En su casa de Barranco, Núñez Carvallo posa Junto al gato Felipe y los perros Trotsky y Nietzsche. (Foto: José Rojas Bashe)
En su casa de Barranco, Núñez Carvallo posa Junto al gato Felipe y los perros Trotsky y Nietzsche. (Foto: José Rojas Bashe)

Es un libro que se lee como una buena película. De esas que te mantienen casi sin pestañear, pero que también te dan tiempo para la contemplación, para la reflexión sobre sus personajes. “Sueños bárbaros” apareció en el 2010 y es, hasta hoy y para nuestro gusto, la mejor novela peruana publicada en lo que va del siglo XXI. Una obra que tiene como protagonista a quien fuera un personaje real: el actor Rafael Delucchi, amigo de medio Lima y criador de otorongos. Figura en torno a la cual se despliega una danza de personajes –también reales– del Perú de los años 80 y 90.

Pocos días antes de que el país entrara en cuarentena obligatoria, el autor del libro, Rodrigo Núñez Carvallo, nos recibió en su casa de Barranco donde desde ya tiempo antes vive su propio y voluntario aislamiento, junto a sus perros Nietzsche y Trotsky y su gato Felipe. “No me interesa lo que se piensa de mi obra –asegura sobre la novela, que acaba de ser reeditada por Planeta–. Mientras menos peliculina haya alrededor, más feliz me siento y más aislado vivo. Sé que hay gente que escribe para que la reconozcan. Pero a mí lo que me gusta es simplemente escribir”.

¿Has hecho cambios a esta nueva edición?

No, yo prefiero no releer las cosas del pasado. Esta edición está tal cual. Le he quitado un agradecimiento que es extemporáneo, de unos amigos que ya no son mis amigos. Pero no he querido ni revisarla. ¿Para qué darle la vuelta al pasado? ¡Tan bonito que es el presente! Sí tengo una memoria más o menos amplia del libro, pero no quiero regresar. Quizá tiene algo que ver con mi madre [Cota Carvallo], un rechazo a cierta actitud nostálgica que ella tenía. Siempre estaba recordando el pasado. Creo que tenía que ver con esa idea del sacrificio de la madre, de dedicación, hasta de santidad. Y yo no tengo eso. Además, la labor de los libros ya hechos es que corran solos. Al publicarlos, uno ya hizo todo lo que podía haber hecho. Por eso me parece muy feo eso corregir los libros. Bayly, por ejemplo, ha reescrito todas sus primeras novelas. Eso no vale. Es sospechoso y no vale. El hecho de corregir un libro después de publicado quiere decir que no entregaste lo mejor de ti.

Dices que quitaste un agradecimiento. ¿Te enemistaste con mucha gente? ¿No te generó problemas poner a todos los personajes con sus nombres reales?

No, no. Sencillamente fue una pareja de amigos con los que me peleé porque mi perro Nietzsche se cagó en su sala. Me hicieron un escándalo por una cagadita que yo mismo levanté con mi papel higiénico. Y les dije chau. Nada más, una cosa tonta. Pero mis amigos siguen siendo los mismos. No he perdido muchos en la vida. Se han integrado otros más bien.

¿Cuánto de ti mismo hay en el libro? Por momentos pareciera que mucho del protagonista, Rafael Delucchi, fuera tuyo.

Yo hago un cameo hitchcockiano, aparezco una sola vez. Y salgo con mis muletas, además. Y sí, Rafael fue de alguna manera una suerte de álter ego. En la vida personal, no en la literaria. Fuimos muy amigos y hay muchas cosas que supongo que me transmitió o estimuló en mí. Por ejemplo, su obsesión por la película propia, o el amor por los animales. Y mírame a mí ahora, rodeado de mascotas. Creo que esas cosas se van pegando de amistades entre hombres que duran tiempo y permanecen, se fructifican. Él era como 15 años mayor que yo, y en esas amistades intergeneracionales se establece una suerte de relación padre-hijo. En la amistad entre hombres, ojo, porque la amistad con mujeres es totalmente distinta, responde a otra lógica, tiene otras leyes. Entonces, creo que la amistad no se ha valorado lo suficiente. Y “Sueños bárbaros” es un homenaje a la amistad.

Como Rafael, hay varios personajes en el libro, amigos tuyos, que ya han fallecido. ¿Cómo abordas la muerte del otro, del amigo?

Yo soy poco sentimental, la verdad. No me gusta la exageración de los afectos, la ventilación de los quereres con demasiado aspaviento. Por lo general son cosas un poco mentirosas. Es mejor el silencio, la quietud y la autorreflexión. Pero creo que yo conjuro la muerte de los amigos convirtiéndolos en personajes importantes. Tengo algunos cuentos que son casi homenajes. Por ejemplo, yo tenía uno, Alejandrino Maguiña, poeta de la generación del 50, que tuvo una vida desastrosa por distintas razones. Se murió hace 10 años. Entonces, a un pata que tenía una gran frustración literaria, qué mejor que convertirlo en un personaje literario. Por un lado, son formas de vengarse del infortunio, pero también una forma de homenajear la amistad, un sentimiento que se ha perdido. Hoy hay valores que son más grandes que la amistad: el dinero, el estatus, la profesión, el prestigio. El individualismo en general. El relato neoliberal ha calado muy fuerte en el alma de la gente. Se han debilitado muchas estructuras de cohesión social, de generación de identidades. En la mayoría de las universidades de hoy yo veo competencia, no compañerismo alguno. Todos se odian por sacar la mejor nota.

