceso demasiado banal. La muerte ahora mismo me parece una banalidad. Es verdad que estoy sano, que me encuentro bien, y que si el médico me diera mañana un susto no lo vería así. Pero hablo desde el momento en el que estoy y a la edad que tengo. La muerte es una banalidad y un descanso.
— ¿La vida también es algo que le ocurre a todo el mundo ?
No, porque todo el mundo se muere, pero no todo el mundo nace. Hay más gente que no ha nacido que la que ha nacido, de modo que no le ocurre a todo el mundo.
— En todo caso, a quienes nos ocurre la vida, nos ocurre de modo distinto.
Sí, claro. Y cada quien tiene sus obsesiones. Una de las mías ha sido la muerte. Nosotros nos hemos tomado la muerte fatal, pero realmente qué ocurre, que te transformas en otra cosa. El agua cuando hierve acaso muere? No. El cuerpo cuando cambia de fase, ¿muere? Se transforma en tierra, sirve de abono... lo único que muere de verdad con la muerte individual es el yo, pero el yo es muy poca cosa. Si alguien cree que su yo es importante, no tiene más que mirar todos los yo que hay en el mundo.
— Pero estamos en la época de la explosión del yo, ¿qué hacemos, entonces?
¡Pues morirnos!