Un repaso por las redes sociales me hace ver un pedido tan ridículo como escandaloso. Un personaje llama desde su muro a no visitar el Cusco ni sus alrededores. El tipo agrega que no volverá a viajar al sur andino y se ufana con una presuntuosa amenaza adicional: “ni tampoco lo harán mis amigos extranjeros”. En otras palabras, hará campaña para desprestigiar la plaza de San Blas, Sacsayhuamán, Machu Picchu, Pisac, Chincheros, el Coricancha, las iglesias y templos del Cusco, sus calles y casas, sus museos, y todas las maravillas de las que nos enorgullecemos en esa región. ¿Por qué? Pues porque los cusqueños, en su mayoría, votaron por un candidato con el que no está de acuerdo. El mensaje se ha replicado y compartido. Lo vemos aplicado a otras censuras. El veto que circula en las redes sociales se extiende, por cierto, a Puno, donde también hubo una votación abrumadora en favor del candidato de Perú Libre. El Lago Titicaca es un territorio enemigo desde ahora para esas mentes febriles y amenazantes.
Es obvio que el señor Castillo ha mostrado muchas inconsistencias y una falta de preparación en temas cruciales a lo largo de esta campaña. A pesar de sus señales de moderación, sigue provocando temores justificados. Si siguiera con las posturas radicales, los pobres serían quienes más sufran con su gobierno. Sin embargo, el voto que ha recogido es perfectamente explicable dado el abandono de muchas regiones. Quien no lo entienda así, ha vivido en un mundo ajeno al nuestro. Si resulta finalmente elegido, solo queda desearle y esperar lo mejor, por el bien de todos nosotros.
Nadie gana en una sociedad que se divide. La intolerancia no es un ataque al otro sino a uno mismo. En las redes sociales también aparecen las acusaciones contra quienes votaron por Fujimori. Si uno ha elegido esa opción, también es definido como un corrupto, una persona sin moral ni principios, un partidario de la mafia. La intolerancia se extiende hacia quienes votaron viciado por ser considerados “tibios”, algo que también parece prohibido.
La crispación es una forma de la ceguera y de la sordera que nos impide ver un problema de fondo. Hemos elegido en partes casi iguales dos opciones de gobierno. Quien sea declarado ganador tendrá que aplicar un programa propio que, no obstante, también pueda reconocer e integrar las expectativas y programas del otro lado. La supervivencia de nuestro próximo gobernante dependerá de saber moverse hacia el centro de un campo desde donde podrá mirar a todos los que lo habitan. ¿Hay otro modo de gobernar que sea razonable?
A mediados del siglo XIX, el gran Nathaniel Hawthorne publicó la novela “La Letra Escarlata”, ambientada en la puritana ciudad de Boston de 1642. Su protagonista Hester Pryme está condenada por adulterio. Su pena incluye ser exhibida en la picota para su humillación pública. Asimismo, Hester está obligada a llevar de por vida un vestido en el que está bordada la letra “A” de adúltera.
En el mundo radicalizado, en una dirección o en otra, muchos se verían obligados a caminar con una letra en el pecho. No hemos llegado ni llegaremos a eso. Solo queda esperar que podamos afrontar lo que se viene con calma y lucidez, donde el gobierno y la oposición sean firmes pero constructivos. Poner los intereses del partido por encima de los del país es una de las taras constantes de nuestra política. Esa actitud solo favorece al caudillismo. Superarlo es una tarea que solo podemos cumplir juntos. Y por cierto con todas las regiones de un país tan variado como extraordinario.
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