"El debate, como decía, es excesivamente complejo, pero no por ello debemos corrernos de él".
"El debate, como decía, es excesivamente complejo, pero no por ello debemos corrernos de él".
Daniela Meneses

Una mujer (o un hombre) acusa a una persona de haber abusado sexualmente de ella. ¿Qué sigue? ¿Cómo buscar la verdad? ¿Cómo evaluarla? Y ¿qué hacer luego con esta?

Estas son preguntas que aparecen al leer “She Said”, el libro publicado por las periodistas del “New York Times” Megan Twohey y Jodi Kantor. Allí relatan los entretelones de su investigación a Harvey Weinstein –productor de Hollywood acusado de abuso sexual y violación–, que les valió un premio Pulitzer y que resultó en uno de los catalizadores del movimiento #MeToo.

Es desde el periodismo que Twohey y Kantor contestan la pregunta sobre cómo buscar la verdad. Y lo hacen no solo mostrándonos en la cancha la importancia de darle a los implicados espacios para la réplica o de no rebotar de manera acrítica acusaciones que se publican en otros diarios, sino también compartiéndonos una lección de humanidad. Una lección sobre cómo cualquier investigación de abusos sexuales –sea esta periodística, administrativa o judicial– debería venir desde un lugar de empatía y consideración.

A lo largo de las páginas, vemos la aparición, por ejemplo, de los dilemas éticos detrás de pedirle a una víctima que hable: “¿por qué era su carga tener que contar públicamente historias incómodas cuando no habían hecho nada malo?”. También una fuerte preocupación por aproximarse a las víctimas para tratar de convencerlas de hablar, pero sin presionarlas, y sin paternalismo ni falsas promesas. “No puedo cambiar lo que te pasó, pero juntas quizás podemos usar tu experiencia para ayudar a proteger a otras personas”, es la frase que finalmente usan.

Algo más pasa al leer sobre el rigurosísimo proceso de investigación que siguen las periodistas del “Times”: se hace inevitable pensar en aquel otro lugar que ha venido a acoger las denuncias, las redes sociales. Este es un espacio increíblemente valioso para aquellas personas que no han encontrado en el periodismo o en la justicia una alternativa real o suficiente para hacerse escuchar. Pero es también un lugar sin un orden establecido para contrastar lo que ahí se alega.

A pesar de no ser el tema central de “She Said”, las periodistas expresan la necesidad de conversar sobre lo anterior. Sin duda, se trata de una conversación difícil incluso de iniciar, especialmente para quienes creemos en el valor de acusar a los perpetradores; de crear espacios seguros para las denuncias; de no alimentar la idea de que “las mujeres son mentirosas”; y de reconocer que, en muchos de los casos de abuso sexual, simplemente no hay pruebas.

Es interesante cómo Twohey y Kantor encuentran que dos perspectivas distintas –las que dicen que movimientos como MeToo han ido demasiado lejos, y las que dicen que no han ido suficientemente lejos– comparten un mensaje de fondo: no existen reglas ni procedimientos claros de qué hacer con las acusaciones de abuso. “El público no estaba de acuerdo completamente en el significado preciso de palabras como ‘acoso’ o ‘abuso’, ni mucho menos en cómo las empresas o las escuelas deberían investigarlas o castigarlas. Todos, desde directorios corporativos hasta amigos en bares, parecían estar teniendo dificultades para crear sus propias guías, lo que daba pie a conversaciones fascinantes pero a una suerte de caos general”. El diagnóstico sigue vigente. Como también siguen vigentes las otras preguntas que ya se asoman en esas frases: ¿Cuándo se ha “cumplido” la “pena”? Y ¿los actos “prescriben”?

Twohey y Kantor no son las únicas que han presentado este tipo de cuestionamientos. El año pasado, Jessica Bennett, editora de género del “New York Times”, hablaba de la importancia de estas discusiones. “¿Qué puede razonablemente esperar alguien acusado de inconducta sexual? ¿Qué es justo? ¿Qué rango de castigos deberían ser considerados más allá de destruir la carrera de alguien?” Y ¿cómo distinguir la gravedad de los casos?

El debate, como decía, es excesivamente complejo, pero no por ello debemos corrernos de él. Por ahora, yo no tengo una respuesta. Pero sí una guía que encuentra eco en las palabras de la escritora Mithu Sanyal, quien nos habla de la importancia de diferenciar ‘los marcos comunicativos’ al evaluar las acusaciones. “Si una amiga me cuenta que la han violado, no soñaría en pedirle pruebas”, dice Sanyal. Distinta sería la historia si nuestro rol fuera el de una jueza, o el de una reportera, y así.

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