“Los evangelios gnósticos”
Autora: Elaine Pagels
Páginas : 257
Editorial: Paidós Orientalia
Empecemos diciendo que la historia del hallazgo de esto sevangelios es digna de una novela o película. Excavaciones, robos, persecuciones, sangrientas venganzas y más forman parte del periplo de unos documentos que estuvieron ocultos durante 1600 años, acaso por el poder de sus revelaciones y por cómo desafiaron al cristianismo ortodoxo que, en los siglos I y II de nuestra era, hizo imponer su versión de los hechos.
Publicado en 1982, el libro de la profesora Pagels analiza el contenido de estos escritos “heréticos” (así se los llamó para condenarlos), que en realidad no hacen más que ofrecer una perspectiva diferente –y muy interesante– sobre la concepción cristiana: un Jesús mucho más iluminador y espiritual que el de los evangelios oficiales, la presencia de lo femenino en lo divino (Dios como padre y madre), o la resurrección entendida en un sentido simbólico y no literal.
Además de que ayudan a entender las implicaciones políticas en los orígenes mismos del cristianismo, “Los evangelios gnósticos” nos abren el conocimiento hacia una mayor diversidad de interpretaciones y creencias. Y no con un afán polémico gratuito, sino con el propósito de abrazar la manera en que una y otra aproximación –la gnóstica y la ortodoxa– se influyen mutuamente hasta nuestros días.
“Poesía animal”
Autora: Ana Vera (con ilustraciones de Víctor Ynami)
Páginas : 54
Editorial: Ámbar
Tiene un poco del “Concierto animal” de Blanca Varela y algo también de la rica fauna que poblaba la poesía de José Watanabe –entre mantis, lenguados y animales de invierno–. Delicadas figuras, logradas alegorías, rasgos compartidos con la más silvestre humanidad. Ana Vera recurre a la lúdica imaginación de una niña para construir estos pequeños poemas en los que su protagonista juega a emular a tigres, cóndores, caracoles y osos panda. Y en ese proceso de escritura de los versos, que se complementan con las ilustraciones de Víctor Ynami, va descubriendo sus singularidades y perfilando a esos seres que no mira como a simples inferiores, sino como cohabitantes de un mundo enormemente diverso.
Es por eso que la perspectiva planteada por Vera a través de los ojos de la niña es de una sensibilidad entrañable. Acaso los mejores momentos del libro son aquellos en los que se atreve a explorar –con sutileza y sin grandes aspavientos– la tristeza o la crueldad que deben afrontar algunas vidas animales: “Nunca pierdo la sonrisa,/ aunque me quieran capturar”, dice un delfín; “Ya sin ramas de hojas frescas,/ desfilo con una flor artificial”, hace lo propio un mono de circo. Breves pasajes en los que la alegría se torna en una melancolía francamente conmovedora.
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