Grabado de la flota de Joris van Spilbergen.  (Foto: Universidad de Bielefeld)
Grabado de la flota de Joris van Spilbergen. (Foto: Universidad de Bielefeld)
Enrique Planas

En 1615, llegaron a la Nueva España noticias de que se aproximaba el peligro holandés. En agosto de ese año, la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales había enviado cuatro grandes barcos corsarios (con ‘patente de corso’ de sus gobiernos) en una “misión comercial” alrededor del mundo. Sin embargo, nada de pacífico había en el fuerte armamento a bordo de sus seis navíos, liderados por el almirante y corsario neerlandés Joris van Spilbergen. Tras arrasar las costas de Chile, amenazó el , derrotando el 18 de julio de ese año a la flota enviada por el virrey Marqués de Montesclaros en el Combate de Cerro Azul, cerca de . Quinientas bajas se contaron entonces en huestes peruleras.

Escritora Irma del Águila, autora de "El hombre que hablaba del cielo", una novela histórica que nos traslada a los tiempos de bucaneros y piratas en la Lima del siglo XVII.
Escritora Irma del Águila, autora de "El hombre que hablaba del cielo", una novela histórica que nos traslada a los tiempos de bucaneros y piratas en la Lima del siglo XVII.
/ ROLLY REYNA

Entonces van Spilbergen enrumbó hacia el Callao, alistándose para el saqueo del puerto y de la cercana capital, tres días después. En toda Lima, se había esparcido el rumor de que el corsario calvinista entraría al Convento de Santo Domingo para profanar su altar. Enterada de la herejía, la terciaria dominica Isabel Flores de Oliva, corrió hasta el templo y escudó con su cuerpo la eucaristía dispuesta a entregar su vida en su defensa.

Es extraño, pero Spilbergen no desembarcó en el Callao. Atacó e incendió Casma, subió luego a Paita y luego de soltar a sus cautivos en Acapulco, no regresó a nuestras costas. Para muchos, Lima se salvó por milagro de la futura Santa Rosa de Lima. Aunque los estudiosos sospechan, más bien, de las fiebres que se habían apoderado de la flora holandesa, ya maltrecha tras el combate de Cerro Azul.

Santa Rosa junto al rey de España como la defensora ortodoxa tridentina de la Eucaristía. Anónimo cusqueño, del siglo XVII. Colección del Museo de Osma.
Santa Rosa junto al rey de España como la defensora ortodoxa tridentina de la Eucaristía. Anónimo cusqueño, del siglo XVII. Colección del Museo de Osma.

La escritora Irma del Águila (Lima, 1966) ve reeditada “El hombre que hablaba del cielo”, novela que -literalmente- aborda aquella travesía y pone a dialogar al corsario neerlandés con Esteban Quintero y Saldarriaga, piloto del hundido Galeón Santa Ana tomado prisionero. Ganador del III Premio de Novela Breve Cámara Peruana del Libro en 2011, casi una década después, el libro mantiene frescas sus verdades literarias: cómo la aparición de las nuevas tecnologías acompaña los grandes cambios en el pensamiento. La autora descubrió esta historia leyendo sobre la historia del telescopio, cuando encontró que la primera mención del invento a bordo de una embarcación se relaciona con esta flota corsaria que sitió el puerto del Callao en julio de 1615. El hallazgo la llevó a otro: en un documento del Archivo de Indias, toma nota de las declaraciones de un cautivo de la tropa holandesa, quien tras ser soltado en Acapulco fue interrogado por la Audiencia de México. Allí declara, entre otras cosas, que él había visto que los corsarios llevaban unos “canutos” que podían ver a seis leguas de distancia, una verdadera maravilla. El telescopio (llamado entonces “lente espía”) ya empezaba entonces a revolucionar la navegación.

