El libro “Le seconde sex” (1949) –”El segundo sexo”– de la filósofa francesa Simone de Beauvoir marcó un hito en el feminismo como pensamiento y acción. Sin duda, se trata de una obra clásica en la historia del feminismo moderno, un acto de rebeldía camusiana contra el machismo producto de una sociedad patriarcal que luego sería seguido por otras importantes representantes como la canadiense Shulamith Firestone.
El feminismo no solo es una manera de pensar y de ver el mundo desde la experiencia de las mujeres, sino es el movimiento de liberación humana más importante a partir de la segunda mitad de los años 50 del siglo pasado en adelante. Una propuesta y una actitud que cuestiona las creencias en las sociedades patriarcales que sometieron a las mujeres prácticamente a la condición de esclavas.
Sin embargo, antes de que apareciera el feminismo, hubo mujeres –la mayoría provenientes de las aristocracias europeas, pero, sobre todo, de la burguesía acomodada– que crearon sus espacios para hacer sentir su protesta, desarrollarse plenamente, ilustrarse y luego convertirse en radicales críticas de un mundo construido con rostro masculino.
Entre ellas, se encuentra la inglesa Mary Wollstonecraft que, a través de su obra “Vindicación de los derechos de la mujer” (1792), replica el concepto que tenía Jean-Jacques Rousseau sobre la mujer, cuyo papel disminuye en el ‘contrato social’. En dicho concepto, la mujer es una ciudadana limitada, dedicada a enaltecer la familia y el hogar.
En cambio, otro pensador francés, Nicolas de Condorcet, fue abiertamente partidario de la igualdad entre la mujer y el hombre y, además, estaba en contra de la esclavitud.
Durante la Revolución Francesa surgió una serie de mujeres que protestaron por considerarse excluidas de la Constitución de 1791. Entre ellas, Olympe de Gouges, que escribió la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”. El texto es una afirmación de la dignidad de la mujer como ciudadana. Por su rebeldía, Olympe fue condenada a la guillotina por el régimen del terror, que presidió el brutal Maximilien Robespierre, que la acusó de traicionar a los jacobinos y luego, de un plumazo, prohibió los clubes y sociedades literarias femeninas que por aquella época tenían un prestigio bien ganado.
Desde luego, hubo una serie de episodios y obras en torno a la igualdad entre la mujer y el hombre; entre ellas, las propuestas de la franco-peruana Flora Tristán y del movimiento de las sufragistas que reclamaron el derecho de voto para las mujeres.
El sufragismo no es feminismo en el sentido estricto, pero está vinculado. Lo que sucede es que el feminismo es más universal en cuanto a la ampliación de derechos para la mujer; en cambio, el sufragismo es un aspecto político de esa universalidad. El feminismo plantea y lucha por la igualdad de la mujer en todos los ámbitos del quehacer humano.
En el siglo XIX, importantes personajes se pronunciaron a favor de los derechos de la mujer. Por ejemplo, el venezolano Francisco de Miranda, que a través de una carta le pidió al Congreso de su país que les reconociera a las mujeres el derecho de elegir y ser elegidas. En realidad, la propuesta era una curul para las mujeres, pero para la época fue un importante avance a favor de la ampliación de los derechos políticos y civiles.
En el feminismo hay rasgos comunes y tendencias particulares. Por ejemplo, tenemos un feminismo que critica la categoría de género y propone un replanteamiento de este concepto para que sea más inclusivo. Otra corriente es el feminismo lesbiano, que critica y se opone a la doble discriminación que sufren las mujeres por serlo y también por ser lesbianas. También existe el feminismo de las mujeres africanas o de origen africano que, como las lesbianas, sufren una doble discriminación, por racismo y por ser mujeres.
Y ¡oh sorpresa!, hay una teología feminista cristiana, heredera de la teología de la liberación, que cuestiona la tradicional por considerarla patriarcal. La teología y la práctica cristiano-feminista tienen por objetivo eliminar la opresión de género, raza y clase, y la humanización plena de todas las cristianas y cristianos. Este feminismo recurre a las escrituras cristianas e intenta recuperar las experiencias que las mujeres perdieron debido al patriarcalismo religioso. Tienen razón: Jesús nunca discriminó a las mujeres.
En el Perú también hay teoría y práctica feminista. Al respecto, son clásicos los escritos de Manuela Ramos, Magda Portal y Ana María Portugal.