Farid Kahhat

La última vez que el Gobierno capturó por la fuerza una ciudad europea fue dentro de su propio país: era el año 2000 y la ciudad era Grozny, capital de . El primer intento de capturar dicha ciudad ocurrió durante la primera guerra chechena, entre 1994 y 1996, y culminó en una derrota para las fuerzas rusas, cuando las milicias separatistas chechenas, hasta entonces conocidas por sus ataques terroristas, demostraron ser además una fuerza de combate competente.

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La superioridad militar rusa fue neutralizada, primero, por la ventaja que concede al defensor una guerra urbana (por eso, por ejemplo, la doctrina militar británica exige una ratio de diez a uno en el número de efectivos antes de intentar capturar una ciudad). Fue neutralizada además por la efectividad del armamento antitanque con que contaban las milicias chechenas. Estas tendieron en Grozny una emboscada a columnas de blindados en la que Rusia perdió 105 de 120 tanques. Esa primera guerra le costó a Rusia miles de muertes entre sus soldados.

Durante la segunda guerra chechena, aún con Boris Yeltsin como presidente, pero con Vladimir Putin como primer ministro, Rusia intentó nuevamente capturar Grozny. Pero esta vez optó por cercar la ciudad y someterla durante semanas a bombardeos relativamente indiscriminados antes de enviar a sus soldados. De ese modo disminuyó en forma dramática las bajas entre sus tropas: esa vez quienes murieron por miles fueron los civiles que permanecieron en la ciudad. Aunque a menor escala, los combates del 2014 en el este de Ucrania también derivaron en cercos prolongados de centros urbanos, con bombardeos intensivos en lugar de los avances terrestres.

Panorama complejo

Esos antecedentes ayudan a explicar por qué Rusia hizo un esfuerzo postrero de negociación (o, antes bien, lanzó un ultimátum) antes de intentar capturar Kiev, la capital de Ucrania. ¿Qué exigiría Rusia en esa negociación? Presumiblemente, que Ucrania vuelva a ser un país neutral (como lo fue hasta el 2014) y acepte tener fuerzas de seguridad sensiblemente menores a las que tenía antes de la invasión rusa.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, lanzó una ofensiva militar en Ucrania. (Mikhail Klimentyev / SPUTNIK / AFP).
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, lanzó una ofensiva militar en Ucrania. (Mikhail Klimentyev / SPUTNIK / AFP).

De no conseguir esos objetivos, intentaría conseguir que el presidente ucraniano sea derrocado por sus propias tropas antes de volver a plantearlos. Y, en última instancia, intentaría capturar Kiev para derrocar por sus propios medios al Gobierno Ucraniano antes de imponer sus condiciones. Lo único que tendría para ofrecer a cambio es la devolución de las zonas que controla en la región del Donbás (pero no Crimea) con la condición de que tengan un amplio nivel de autonomía e incluso poder de veto sobre ciertas decisiones gubernamentales. Es decir, condiciones que solo aceptaría un país derrotado en combate.

Pero, como vimos, el intento de capturar ciudades como Kiev podría ocasionar un gran número de bajas a las fuerzas invasoras, a la población civil o –lo más probable– a ambos. Kiev es una ciudad mucho más grande que Grozny y cuenta con equipamiento y adiestramiento militar muy superiores a aquellos con los que contaban las milicias chechenas (y sigue recibiendo pertrechos de los países de la OTAN).

Además, según Anthony King (autor del libro “La guerra urbana en el siglo XXI”), Kiev ofrece desventajas específicas para quien intente capturarla. Así, está surcada por un río (los defensores podrían aislar partes de la ciudad destruyendo los puentes), cuenta con densas redes de metro y drenaje (por las que sus defensores podrían movilizarse sin ser vistos), etc.

Por lo demás, si Rusia llegase a ocupar las principales ciudades ucranianas, complicaría su propia estrategia de salida del país. Si, por ejemplo, intentase instaurar un régimen aliado, lo más probable es que tenga que protegerlo por tiempo indefinido con sus propias tropas de una insurgencia que recibiría el respaldo de la OTAN. Es decir, un escenario similar al que enfrentó la Unión Soviética en Afganistán, con las consecuencias que conocemos.

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