
Lo que debía ser un sábado de celebración en el mercado de pulgas de Santa Fe Springs se convirtió en una escena de tensión, miedo y lágrimas. Agentes federales de inmigración realizaron una redada en pleno Día del Padre, deteniendo al menos a dos personas e interrumpiendo bruscamente la vida cotidiana de un espacio profundamente arraigado en la cultura latina y chicana de Los Ángeles. Las imágenes muestran agentes interrogando a familias y pidiendo documentos legales, en un operativo que aún deja preguntas sin respuesta.
LA TRISTEZA DE LOS VISITANTES COTIDIANOS DEL MERCADO
El mercado, fundado originalmente como autocine en 1953, ha sido durante décadas un refugio cultural y económico para una comunidad mayoritariamente hispana —más del 75 % según datos del censo—. Sin embargo, tras la redada del sábado, ese lugar vibrante se transformó.

Cientos de puestos cerraron, un concierto fue cancelado, y el bullicio característico del mercadillo fue reemplazado por el eco de pasos vacilantes y miradas desconfiadas. “Es muy triste estar aquí ahora mismo”, dijo Larry Zeledón, visitante habitual desde los años 80, al medio LA Public Press. “Es mi cumpleaños. El Día del Padre. Solo quería disfrutar”, agregó.
Lo que más dolió a muchos no fue solo la presencia de los agentes, sino el silencio de las autoridades locales. La administración del mercado aseguró que nunca fue notificada de la redada. La policía de Whittier, encargada de patrullar la zona, afirmó que tampoco participó. Y aún así, múltiples testigos reportan que los agentes llegaron armados, incluso con apoyo aéreo, ingresando por diferentes entradas. Algunos dicen haber visto a personal con apariencia militar. Otros aseguran que la seguridad privada del lugar no actuó.

PARA MUCHOS VENDEDORES, LA ESCENA FUE TRAUMÁTICA
Carlos, quien lleva más de 25 años vendiendo allí, filmaba a los agentes cuando uno de ellos se le acercó y le pidió su identificación. A su alrededor, el miedo se palpaba. “Esto ha destruido el negocio. Lo ha destruido todo”, comentó. Un vendedor llegó a escuchar a otro burlándose de la situación: “Sí, llamamos a Donald Trump”. El comentario, aparentemente hecho en tono sarcástico, cayó como una bomba emocional entre los presentes. “De nuestra propia raza”, lamentó otro, con lágrimas en los ojos.
El golpe económico también fue inmediato. En otro mercado más al sur de la ciudad, donde las redadas recientes han generado una ola de temor, una vendedora salvadoreña que pidió ser identificada como “V” dijo haber ganado solo US$49 ese día. “Valimos madres”, bromeó con resignación. “La situación está muy difícil. Mucha gente ya no viene por miedo a la migra”. Aun así, V sigue asistiendo a su puesto. “Si no trabajo, no como. ¿Cómo voy a pagar la renta?”, se preguntó con crudeza. “Dios es el único que está con nosotros aquí en la buena y en la mala”.
EL MIEDO NO HA PARALIZADO DEL TODO A LA COMUNIDAD
Esta situación también ha despertado una ola de organización y solidaridad. Olivia Gleason, organizadora comunitaria, recorría el mercado entregando tarjetas rojas con instrucciones sobre cómo actuar ante una redada. “El conocimiento es importante en este momento”, explicó. “Tenemos que ser nosotros quienes nos lo transmitamos. El estado no lo va a hacer”. Sus palabras reflejan una verdad incómoda: para muchos inmigrantes, el Estado no es un protector, sino una amenaza.
Lo que ocurrió en Santa Fe Springs fue más que una operación de rutina: fue una ruptura del tejido comunitario. El mercado no es solo un lugar de comercio, sino un santuario donde se cruzan generaciones, culturas y esperanzas. Cada puesto vacío, cada cliente ausente, cada canción silenciada representa una herida abierta. La pregunta que queda flotando entre los pasillos vacíos es clara: ¿qué se está protegiendo realmente cuando se siembra tanto miedo?
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