En el mejor de los casos era la modelo retratada. Ocurre que en aquellos primeros tiempos de la fotografía, el papel de la mujer estaba signado por un alto grado de infrarrepresentación: ayudando a sostener a los niños retratados, orientando las fuentes de iluminación, auxiliando en los procesos de revelado en el cuarto oscuro. Inclusive Constance Mundi (1811-1880), considerada la primera terrícola en tomar una fotografía —unos versos brumosos del romancero irlandés Thomas Moore—, sería reconocida como tal cuando adoptó los apellidos de su marido, Fox Talbot, científico que habría de experimentar con las llamas de color, la luz monocromática y los cambios que la química opera en la luz antes de inventar el calotipo (1830), ese fijador de imágenes en negativo sin que la luz las haga desaparecer.
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Sería otra mujer, Anna Atkins (1799–1871), quien en la década de 1840 ensaye con los procesos de impresión por contacto, el cianotipo. Y cuando apareció el daguerrotipo en el mundo, Julia Margaret Cameron (1815-1879) tomaría una cámara entre sus manos para vender por lo menos ochenta grabados al Victoria and Albert Museum (1865), que tres años después establecería un estudio de retratos. Así asfaltaron la aparición en las calles de Jessie Tarbox Beals (1871-1942), la primera foto-reportera de la historia. Para 1920 había 101 fotógrafos negros en EE.UU., una de ellas era Florestine Perrault (1895-1988), cuyos orgullosos retratos terminarían por subvertir los estereotipos de su raza.
Y con la llegada de la modernidad, sobrevino el empoderamiento. Y la explosión: Berenice Abbott, Ilse Bing, Lola Álvarez Bravo, Imogen Cunningham, Madame d’Ora, Florence Henri, Elizaveta Ignatovich, Consuelo Kanaga, Germaine Krull, Dorothea Lange, Dora Maar, Tina Modotti, Niu Weiyu, Tsuneko Sasamoto, Gerda Taro y Homai Vyarawalla, entre otras, comandaron el fenómeno global que en la década de los 20 se llamó ‘de la nueva mujer’. Más de 120 fotógrafas en veinte países generaron cambios auténticamente revolucionarios en la vida y el arte hasta 1950, tumultuoso período lacerado por dos guerras mundiales que las mujeres hicieron suyo gracias al empleo vanguardista de la cámara, perfectamente verificable en la muestra “The New Woman Behind the Camera” que se exhibe en el MET de Nueva York.
-Ícono y revelado-
Desprovistos como estamos de un estudio histórico riguroso acerca de la presencia femenina en la historia de la fotografía peruana, será tras bambalinas donde encontremos algunos vestigios. En las ‘amas de leche’ cubiertas con una especie de proto-burka que sostenían a los niños de las familias más pudientes para ser retratados, por ejemplo. Eran tiempos borrosos, claro, post desembarco del daguerrotipista Maximiliano Danti en el Callao (1842). Luego atisbaremos a dos mujeres iluminando esa memorable fotografía de estudio que Martín Chambi hace en 1923. Su hija Julia, nacida en 1919, heredará la pasión paterna y participará en el revelado de imágenes icónicas, como el gigante de Paruro, el niño mendigo, el matrimonio Gadea – Arteta y la espléndida serie sobre Machu Pichu. Después, ella cultivará el retrato y el paisajismo.
Será a partir de los años 50, con la aparición de la cámara portátil, cuando las mujeres se convierten en documentalistas de familia y de viajes. La alemana Hannerose Herrigel (Dresde, 1916) se internará en las estribaciones de los Andes para capturar imágenes de honda belleza. Y desde su estudio miraflorino “Foto Jeannette” hará lo propio retratando a los niños del distrito. Paralelamente, Alicia Benavides (Arequipa, 1938) iría perfilando las credenciales que harán de ella la primera reportera gráfica del Perú desde inicios de los años setenta. He ahí el reguero de reportajes y retratos a celebridades del mundo de la política y especialmente del arte en Oiga y Caretas.
Lo cual nos remite a ese viaje impecable a través de los retratos de familia que Daphne Dougall (Buenos Aires, 1936) emprendería. Toda su obra es un delicado juego de veladuras y luz natural que el poeta Cisneros apostilló con certeza: “A la corta o a la larga es un tratado de la soledad”. Explorando otras formas de aislamiento, algo borroso y melancólico aunque siempre poblado de luz, la recientemente desaparecida Mari Cecilia Piazza (Lima, 1956) deja una obra perdurable en su extrañeza. Como la descarga simbólica de introspección y memoria que desprende la obra de Anamaría McCarthy (Nueva York, 1955). Retratos de estudio, moda, publicidad, experimentación, fotografía callejera, etnografía o fotoperiodismo: hoy no hay rubro que a la mujer le sea ajeno.
-Omisión y remedio-
¿Cuándo comienza a oficializarse la presencia femenina en la fotografía peruana? ¿Será con los primeros estudios fotográficos como colaboradoras o propietarias?¿Tal vez en los avisos publicitarios de cámaras compactas, cual potenciales fotógrafas de familia? ¿O acaso como reporteras gráficas en la prensa diaria? Son algunas interrogantes que las talentosas fotógrafas en activo Sonia Cunliffe, Paola Denegri, Ana de Orbegoso, Peruska Chambi, Carolina Cardich, Marice Castañeda, Cecilia Durand, Lorena Noblecilla, Mayu Mohanna y Carmen Reátegui intentan despejar.
De hecho, lo hacen desde la colectiva “Punto ciego, siempre estuvimos aquí”, una vuelta de tuerca a una historia local que empezó obviando el papel de la mujer. De modo que este puñado de artistas no tuvieron más remedio que comparar dicha omisión con un término clínico recurrente en la oftalmología: el punto ciego. Aquel que siempre está procesando información visual pero no llega a ser visibilizado por el ojo debido a una ‘falla’ de la naturaleza. Así, la consistencia de este grupo de imágenes son el principio de una larga, fructífera y contundente respuesta: ellas siempre estuvieron detrás del lente, haciendo posible, como por arte de magia, la impresión de la memoria. Solo era cosa de visibilizarlas.
Más información:
Inauguración: Domingo 3 de octubre.
Hora: 12 m.
Dirección: Jirón Batalla de Junín 260 Barranco
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