(Foto: GEC)
(Foto: GEC)
Pedro Ortiz Bisso

Hace pocos días, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, informaba que solo quedaban suministros médicos para una semana en el estado. Manhattan, en tanto, se convertía en una ciudad fantasma conforme el número de infectados por el COVID-19 crecía exponencialmente. El último martes la barrera de los mil muertos fue superada.

Ante la emergencia se han improvisado una serie de lugares para atender a los enfermos. Uno de ellos es Central Park, uno de los más visitados del mundo, albergue del Museo Metropolitano, un zoológico, restaurantes, lagunas, juegos infantiles y otros sitios de interés. Sobre uno de sus tapizones verdes se ha levantado un hospital de campaña con alrededor de 70 camas y 10 respiradores mecánicos en vista de que la capacidad de los sanatorios neoyorquinos ha sido rebasada largamente.

En otros lugares del planeta, se han tomado medidas similares. En Londres, el Excel auditorio ha sido transformado en un hospital para 500 camas; en Teherán han hecho lo mismo en un centro comercial; Madrid ha transformado su centro de convenciones en un gigantesco sanatorio y sobre el césped del estadio Pacaembú, en Sao Paulo, 200 camas aguardan a quienes requieran atención por el nueve coronavirus.

La emergencia obliga a tomar decisiones rápidas a fin de preservar la vida, en particular la de los más vulnerables. En Lima, el alcalde metropolitano puso la mira en los indigentes y ha habilitado un albergue temporal en la Plaza de Acho. Un total de 122 personas tienen ahora techo, una cama tibia, comida, atención médica, y, sobre todo, mayores armas para enfrentar los embates de la pandemia.

El objetivo es preservar la vida. Aunque haya algunos que crean que no es tan importante.

Contenido sugerido

Contenido GEC