Inicios de 1948. Adrián Flores Albán tenía 23 años cuando se enamoró de Eva, una bella mujer de tez blanca, cabellos castaños, lindos ojos y labios rojos. La atracción fue mutua e inmediata. No hubo cortejo previo, pero sí mucha entrega, aunque -al parecer- no la suficiente; pues la amada del compositor requería “fortuna”. No le bastó recibir “alma, corazón y vida”.
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“Conocí a Eva, cuando estaba en el ejército, la primera tarde que salí al puesto de vigilancia fronterizo Mayor Novoa, ubicado en la jurisdicción de El Huasimo”, recuerda el músico sullanense. “Aquel día, unos amigos me invitaron a tomar gaseosa con anisado, me embriagué, y en ese estado todos fuimos a un pueblito cercano que estaba de aniversario. Al llegar a la fiesta agarré mi guitarra y me puse a cantar. Al día siguiente desperté en medio de la tropa, con un fuerte dolor de cabeza y el uniforme puesto. Y mientras estaba tratando de recordar lo que había pasado, llegó a buscarme una joven que llevaba puesto un vestido azul marino con estrellitas plateadas. No supe quién era, pero cuando me tomó de la mano entendí que algo había surgido entre nosotros. Por eso escribo: ‘Recuerdo aquella vez que yo te conocí, recuerdo aquella tarde, pero no me acuerdo ni cómo te vi’”, añade.
Flores Albán, de 95 años, rememora con gran lucidez los sucesos que inspiraron su emblemático valse “Alma corazón y vida”. Los recuerda como si hubiesen ocurrido ayer.
“Nos comunicábamos a través de cartas, que un amigo soldado responsable de la correspondencia se encargaba de llevar y traer. La relación, que ya empezaba a enfriarse por parte de ambos, terminó definitivamente cuando ella me escribe que se iba a casar con Jorge, un pretendiente adinerado, que le ayudaba con los gastos del tratamiento médico de su madre. La carta decía: ‘Me caso porque no puedo seguir viendo sufrir a mi mamá’”, narra el artista.
Un año después de que el intenso romance entre Adrián y Eva llegara a su fin, el compositor inmortalizó sus recuerdos en uno de los más bellos temas del cancionero nacional.
“Estrené la canción en una picantería en Sullana, luego pasó de pueblo en pueblo. Y cuando, en noviembre de 1949 llegué a Lima, oí en La Parada -por casualidad- una grabación mala, de Teresa Bergamino, con muchas distorsiones. A raíz de ello, mi hermano me recomendó mostrar mi canción a grupos con experiencia”, cuenta Flores.
El insigne compositor recurrió primero a Los Morochucos, pero no logró contactarlos. Luego acudió a Los Embajadores Criollos, en quienes sí encontró respuesta. “Rómulo Varillas (voz) me citó donde vivía y mientras se afeitaba me pidió que cantara la canción. Le gustó mucho. Me dijo que regresara en la noche porque iban a tener ensayo. Eso fue un sábado, el lunes ya estaba sonando en la radio”, recuerda.
“Los embajadores criollos”, trío de moda de aquellos años, grabó en 1951 “Alma corazón y vida”. El famoso valse es un himno del criollismo peruano. Ha sido interpretado por el Trío Los Panchos, Django, Los Visconti, Raphael, Paloma San Basilio, el tenor Plácido Domingo, entre otros artistas, peruanos y extranjeros.
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