Rodrigo Núñez Carvallo (Lima, 1953), autor de "Sueños bárbaros". (Fotos: José Rojas Bashe)
Rodrigo Núñez Carvallo (Lima, 1953), autor de "Sueños bárbaros". (Fotos: José Rojas Bashe)

Has dicho que escribiste esta novela por la imposibilidad de hacer una película. ¿Jugar a la metaliteratura o al metafilme también es una forma de concretar lo soñado e inalcanzable?

Claro. Yo era consciente de que no iba a poder manejar a 100 personas para hacer una película, porque no tengo esa capacidad organizativa ni administrativa ni empresarial. Y para una película tienes que ser un tigre de la administración de escasos recursos. Eso conmigo no va, yo con las justas puedo administrar mi vida y la de mis perros. Entonces sentí que había una forma de venganza individual si uno imaginaba la película que quería hacer, a pesar de que no se hiciera. Se trataba de conjurar una frustración, que no era personal, sino una frustración generacional. Los que hoy tenemos 60 años o un poco más vivimos toda nuestra vida en medio de crisis. Nuestro periodo más florido fue la época de Velasco, cuando todo se suponía que avanzaba. Pero se acabó Velasco y vino una sucesión de gobiernos malos, represivos y corruptos. Todas las ilusiones que tuvimos en nuestra juventud no pudieron concretarse. Yo veo a muchos amigos de mi generación que llegan a los 60 y no han hecho nada que tenga una trascendencia. Y no digo una trascendencia social, sino una para ellos mismos. Por eso hacer esta especie de simulacro de película para mí fue muy satisfactorio y me quitó todas esas frustraciones generacionales.

Sin embargo, eso podría convertirlo en un libro muy amargo y oscuro. Pero no lo es.

No, para nada. Es horrible eso del viejo que se lamenta de que la vida es una mierda y el pasado fue mejor. Eso no va conmigo. Quizá por eso es que con casi toda la gente de mi generación me aburro. Todos están pensando en su AFP y en una jubilación digna, y eso es lo último que yo quiero. Yo solo quiero morirme escribiendo o pintando, o haciendo cualquier cosa creativa que le dé sentido al día a día cotidiano. Como esos amigos a los que les quité el agradecimiento, que se han vuelto unos conservadores espantosos. Cuidan el piso de su casa y no la amistad de sus amigos.

En una parte del libro, un personaje dice que algunos cineastas no tenían suficientes lecturas. ¿Qué piensas de esos cineastas que no leen, de los músicos que no van al cine o de los pintores que entienden nada de música, por ejemplo?

Es bien frustrante eso. Hoy en día el arte es integración. Cada disciplina por separado no llega a ningún sitio, se tienen que alimentar mutuamente. Alguien que reduce su espacio de contemplación y reflexión se autolimita. La única salida es la reintegración de las artes, mezclar todo de nuevo, volver a fundir los materiales originarios y que de esa fundición salgan nuevas cosas. También me preocupa esa gente que solo escucha un género de musica, o los que solo ven cine negro, o los que solo leen el boom latinoamericano. Esas cosas unidimensionales en tu absorción cultural dan que pensar. Creo que tiene que ver con una imagen anticuada de la superespecialización de las artes. Jamás entenderé al cineasta que no lee novelas ni al escritor que no va al cine. A veces no lo hacen por ignorancia, pero otras veces creo que es por necedad. Y eso es peor.

¿Ves cine peruano actual? ¿Te parece mejor o peor que antes?

A ver, hay un cine comercial que es una basura. Y hay también un nuevo cine exploratorio, que ofrece cosas diferentes. Me gustó “Wiñaypacha”, por ejemplo. Y no me gustó “Retablo”. Me pareció esquemática, poca trama para tanta película. Un producto demasiado pasteurizado. Aparte de eso, no he visto mucho más.

La última: ¿te sigue gustando Barranco, el principal escenario de tu libro?

No. Se ha sido distorsionado totalmente. No tengo nada contra la ‘chupandanga’, nada contra el Piselli, el Juanito o La Noche. Pero esos antros del Bulevar me llegan, pues. Son sitios feos, de borrachos anónimos. Y lo mismo el mercachifleo de algunos sitios medio pitucones como el Picas. Esos locales artificiosos también son horrorosos.

“SUEÑOS BÁRBAROS”

Autor: Rodrigo Núñez Carvallo

Editorial: Planeta

Páginas: 408

El libro puede adquirise en formato ebook en

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