Maite  Vizcarra

Ayer se llevó a cabo la marcha convocada . El uso de este verbo hace alusión a una clara necesidad de tomar el control de algo que tal vez puede expresar lo que un grupo de peruanos siente que aún no tiene. Y si bien es claro que la movilización tenía en su convocatoria diversas agendas (que iban desde un rechazo al imperialismo estadounidense, pasando por la liberación de , hasta evitar las privatizaciones), lo que no se puede negar es que hay una porción de la ciudadanía con un hastío muy grande que no se termina de encauzar.

Ese hastío que tal vez se haya expresado ayer en una violencia que hizo su aparición intermitentemente pasadas las 7 p.m. es una realidad que tenemos que encarar de manera valiente por más incómoda que sea la situación. Y esta invocación me lleva a pensar que, aunque suene ‘naif’, la única manera de lograr esa reparación social tiene que ver forzosamente con varios y ampliamente distribuidos espacios de reconocimiento pacífico. Espacios de diálogo definitivo.

Puede ser que lo que estoy planteando aquí suene a demasiado pedir, y fuera de lo que algunos considerarían la real ‘politik’, pero es fundamental que consideremos la necesidad de hacer un esfuerzo superior que nos lleve a la reparación social. Que nos lleve a confiar de nuevo en nuestras instituciones y en la propia experiencia democrática que para muchos es solo ‘verso’ o, peor aún, una manera de engañar y defraudar.

Sí, así de crudo. La buena noticia es que hoy, en pleno siglo XXI, existen modos de reparar, aunque eso implique tiempo, pero, sobre todo, una enorme generosidad que claramente no ostentan quienes influyen de manera concreta en el país. Porque la polarización que se vive en el mundo online y offline solo es una muestra de una lastimosa incapacidad para dialogar.

Cuando ha habido sucesivas crisis, como las que el Perú viene experimentando desde hace más de un lustro, lo primero que se afecta es la confianza, la que no se reconstruye solo diciendo “confía en mí, hagamos un acuerdo”. Por eso, es crítico que se abran espacios a las conversaciones que se quedaron en espera, para transformar lo que hay y construir lo que puede ser.

Una parte de los problemas que tenemos como país es que tal vez no se ve el valor para sentarse a conversar con quien piensa distinto, porque tal vez ello sea interpretado como debilidad. Pero escuchar no significa aceptar lo inaceptable ni perdonar lo imperdonable.

Escuchar es una forma de conocer, entender y reparar. Hay que ser muy valiente para escuchar a alguien que tal vez nos cuente algo que nos haga cambiar de opinión.

Con frecuencia, nuestros líderes políticos hacen referencia a lo valioso que es vivir en democracia, pero la verdad es que necesitamos darle un nuevo contenido a esa palabra. Tenemos que hacer un esfuerzo realista por involucrar a más personas en el debate nacional. Porque la democracia se debilita cuando tiene personas o grupos que no participan en el debate público. Y eso requiere de mucha fortaleza, porque la democracia debe incluir, en una forma pacífica y respetuosa, sobre todo a grupos que tienen posturas que nos parecen muy difíciles de aceptar.

Dialogar es hoy para el Perú la mejor definición de democracia. Porque la democracia debe incluir el debate de las cosas difíciles, sobre todo.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Maite Vizcarra es tecnóloga, @Techtulia