Hace 20 años, la guerra contra el terrorismo islamista se desató. Las poderosas fuerzas estadounidenses y sus aliadas occidentales se enfrentaban a un enemigo que se escondía en las cuevas de Afganistán, con turbantes y rifles en mano. Dos décadas después, esas mismas fuerzas se van huyendo del país, los talibanes volvieron al poder y el terrorismo islamista mutó hasta convertirse en un enemigo múltiple y, hasta el momento, indestructible.
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El reciente atentado en el aeropuerto de Kabul es la cruda muestra de ello, pese a todo el dinero, las armas y las vidas invertidas desde el 2001.
De hecho, a partir de aquel 11 de setiembre con el desplome de las Torres Gemelas, los terroristas no han descansado y han perpetrado una larguísima lista de atentados contra diversos objetivos occidentales. Aunque desde hace unos años, sus ímpetus parecían haber menguado, lo ocurrido en Afganistán ha encendido las alarmas sobre lo que podría venir pronto. ¿Con los talibanes de vuelta, desde este inconquistable país se planearán nuevos ataques? ¿Al Qaeda volverá por sus fueros?
Para el analista Joseph Hage, experto en Medio Oriente y terrorismo, los grupos islamistas que ya operaban en el territorio van a tener más libertad para hacerlo. “En esta parte del mundo, estas organizaciones como el Estado Islámico, Al Qaeda o la red Haqqani tienen bases. Sin embargo, el movimiento talibán tiene aún mucho trabajo para controlar todo Afganistán y controlar a todos estos grupos. Una especie de guerra civil no beneficia a ninguno de los vecinos”, explica.
El sentido es meramente pragmático. Los chinos ya han estado negociando con los talibanes para poder tener libertad de explotar los vastos recursos minerales que tiene el país, y los rusos no van a permitir que países de su zona de influencia, como Uzbekistán, Tayikistán o Turkmenistán y que limitan con Afganistán, se vuelvan un corredor para atentados islamistas.
Si bien los talibanes tienen rivalidad con algunos de estos grupos, sobre todo con el Estado Islámico-Khorasan, quienes perpetraron el atentado en Kabul, se trata también de organizaciones fundamentalistas sunitas, por lo que están vinculados.
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“Los talibanes no van a sacar del país a todas las organizaciones islamistas, a no ser que compitan con ellas por el poder en Afganistán. Los van a albergar como una hermandad”, agrega.
“Los talibanes intentan demostrar a Occidente que no son iguales que antes, y que no van a perseguir a los que se opongan a ellos. Pero un radical islámico no deja de ser lo que es. Eso sí, a ellos les queda el trauma de no haber entregado a Bin Laden en su momento, entonces entienden que ahora que acaban de llegar al poder no pueden hacer de inmediato lo que realmente querrían”, señala Gabriel Ben-Tasgal, periodista y experto en yihadismo.
Para Oliver Wack, gerente general para la región andina de la consultora de riesgo y seguridad Control Risks, la amenaza concreta se centra en el corto plazo en Afganistán y Pakistán, y no en un potencial peligro contra Occidente: “La llegada de los talibanes es una buena noticia para los grupos terroristas de la zona porque habrá un ambiente más permisivo para sus operaciones pues ya tienen una franja territorial para comunicarse e intercambiar materiales”. Siendo así, considera que se verá un aumento muy drástico de la amenaza terrorista dentro de la misma Afganistán, y luego en Pakistán, su vecino, donde opera el TTP, los talibanes pakistaníes.
“Pakistán viene apoyando a los talibanes desde hace décadas, es parte de su geopolítica y de su guerra fría con India. Ahora, lo preocupante es que los grupos terroristas que operan en la zona verán el ejemplo de Afganistán y podrían considerar ponerle más dinámica a su campaña en Pakistán, que es una potencia nuclear”.
La atomización del terrorismo
Los ataques del 11 de setiembre del 2001 perpetrados por la organización Al Qaeda trajeron como consecuencia la invasión estadounidense en Afganistán, país que era dirigido por los talibanes y quienes le daban refugio a Osama Bin Laden y su ejército de combatientes.
La intervención provocó el desalojo rápido de los talibanes del mando del país, pero no del territorio afgano, a donde se replegaron -además de zonas en Pakistán- esperando el momento del retorno. Al Qaeda -el baluarte del yihadismo hasta entonces- siguió en Afganistán, pero creó filiales que se dispersaron por Medio Oriente, África, el sudeste asiático y el Asia central. Una amenaza yihadista que ha hecho metástasis.
La guerra en Iraq del 2003 fue otro ingrediente que permitió la proliferación de nuevos grupos islamistas. Uno de los más sanguinarios y que consiguió importantes objetivos en el corto plazo fue el Estado Islámico, que incluso se apropió de un inmenso territorio en Iraq y Siria para crear su califato.
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Ellos instauraron un nuevo ‘modus operandi’, radicalizando a jóvenes musulmanes nacidos o criados en Europa, quienes se identificaron pronto con la guerra contra Occidente y cometieron atentados, como los de París, Niza y Bruselas, por citar solo los más emblemáticos.
“Al Qaeda sigue siendo un grupo extremadamente influyente. Pero debido a la proliferación y surgimiento de otros grupos, es una sombra de lo que era antes. Es una amenaza latente, pero yo diría que un actor más. Lo que preocupa en Afganistán no es el regreso de Al Qaeda, sino el regreso de la dinámica del terrorismo islamista en la zona, y la desestabilización que saldrá de ahí”, explica Wack.
“El terrorismo ya ha actuado desde otros lugares. El problema general del terrorismo islámico es que es una idea, y una idea que se expande”, señala Gabriel Ben-Tasgal.
Un peligro adicional es el que suponen los islamistas que podrían haberse filtrado entre los miles de evacuados afganos que han sido rescatados por Estado Unidos y países europeos, tal como pasó con los refugiados sirios entre el 2014 y 2015.
“No se puede saber si habrá un ataque de la magnitud del 11-S, pero si estos grupos llegan a tener la oportunidad de poder organizar o montar un ataque así, no lo van a pensar dos veces. Esta gente le ha declarado la guerra a Occidente hace siglos”, opina Hage.
Las amenazas ahora se han diversificado. No solo vienen envueltas en los explosivos de un atacante suicida, sino que también se han vuelto cibernéticas. Así lo explica Wack: “Muchos de estos grupos han fortalecido su capacidad de ataques, no tanto de aviones o edificios, sino en el ciberespacio. La amenaza ahora es muy diferente que a inicios del 2000”.
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