
Durante décadas, miles de inmigrantes indocumentados han buscado en Estados Unidos el ansiado “sueño americano”. Sin embargo, en los últimos años, las políticas migratorias más severas, el endurecimiento de los operativos del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) y el miedo a ser arrestados o deportados han hecho que algunos tomen una decisión extrema: irse por cuenta propia. Este es el caso de Regina Higuera, una mexicana que vivió durante 36 años en Los Ángeles, California. En ese tiempo formó una familia, trabajó en la industria textil y crió a sus hijos nacidos en suelo estadounidense. Pero el miedo constante a ser detenida por agentes del ICE la llevó a optar por una autodeportación: regresar voluntariamente a México para evitar una separación forzada.
El temor a las redadas y el alto costo de la vida marcaron su decisión
Regina Higuera, de 51 años, llegó a EE.UU. siendo joven y se quedó como indocumentada. Como madre soltera, sacó adelante a sus tres hijos trabajando como costurera. Pero la presión de los operativos migratorios y el miedo constante a ser arrestada marcaron un punto de quiebre. “Preferí irme por mi cuenta antes que vivir con miedo o que me deportaran a la fuerza”, relató en entrevista.
A esto se sumaba el alto costo de vida en California. Solo de alquiler, pagaba cerca de 1,700 dólares mensuales, sin acceso a beneficios públicos debido a su estatus migratorio. Su salario apenas cubría los gastos básicos y no veía un futuro estable.
El regreso a México: 36 años después
Ante este panorama, decidió regresar voluntariamente a México, específicamente a Guerrero, su estado natal, tras 36 años sin pisar su tierra. El proceso fue silencioso y discreto: no informó a muchas personas para evitar complicaciones. Su hija, Julie Ear, documentó el proceso en redes sociales, mostrando el viaje desde Los Ángeles hasta Tijuana, y luego el vuelo hacia Ciudad de México.
Al llegar a la frontera, el miedo seguía latente, pero el cruce fue más sencillo de lo esperado. Solo necesitó una identificación escolar mexicana para abordar el avión. “Cuando cruzamos la frontera sentí un gran alivio. Por fin estaba en casa”, relató Regina.

La emoción del reencuentro con su madre
Una de las razones que fortaleció su decisión fue reencontrarse con su madre de 90 años, a quien no veía desde hacía más de dos décadas. Ahora desayunan juntas cada mañana, algo que para Regina no tiene precio. “Por fin puedo abrazar a mi mamá. Eso compensa cualquier sacrificio”, comentó emocionada.
Ya establecida en México, vive en una pequeña casa de dos habitaciones que comenzó a construir tiempo atrás. Aunque la vivienda aún no está terminada, su situación económica es mucho más llevadera: sus gastos mensuales rondan entre 500 y 800 dólares, muy por debajo de lo que gastaba en Estados Unidos.
Actualmente lleva una vida semi-jubilada, aunque está dispuesta a realizar pequeños trabajos independientes, como venta de productos, tal como hacía en Los Ángeles. “Mi calidad de vida mejoró. No necesito mucho para vivir tranquila”, aseguró.
La autodeportación, una salida poco conocida pero cada vez más frecuente
Aunque no usó el sistema oficial del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), que permite notificar la salida voluntaria mediante la aplicación CBP Home, la decisión de Regina se considera una autodeportación. Es una opción poco difundida, pero que se convierte en la única salida digna para muchos inmigrantes que viven bajo amenaza de detención.
“Preferimos verla irse libremente que vivir bajo el miedo constante del ICE”, expresó su hija. Su esposo, con quien compartió 25 años en Los Ángeles, planea unirse a ella pronto en México.
El caso de Regina es solo un reflejo del drama que viven miles de inmigrantes indocumentados en EE.UU.: familias divididas, miedo cotidiano a las redadas, y la incertidumbre de un futuro que parece cada vez más difícil en tierra estadounidense. Mientras muchos luchan por quedarse, otros como ella prefieren cerrar el capítulo americano y volver a casa.












