Macarena Costa Checa

Hay dos cosas de la coyuntura política que me pesan. La primera es tener que hablar de escándalos todo el tiempo. Hoy, ningún análisis político puede omitir lo que ocurre en el Congreso con la presunta red de prostitución. Y con razón: lo que sea que esté pasando ahí es tremendamente grave.

La segunda, inevitablemente, es una reflexión ligada a la primera. En política, quienes actúan con integridad y respetan las reglas enfrentan un sistema que los penaliza, mientras que los transgresores prosperan. Esto ya lo sabemos, pero es importante reconocer que sí hay funcionarios éticos y capacitados, con un genuino compromiso con el país. Hay congresistas probos, por impopular que sea decirlo. Hay servidores públicos íntegros en todo el Estado. El problema es que son la minoría, y esa minoría enfrenta un entorno hostil. Porque el poder, en sistemas como el nuestro, no se construye respetando las normas, sino doblándolas. Este es un patrón que no es exclusivo del sector público ni del Perú, pero, en nuestra política, la lógica informal no solo prevalece, sino que define el juego del poder y refuerza un sistema donde las reglas se convierten en obstáculos para quienes las respetan, mientras que los transgresores encuentran formas de avanzar y acumular poder.

Con el tiempo, y si se le permite avanzar, este desequilibrio se profundiza. Las redes de poder se llenan de quienes han hecho de la transgresión un hábito, y la ética se convierte en un obstáculo más que en una virtud. El problema no es que el sistema sea ciego, sino que recompensa a quienes operan sin reparos en aguas turbias. Así se ve nuestro Perú de hoy.

Quienes persisten en la legalidad y la ética pierden cada vez más espacio y voz. Mientras tanto, los que transgreden las normas no solo consiguen avanzar, sino que se acostumbran a hacerlo, convencidos de que pueden actuar sin consecuencias. La apatía de la ciudadanía como respuesta no hace más que reforzar esta noción.

El Perú necesita desesperadamente multiplicar a esos pocos (muy pocos) funcionarios que entienden lo que significa ser servidor público: trabajar con integridad y haciendo honor al cargo que se ocupa. Es una tarea complicada en un entorno que es cada vez menos atractivo para quienes buscan actuar con ética y vocación.

Reconocer que aún existen personas íntegras en un sistema tan desprestigiado es necesario. Es el primer paso para imaginar cómo hacer que cada vez sean más y no menos. Ahora nos toca pensar en el cómo, porque no podemos resignarnos a un Perú cuyo principal problema es la gente que lo gobierna.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Macarena Costa Checa es Politóloga

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