Retrato de Joris van Spilbergen (1568-1620)
Retrato de Joris van Spilbergen (1568-1620)

“Eso me llevó a una reflexión sobre lo que implicaba ver y mirar”, explica la escritora. De un lado, los grandes descubrimientos de Galileo desmontan la idea del paraíso medieval y plantea crear una idea de cielo divino más abstracta. Y, por otro, la aparición del microscopio y el telescopio colocan la acción de mirar en el centro del proceso de investigación científica, lo que le permite a la ciencia moderna avanzar y revisar una serie de supuestos, por ejemplo, que no la tierra el centro del universo.

-Como fue el telescopio en el siglo XVII, ahora las nuevas tecnologías también tienen que ver con la mirada, solo que reducida al espacio de una pantalla…

Las tecnologías de hoy tienen otros retos: es la idea del hombre autónomo, que puede hacer todo sin levantarse de su silla. Tener miles de amigos, pagar el banco, incluso tener relaciones eróticas a través de un aplicativo. Está hiperconectado, pero no hipercomunicado.

Spilbergen se reunió en 1602 con el rey de Kandy (hoy Sri Lanka) Vimala Dharma Surya I para desarrollar el comercio de la canela entre Asia y los Países Bajos.
Spilbergen se reunió en 1602 con el rey de Kandy (hoy Sri Lanka) Vimala Dharma Surya I para desarrollar el comercio de la canela entre Asia y los Países Bajos.

-Tu novela nos instala en esa Lima de inicios del XVII, asediada por corsarios. ¿Cuánto se parecen aquellas paranoias a las de la Lima actual, una ciudad que siempre se siente insegura, asediada por extranjeros?

La Lima española se funda ya con esa paranoia. Se instala rodeada de indígenas, recuerda que “El cercado” era literalmente un barrio donde se encerraban a los indígenas. Vivían permanentemente con un miedo al llamado “cerco de Lima”, una pesadilla colonial que se revivió en los años de Sendero Luminoso. Por eso se construyen las murallas. Para muchos, erigir una muralla a fines de siglo XVII era algo poco efectiva contra los corsarios, sin embargo, se especula, sirvió de protección emocional y política contra un posible cerco de la ciudad. Cuando llegan los corsarios, se les teme por la violencia de sus actos, pero suscitaban también terror por tratarse de “herejes” para la religión católica.

-Al miedo a la violencia se le suma el pavor por lo extranjero…

Al extranjero con ideas subversivas, además. Un miedo que llevó a arranques de histeria colectiva. Recordemos como la joven Rosa de Lima sale junto con otras señoras a custodiar al altísimo en el convento de Santo Domingo en caso de que los corsarios entraran a profanar los santos lugares. Entonces, no solo ella, sino muchas mujeres se paseaban por las calles presas de raptos místicos, pidiendo al señor que se apiade de la ciudad de Lima. Hoy, ciertamente en nuestra ciudad hay lugares muy críticos, pero está muy lejos de los índices de violencia de Caracas o Kingston (Jamaica) que registra la ONU. Sin embargo, volvemos a esta idea de violencia producido por un enemigo externo, en este caso los venezolanos. ¿Por qué desde hace dos años venimos resaltando crímenes de venezolanos y no los otros? Leía los índices de criminalidad en Lima y, contrariamente a lo que se piensa, no hay un incremento significativo en los últimos años. ¿De qué hablamos entonces? Queremos ver el lunar pero no el cuerpo del delito. Es fácil ganarnos por la emoción.

-¿Los traumas que Lima arrastra provienen de su fundación española?

La inquisición sirvió como un instrumento de control social al reprimir los brotes herejes y las idolatrías indígenas, así como cualquier idea que pueda cuestionar el orden político y religioso. Por eso sirvió muy bien al propósito colonial. Ahora, los sicosociales creados por algunos movimientos políticos se ceban en la xenofobia para hacernos creer que nuestros problemas se solucionarán con la salida de los venezolanos. Como si el Perú hubiera sido Suiza hace 10 años. Pero todo ello sirve para el control social.

¿Los venezolanos de hoy son los corsarios de antes?

Así es. Y han llegado a pie, no en una flota armada.

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