
El 4 de julio, mientras muchos celebraban el Día de la Independencia, Nory Sontay Ramos, una joven de 17 años, descendía de un avión en Guatemala, un país que apenas recordaba. El Servicio de Inmigración (ICE) la había deportado junto a su madre, Estela Ramos, después de una cita que creyeron rutinaria. Lo que parecía ser un sencillo trámite terminó por cambiar sus vidas.
Hasta hacía pocos días, Sontay Ramos vivía en Los Ángeles, donde acababa de terminar el 11.º grado con honores. Era parte del cuadro de honor y una atleta destacada que había representado a su preparatoria en las finales de atletismo de la ciudad. Durante el verano, tenía pensado seguir entrenando campo a través, como parte de su preparación para el último año escolar.
Todo cambió el 30 de junio. Acompañada de su madre, acudió a una cita con inmigración. Ambas estaban tranquilas: ya habían asistido a controles anteriores sin problemas. Pero esta vez fue diferente. “ICE nos llevó a una habitación y terminaron diciéndole a mi mamá: ‘Su caso está cerrado, así que tenemos que llevarlos con nosotros’”, contó la joven al medio The 19th. Pese a las objeciones de su abogado, fueron detenidas.

El 1 de julio ya estaban en Texas. Y tres días después, deportadas.
Ningún familiar las esperaba al aterrizar en Guatemala. Gracias a una conexión a internet, lograron contactar a una de las hermanas mayores de Nory. Ahora viven con ella en una zona rural que, según un familiar, se encuentra en el departamento de Totonicapán. A pesar de sus raíces guatemaltecas, Nory no reconoce este país como suyo: salió de allí con apenas 6 años, y lo que recuerda está marcado por el miedo.
“Tenía miedo porque aquí hay pandilleros y trataron de matar a mi mamá”, relató. Un familiar vinculado a una pandilla agredió a su madre tan gravemente que tuvo que ser hospitalizada. Fue esa violencia la que llevó a madre e hija a huir a Estados Unidos hace más de una década en busca de asilo.
La vida allá tampoco fue fácil. Dejaron atrás a tres hermanos mayores y perdieron al padre poco después de llegar. La adaptación fue lenta. Nory y su madre son indígenas guatemaltecas que hablan quiché, un idioma que muy pocos comprenden en Los Ángeles. El inglés y el español representaron barreras, especialmente en sus primeros años. Incluso el español le cuesta, cuenta su prima Jennifer Ramos, quien la ayudó a aprender inglés con paciencia.
Aun así, la adolescente logró destacar. Sus maestros la reconocían, su comunidad la apoyaba, y su familia veía en ella un símbolo de esfuerzo. Por eso, cuando supieron que tenía una nueva cita con inmigración, todos cruzaron los dedos.

La noche anterior, la familia celebró el cumpleaños 45 de Estela Ramos. Pero el ambiente festivo se ensombreció cuando se mencionó la cita. “¿Seguro que deben ir?”, preguntaron. La respuesta fue la misma que tantas veces: si no asistían, ICE podía ir a su casa. Y su abogado había asegurado que todo iría bien.
Hoy, esa seguridad se convirtió en dolor. “Es injusto que una joven estudiante como ella haya sido detenida”, dijo su prima. “Esto debería ser la menor de sus preocupaciones”, agregó.
Un abogado ha presentado una moción para reabrir el caso ante la Junta de Apelaciones de Inmigración. Por ahora, Nory espera entre la incertidumbre y la tristeza, sin saber si podrá regresar algún día a la vida que tanto trabajo le costó construir.
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