
En un capítulo de Los Simpsons, Bart se hace famoso por decir la frase “Yo no fui”. Sale en programas de televisión, se vende merch con su rostro, graba un disco musical, hasta que su público se aburre. ¿Cuánto de Bart tiene Speed? ¿Será su futuro el mismo?
La llegada del famoso ‘streamer’ estadounidense a Lima ha causado furor entre sus seguidores, quienes, al momento de escribir este artículo, eran alrededor de 35 millones 700 mil solo en YouTube. Pero también generó desconcierto entre quienes recién se enteraban de su existencia, incluyéndome, por supuesto. Su presencia en nuestra capital generó toda clase de comentarios respecto a su capacidad de arrastrar a una gran masa de jóvenes, como una suerte de flautista de Hamelín, y lograr algo que parecía imposible en estos tiempos, una manifestación en la Plaza de Armas justo frente a Palacio de Gobierno; todo a base de muecas, gritos y volteretas. Sin embargo, más allá de las críticas por lo que muchos consideran solo un payaso de Internet, analizarlo como fenómeno social resulta interesante pues nos permite entender el estado actual de nuestra sociedad y las dinámicas que moldean los intereses de las nuevas generaciones.
Nos gustan las historias. Óscar Vilarroya, neurocientífico español, explica en su libro ‘Somos lo que nos contamos’ que el ser humano interpreta el mundo como una narración “de cosas o personas a las que les ocurre algo ocasionado por otras cosas o personas”. Esto en un ecosistema digital es clave porque siempre se está narrando algo, aunque no siempre sea verdad. Y eso es lo que Speed ofrece en sus streamings, a su estilo, una narración constante de sus experiencias personales. De hecho, su visita a Lima fue registrada en una transmisión ininterrumpida de más de 3 horas y media que al momento en que se lea este artículo, ya debe haber superado las 8 millones de reproducciones.
Pero ¿por qué los jóvenes se ven tan atraídos por su contenido? Porque lo que ahora se valora como talento no es necesariamente saber hacer “algo” como cantar, bailar, escribir, tocar un instrumento musical, practicar un deporte. El talento está en saber comunicar y conectar. Es decir, tener carisma. Max Weber explicaba en su libro “Economía y Sociedad” que el carisma es un tipo de dominación en la que los seguidores le confieren a un individuo cualidades extraordinarias por las que se convierte en un líder. Hoy esto es aprovechado no solo por streamers, también por políticos con una adecuada estrategia de comunicación. Sin embargo, este tipo de liderazgo es meramente sentimental, no racional y, por lo tanto, susceptible de agotarse.
Vivimos en una sociedad de consumo, en la que, según Zygmunt Bauman, estamos todo el tiempo sobreestimulados por productos que buscan nuestra satisfacción, expuestos como en anaqueles de supermercado. Y en ello las redes sociales colaboran porque nos han acostumbrado a la recompensa inmediata. Si algo no nos gusta en el primer segundo o ya cumplió con el objetivo de satisfacernos, simplemente deslizamos la pantalla. Next. Speed lo sabe, y por eso en sus streamings siempre está pasando algo distinto, y sus hazañas son cada vez más arriesgadas para cumplir con las expectativas de sus fans. Y es aquí donde el gap generacional es más visible pues quienes fuimos chiquillos antes de internet aprendimos a procesar la información de manera distinta, más pausada, más reflexiva. Hoy el cerebro se ha reconfigurado y adaptado a productos culturales de consumo fácil y rápido, como Speed. Esta manera distinta de consumir contenido constituye nuestro bagaje cultural y direcciona lo que nos parece divertido o aburrido.
¿Es mejor o peor? No creo que se trate de juzgarlo, sino de reconocer que cada generación tiene sus propios referentes, formas de consumir contenido, y, sobre todo, de crearlo. También de reflexionar sobre el impacto que esto puede tener en nuestra manera de pensar, transmitir conocimiento -no solo información-, interactuar y construir comunidad.