En entrevistas previas con la escultora Silvia Westphalen, a su voz solían sumarse los agudos sonidos de una moladora, un quejido metálico que resuena entre nubes de polvo del mármol travertino. Pero esta vez no estamos en el taller de la artista, sino en la silenciosa galería del Centro Cultural Inca Garcilaso. Las obras ya están dispuestas, algunas realizadas a lo largo de estos dos años de pandemia, y otras que podrían formar una breve antología de su carrera. “Selva” se llama la exposición que inaugurará el próximo martes 22 de marzo, en la que persiste en su exploración de la piedra, que ella corta y rebana hasta formar figuras que nos remiten a frágiles formas de la naturaleza.
Westphalen, que vivió sucesivamente en Lima, Roma, Ciudad de México y Portugal, donde dirigió el Departamento de Escultura en Piedra del Centro Cultural de Évora, para regresar al Perú hace ya 20 años, ha dedicado buena parte de los últimos años a recorrer la Amazonía peruana. Su última experiencia fue en el caserío de Cocachimba, cerca de las cataratas de Gocta, en el departamento de Amazonas: su plan, además de reconectarse con la naturaleza, algo muy enriquecedor para su trabajo, era realizar una serie de geoglifos. A 1800 metros de altitud, esta zona de selva alta presenta formaciones rocosas fascinantes, aunque de piedras demasiado duras para el equipo que llevó la artista. Tres semanas después, llegó a realizar una figura sobre la piedra, antes que por accidente, un borde filoso le causara un tajo a la altura del muslo. Una visita de emergencia a la posta médica y seis puntos de sutura después, tuvo que desistir. Sin embargo, en la galería el viaje se nos hace más seguro: En “Selva”, a su trabajo escultórico la artista acompaña 13 dibujos realizados con lápices de color.
Tus esculturas plantean una curiosa relación con el observador. Hay piezas que exigen verse desde abajo, a la manera de tótems. Otras, más bien parecen ofrendas que nos obligan a bajar la cabeza. También hay una relación distinta en obras que cuelgan en la pared o están en el suelo. ¿Cómo piensas esa relación entre pieza y observador?
Me gusta mucho la cercanía entre mi obra y las manos de la gente. De hecho, en la exposición vamos a poner un aviso que diga “está permitido tocar”, algo que me parece muy importante: despertar el sentido del tacto.
Tocar una obra es una posibilidad que suele estar prohibida…
Y más en estos tiempos de pandemia, en los que nadie se atreve a tocar nada. Me interesa también esta invitación a mirar desde arriba las piezas, como cuando uno observa el fluir del agua de un río.
Una forma de replicar el acercamiento al arte con el de la naturaleza. La forma tradicional de acercarnos al arte es desde una dimensión canónica: nos separa de ella un pedestal...
Sí. Siempre he tenido esas ganas de ir al encuentro del espectador. Me gustaría mucho poner esculturas en espacios públicos, tenerlas muy cerca, sin pedestales, olvidar esa idea de una escultura fuera del alcance de la gente, sino todo lo contrario.
Se habla mucho de la referencia en tu obra de las formas orgánicas, pero hay muchas piezas que generan un eco clásico. Hay piezas que, por sus formas y ritmos, nos recuerdan a ejemplos canónicos de la escultura, “La victoria de Samotracia”, por ejemplo. ¿Tiene tu trabajo un guiño con los clásicos?
Conscientemente, no. Pienso mucho más en este enfoque a la naturaleza, con sus formas tan diversas y tan cambiantes. Sin embargo, es verdad que nuestra imaginación siempre estará marcada por imágenes de la historia de la escultura que nos han marcado, tanto a mí como al espectador.
¿El propio material impone su narrativa?
También. Yo parto mucho del material, de la forma de la piedra, que es de donde salen las formas que voy a darle. Por ejemplo, tenía una piedra de formas muy extrañas, con estalactitas en su interior. Traté de mantener esa presencia e ir trabajando a partir de eso, dejando esos agujeros y esas texturas, dándole una forma acorde. Es muy extraña esa pieza: un travertino con una capa de ónix, que crea ondas circulares que me fueron dictando las formas. Me costó mucho trabajo y tiempo concluirla. También estuvo allí la mano de Johanna Hamman: yo había dejado una parte sin trabajar, tal cual, pero ella me dijo: ¡No, no... tienes que trabajarla toda! Y así lo hice.
¿Cada piedra es una exigencia distinta?
Uso siempre travertinos de colores muy diferentes. También está el ónix y los alabastros, que son tan ricos para trabajar porque son muy suaves, y poseen una particular refracción de la luz. Me encanta el alabastro.
¿Cuánto ha tenido que ver la soledad a la que nos sometió la pandemia con esta exposición?
Los primeros meses, cuando no podía ir a mi taller, me dediqué de lleno a dibujar. Son trabajos en papel que están incluidos en la muestra. Fue otra exploración de formas, siempre muy ligadas a la naturaleza, a la contemplación de las formas. Esos dibujos han pasado a un trabajo posterior, a la piedra. Disfruté mucho volver al taller al levantarse la cuarentena. Fue un tiempo necesario para entrar en otro ritmo, observar otras cosas, dedicarme a la lectura. Siempre he tenido la tendencia de seguir trabajando, pensar en mi obra como algo siempre continuo. Pero este frenazo tuvo algo de bueno. No deberíamos esperar a una pandemia para poder detenernos a pensar.
¿Qué diferencias encuentras entre un lápiz de color y una moladora?
Hay una libertad muy grande con el lápiz, la libertad total de encontrar las formas que una quiere. Con la moladora, sin embargo, tienes la posibilidad de entrar a la forma en sus tres dimensiones, que es lo que a mí me encanta. Son dos vías de trabajo muy distintas, ciertamente, pero siempre pienso que, para mí, la moladora es también como un lápiz. Tengo la misma actitud al enfrentarme al papel que a la piedra. Se trata de empezar a dibujar y ver qué pasa.
Tus piezas nos atan con un sentimiento primitivo, con el lenguaje básico de la escultura. Manteniendo la abstracción, nos hablas de los orígenes de la escultura. Hoy, cuando gran parte del arte se ha convertido en efecto y en gesto que busca ser ingenioso, pero termina siendo muy leve. ¿Qué persigues con tu trabajo?
El contacto con el material para mí es muy necesario. Venir trabajando tanto tiempo con la piedra ha construido una relación muy intensa, que, como dices, es algo que ya no se ve tanto. Los artistas pasan de un material a otro, sin establecer una relación fuerte con ellos. De hecho, el tiempo, lo que demora crear una obra, es algo que va marcando mi trabajo.
Sepa más
Dónde: Centro Cultura Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores, Jr. Ucayali 391, Lima. Inauguración: Martes 22 de marzo, 12 m. Temporada: Hasta el 8 de mayo, de martes a viernes de 10 am a 8 pm; sábados, domingos, de 10 am a 6 pm. Ingreso: libre.
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