Iván Alonso

El último reporte del INEI sobre la no fue bueno. La producción nacional (el ) se contrajo 1,4% en mayo con respecto a mayo del año pasado. Nos encaminamos a un segundo trimestre consecutivo de caída. Los economistas nos recuerdan que la definición técnica de –oh, una definición técnica– es, precisamente, la de dos trimestres consecutivos de caída del PBI.

¿En qué diccionario está esa definición? No lo sabemos. El que tenemos a la mano, nuestro viejo MIT Dictionary of Economics, define la recesión solamente como una “fase contractiva”, sin especificar la duración. El National Bureau of Economic Research (NBER), la entidad privada que es, desde hace décadas, la voz oficial sobre crecimiento y recesión en los Estados Unidos, la define como “el período entre un pico de actividad económica y su subsecuente valle”. Tampoco especifica la duración, pero en su lista oficial de recesiones desde 1857 todas, menos una, duraron seis meses o más. La excepción es una cortísima recesión de dos meses, entre febrero y abril del 2020.

Pero eso no quiere decir que toda contracción que dure seis meses (o dos trimestres) sea automáticamente clasificada como una recesión. En una discusión más extensa, que se encuentra en su página web, dice el NBER: “la mayoría de recesiones identificadas con nuestros procedimientos consisten en dos o más trimestres de caída en el PBI real, pero no todas”. Cita como ejemplos la del 2001, que no tuvo dos trimestres consecutivos de caída del PBI, y la del 2007 al 2009, que comenzó antes de que el PBI cayera dos trimestres consecutivos. Explícitamente, el NBER no acepta esa definición porque, entre otras razones, el PBI no es el único indicador que toma en cuenta. Lo que busca es la evidencia de una contracción de la actividad económica que sea profunda, extendida y duradera.

Con esos criterios en mente, ¿estamos o no estamos en una recesión en el Perú? La respuesta parece ser que no.

Comencemos desmenuzando el PBI. La minería ha estado creciendo todo el año; los servicios de alojamiento y restaurantes, unos de los más golpeados por la pandemia, también. Y no son los únicos. Otros que crecen son el comercio, el transporte y demás servicios. Caída generalizada de la producción no hay.

Por el lado del gasto, el consumo privado siguió creciendo moderadamente en el primer trimestre, a pesar de la inflación. Las exportaciones se están recuperando. Lo que sí viene cayendo –y profundamente– es la inversión privada. Pero eso, por sí solo, no es una recesión. Tampoco demuestra necesariamente que nuestra capacidad de producción haya mermado.

Pero el indicador más importante quizás sea el empleo. En Lima Metropolitana, al menos, nunca ha habido tanta gente trabajando, ni antes ni después de la pandemia. En el segundo trimestre del año eran 5,2 millones de personas, de la cuales tres millones estaban “adecuadamente empleadas”, según el INEI, 5% más que hace un año y con un ingreso promedio que ha crecido más que la inflación. Ojalá cuando se publiquen cifras del empleo a nivel nacional podamos ver una tendencia similar.

Entretanto, no desesperemos. La economía sigue resistiendo.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Iván Alonso es economista