
Las series “El verano en que me enamoré” (Prime Video) y “Mi vida con los chicos Walter” (Netflix) se han convertido en dos de los títulos juveniles más comentados de los últimos tiempos. Ambas lograron enganchar al público con sus historias de amor, amistad y crecimiento personal, y aunque transcurren en escenarios distintos —una playa luminosa frente a un rancho en las montañas—, comparten varias similitudes que explican por qué han conquistado corazones adolescentes en todo el mundo.
LAS SIMILITUDES ENTRE LAS SERIES ADOLESCENTES
Para empezar, las dos ficciones nacen de novelas juveniles que ya contaban con un fandom fiel: Jenny Han creó la trilogía literaria en la que se basa “El verano en que me enamoré”, mientras que Ali Novak escribió “Mi vida con los chicos Walter”, primero en Wattpad y luego publicada en papel. Ese origen literario les da un tono íntimo, con narrativas centradas en la voz y perspectiva de sus protagonistas.

En ambas historias, los triángulos amorosos son el núcleo emocional. En la playa o en el rancho, la protagonista se ve envuelta en un romance dividido entre dos hermanos, lo que alimenta la tensión, el suspenso emocional y las inevitables comparaciones entre personajes. Este recurso clásico del drama adolescente se convierte en el gancho principal para mantener a la audiencia atenta episodio tras episodio.
El dolor y la ausencia de figuras parentales también funcionan como motor narrativo. En “El verano en que me enamoré”, la enfermedad y posterior pérdida de Susannah deja una huella imborrable en los hermanos Fisher. En “Mi vida con los chicos Walter”, la protagonista debe enfrentar la vida tras perder a sus padres, lo que la lleva a mudarse y reconstruirse en un nuevo entorno. En ambos casos, la tragedia impulsa maduración y autodescubrimiento.

Otro punto en común es la construcción de familias alternativas. Tanto los amigos veraniegos de Cousins Beach como los integrantes del rancho Walter terminan creando espacios de apoyo, cariño y convivencia que funcionan como un nuevo hogar. Esa idea de la “familia elegida” conecta de manera especial con jóvenes espectadores que buscan historias donde la pertenencia va más allá de la sangre.
Los escenarios, aunque diferentes, cumplen un rol fundamental: la playa y sus atardeceres en “El verano en que me enamoré” evocan nostalgia y romanticismo; mientras que los cielos abiertos y el entorno campestre de “Mi vida con los chicos Walter” transmiten libertad y frescura. En ambos casos, el paisaje no es solo un fondo, sino un catalizador de emociones y decisiones.
“El verano en que me enamoré” y “Mi vida con los chicos Walter” no solo destacan por su éxito individual, sino también por los muchos puentes narrativos y emocionales que las conectan.
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