
Cuando empecé a ver “Chespirito: Sin querer queriendo”, lo hice por nostalgia. Quería volver a sentir esa chispa con la que crecí frente a la tele, mirando “El Chavo del 8”, riéndome con “El Chapulín Colorado” o emocionándome con los sketches pícaros del doctor Chapatín. Pero lo que no me esperaba era terminar con un nudo en la garganta y el corazón encogido al ver el episodio final. Fue mucho más que un cierre: fue una despedida a un ícono, a un creador que, sin querer queriendo, marcó la vida de generaciones enteras. Claro, todo esto sin tener una confirmación que habrá una segunda temporada.
La serie de HBO Max, que sigue los momentos más íntimos y profesionales de Roberto Gómez Bolaños y que fue planificada en primera instancia para una sola entrega, llegó a su fin tras ocho episodios que, lejos de ser una simple biografía, se sintieron como una carta de amor a la comedia blanca, a la familia y al arte de hacer reír sin hacer daño. Y el último capítulo… bueno, ese es otra cosa. Ese episodio número 8 no cierra con aplausos ni con risas de fondo. Cierra con un silencio que dice más que mil palabras. Nostalgia pura y el retrato una querida figura que también fue un humano, con puntos buenos, errores y decisiones cuestionables para muchos.
Titulado simbólicamente como “El final de un ciclo”, este último episodio nos muestra a un Roberto Gómez Bolaños alejado del reflector masivo, enfrentado no al público, sino a sus propias decisiones: las que tomó por amor, por miedo, por pasión, y las que, al final, definieron su legado. Si no lo has visto todavía, prepárate, porque lo que viene es pura emoción. Alista tus pañuelos porque, probablemente derrames alguna que otra lágrima.

¿QUÉ PASÓ EN EL ÚLTIMO CAPÍTULO DE “CHESPIRITO: SIN QUERER QUERIENDO”?
El Chanfle: algo más que una película
Uno de los momentos más reveladores del capítulo fue ver cómo Roberto decide escribir y dirigir su primer largometraje: “El Chanfle”. Lo que parecía solo un paso profesional más, termina siendo un acto simbólico. El guión, inspirado por su hijo y por su necesidad de explorar algo más allá de la televisión, se transforma en una metáfora sobre la familia, el amor, la humildad. Y quizá también por algo que en realidad quería en el fondo.
Lo más fuerte es cuando Graciela Fernández, su aún esposa en ese momento, lee el borrador. Ella no ve solo un libreto: ve un mensaje oculto que pudo haber sido escrito por el subconsciente de Chespirito. Detrás de los personajes, se refleja el deseo real de Roberto: estar con Maggie, su amante y confidente, a quien en la película escribe como su esposa. Fue como una confesión artística, un grito silencioso de lo que ya no podía seguir ocultando.

La salida de Don Ramón y el final de su relación con Marcos Barragán
Hay una escena que me tocó mucho y puede que a ti también te haya causado lo mismo. Y uno de los inmiscuidos allí es alguien que acompañó a Roberto desde antes de sus programas insignia. Ramón Valdés, el querido Don Ramón, decide abandonar el programa. Y lo hace sin grandes conflictos, sin portazos, sin acusaciones públicas. Simplemente se va. Angelines Fernández (Doña Clotilde), su amiga y confidente, con un intento desesperado por hacerlo cambiar de opinión. Pero él ya está decidido.
Lo que sí debo resaltar es que hubo algo que me impactó. Y es que Roberto nunca le dijo que las puertas quedaban abiertan para cuando decida volver, algo que sí ocurrió cuando Rubén Aguirre y María Antonieta de la Nieves tomaron un breve camino distinto.
No hubo reconciliación, ni promesas de volver. Solo un silencio doloroso y la certeza de que el alma de “El Chavo del 8” ya no volvería a sonar igual sin él ni sin Marcos Barragán (Quico), quien dicho sea de paso también se marcha, pero con un tono más sarcástico y menos afectuoso. Ver a Roberto aceptar ese vacío fue uno de los momentos más humanos del episodio.
El final del triángulo amoroso: las lágrimas de Graciela y la audiencia de la serie
No todo fue televisión y risas. El episodio también aborda el lado más crudo y humano de Chespirito: su ruptura definitiva con Graciela Fernández, la mujer que lo acompañó durante más de dos décadas. La escena es dura. No hay gritos, pero sí una tristeza que traspasa la pantalla y que ha estado generando infinidad de comentarios en las redes sociales.
Roberto se marcha de la casa, cargando no solo cajas, sino de 23 años de historia compartida. Se va a vivir con su hermano, y desde ahí, empieza un proceso interno. Ya no es el comediante brillante que arranca carcajadas. Es un hombre en busca de paz. Uno que, por fin, acepta que sus errores tienen consecuencias, incluso cuando vienen del corazón.

El cierre de un genio
El final de la serie no es espectacular. No hay luces ni fanfarrias. Pero es, sin duda, uno de los más honesto que he visto en una bioserie. Roberto, ya al lado de Maggie, se sienta frente a una pantalla chica. Ahí mira su vida: sus personajes, sus giras, su gente.
En un epílogo que te rompe por dentro, se escucha su voz: “Ahora me doy cuenta que no se trataba de mí, sino de todos... Todas las historias tienen un principio, pero también tienen un final… y por toda esa gente, para mí, valió la pena. Por ellos, valió la risa”.
Con esa escena final, Pablo Cruz, el actor que interpretó a Chespirito, se despide con una actuación impecable. A sus 41 años, logró algo dificilísimo: encarnar a un hombre que todos conocemos, pero que pocos comprendemos del todo. Su versión de Roberto es empática, frágil, brillante… humana.
Y aunque por ahora no hay planes confirmados para una segunda temporada, “Chespirito: Sin querer queriendo” ya dejó su huella. No solo nos recordó el genio de Roberto Gómez Bolaños, sino que nos enseñó que detrás del humor, también hay dolor, decisiones difíciles y mucho amor.

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