Congreso: mundos paralelos

Carlos Anderson

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Consensos para defender el fuero parlamentario

María del Carmen Alva

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“Soto no es el líder inspirador que el Parlamento requiere”.

Pasados 100 días desde su “elección” como presidente del , sonríe satisfecho por los resultados alcanzados en lo que va de su gestión, signada –durante los primeros 30 días– por la sucesión de escándalos que, como en un juego de rompecabezas, fueron revelando aspectos desconocidos de la vida y obra de un congresista que, hasta entonces, había pasado casi completamente desapercibido en el pleno del Congreso. La foto final que emerge del rompecabezas de revelaciones periodísticas no es muy favorable que digamos, como se revela en las encuestas de opinión pública que equiparan la impopularidad personal de Soto con la del Congreso como un todo. Pero, pasado el diluvio de revelaciones del primer mes, Soto ha comenzado a sentirse a gusto al frente del Congreso. Ha logrado darle un cierto “orden” a las sesiones del pleno. Ahora se sesiona todos los miércoles y jueves y, ¡oh milagro!, las sesiones comienzan a la hora en punto y terminan a una hora humana. En el plano formal, en la burbuja de un mundo paralelo tan peculiar como es la política, estamos frente a un eficiente presidente del Congreso. Y nada más.

Y es que, si alguna vez alguien soñó con tener un presidente del Congreso capaz de devolverle la confianza a la ciudadanía en este gran poder del Estado, ese alguien debe sentirse profundamente defraudado. El señor Soto no es ni ha sido en estos 100 días el líder inspirador que el Parlamento requiere. No ha orientado los debates en dirección de los temas que realmente interesan a los ciudadanos ni ha hecho prevalecer sus extensos poderes para crear un clima propicio para la discusión de los grandes temas nacionales.

Ha sido simplemente funcional a los intereses y prioridades del bloque parlamentario que “lo eligió” (FP, APP, Perú Libre, etc.) y que sirve de soporte al Gobierno en esta división de poderes mediante la que el Ejecutivo y el Legislativo persiguen y vigilan sus particulares intereses –en el caso de la señora Boluarte, facilitar los viajes presidenciales y el telegobierno; y en el del Parlamento, el dispendio irrestricto del presupuesto congresal y la emisión de normas particularísimas como el retorno a la bicameralidad con reelección congresal incluida– sin que uno le haga las cosas difíciles al otro y viceversa.

Semejante nivel de pragmatismo político solo es posible por la desaparición –para todo efecto práctico– de la “oposición”. Hoy en día, los otrora opositores al gobierno de Pedro Castillo constituyen el nuevo oficialismo, mientras que los antiguos oficialistas (las izquierdas) siguen siendo oficialistas, aunque esta vez le brindan su apoyo a quien en voz baja todavía llaman “Dina asesina”. Muchos –entre ellos un amplio sector del empresariado y del ‘establishment’ intelectual de centroderecha– celebran esta ausencia de oposición y la confunden con “paz y estabilidad” (Boluarte dixit), ignorando que no hay nada más dañino que una democracia desbalanceada, de parecer unánime o uniforme.

Efectivamente, la verdadera democracia exige que se contrapongan pareceres y se fiscalicen las acciones de un poder y del otro. Lo contrario se llama contubernio. Y el contubernio parlamentario es lo que ha caracterizado a estos 100 días de gestión de Alejandro Soto.