Lo invito cordialmente, amable lector, a descubrir juntos la “gran carta” de Miguel Grau. Empecemos por referirnos a su epístola más difundida, aquella que dirigió a la viuda de Arturo Prat, junto a la que, además, envió las prendas del comandante chileno vencido en Iquique. Ciertamente, cada línea de aquella misiva quedó labrada en letras de oro para la posteridad y, en ella, podemos percibir nítidamente la personalidad de nuestro héroe, su genuino pesar por la muerte del comandante de “La Esmeralda” y el hidalgo reconocimiento al sacrificio del enemigo circunstancial que, en sus palabras, “fue víctima de su temerario arrojo, en defensa y gloria de la bandera de su patria”.
Carmela Carbajal de Prat le contestó, no solo agradecida y conmovida por la nobleza de Grau, sino tal vez también inspirada por el recuerdo de la campaña victoriosa que Grau y su esposo habían librado contra la escuadra española, aquella gesta que concluyó con el combate naval del 2 de mayo de 1866, tras la que se produjo la huida de los españoles, frustrados en su trunco propósito de reconquistar las antiguas colonias de América del Sur. Doña Carmela le escribió a nuestro héroe: “un jefe semejante, un corazón tan noble, se habría, estoy cierta, interpuesto, de haberlo podido, entre el matador y su víctima, y habría ahorrado un sacrificio tan estéril para su patria como desastroso para mi corazón”.
¿Pero fue aquella la única carta trascendente de Grau? No. Afortunadamente, escribió otras que conservamos 141 años después de su partida. Cartas en las que dejó un testimonio vivo de sus virtuosos actos y de sus sentimientos más profundos. En una de ellas, que suscribió en respuesta al agradecido capitán Castelton, que dirigía el buque de transporte chileno “Matías Cousiño” y a cuya tripulación Grau salvó de morir, se lee: “mi conducta para con usted y su tripulación en esa ocasión me fue inspirada por un simple sentimiento de humanidad, lo mismo que emplearé siempre con todo buque al cual me quepa atacar en un caso semejante, no mereciendo por ello ninguna expresión de gratitud”.
Durante varios meses de 1879, nuestro almirante mantuvo en vilo a la armada chilena. Sin embargo, consciente de que su supremacía naval sería efímera, avizoró el inevitable final y asumió como suyo el binomio “muerte y gloria”. Por esta razón, le escribió estas líneas a su amada esposa, Dolores Cabero Nuñez: “pedirte atiendas con sumo esmero y tenaz vigilancia a la educación de nuestros hijos idolatrados, para lograr este esencial encargo debo avisarte, o mejor dicho recomendarte, que todo lo poco que dejo de fortuna se emplee en darles toda la instrucción que sea posible; única herencia que siempre he deseado dejarles”.
Grau fue un auténtico visionario. Sus extraordinarias cualidades humanas se reflejan en sus cartas, verdaderas joyas del epistolario universal, y también en los valientes pronunciamientos que suscribió, en las lúcidas intervenciones que tuvo como diputado por Paita y en los diversos textos en los que defendió con fulgor los valores democráticos y el orden constitucional. Su emblemática frase –"No reconozco otro caudillo que la Constitución"– también quedó para la posteridad. ¡Qué duda cabe!
El combate de Angamos, que conmemoramos hoy, fue el último escenario de este marino ejemplar, hombre leal, honesto y sincero en tiempos de paz; y audaz, valiente y magnánimo en tiempos de guerra; que en todo momento amó fielmente a su esposa y educó a sus hijos con el ejemplo.
Así, no es difícil concluir, amable lector, que la “gran carta” de Grau es su vida misma, en la que supo recibir, cultivar y transmitir valores de integridad personal e identidad nacional. ¿Y quiénes vendrían a ser los destinatarios de esa “gran carta”? Usted y yo... y cada uno de nuestros compatriotas. Si leyésemos con atención la “gran carta” de nuestro más abnegado defensor, descubriríamos el Grau que todos tenemos dentro.
Vale la pena reiterar la impronta visionaria de nuestro héroe, cuyos mensajes fueron escritos para los peruanos de su época y también para las mujeres y hombres del siglo XXI. Dadas las actuales circunstancias que atravesamos, esta vez contra un enemigo invisible, debemos exhortarles a los congresistas a que se inspiren en la figura de Grau.
Hoy más que nunca, les corresponde a nuestras autoridades anteponer los intereses de la patria. Hoy más que nunca, nos corresponde a los peruanos darle vida a la frase acuñada por nuestra gloriosa Marina de Guerra del Perú: “Somos Grau, seámoslo siempre”.
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