Mario Saldaña

Gracias a las reformas de los años 90 se acuñó el término ‘islas de excelencia’, aludiendo a aquellas entidades del Estado que lograron construir una suerte de excepción a la disfuncionalidad del aparato público; una suerte de burbujas dentro del caos.

Así, el BCR, la SBS, Sunat, Indecopi, ely los organismos reguladores y supervisores (conocidos como los OSIS) se consolidaron institucionalmente a base de criterios meritocráticos, técnicos y altamente profesionalizados; y siempre, con no poco esfuerzo, resguardando su independencia y autonomía del poder político de toda índole.

No quiero ser injusto y quedarme corto en la lista; es probable que algunas otras entidades hayan logrado estándares similares.

Personalmente, en la segunda mitad de los 90, tuve la suerte de trabajar en un par de esas organizaciones y, como siempre refiero, fueron dos maestrías en el más amplio sentido del término. Aprendí y mucho no solo en temas de alta especialización, sino por el nivel de sus cuadros de dirección y liderazgo, y por el clima de excelencia que se promovía y respiraba.

Hoy, salvo las dos primeras arriba citadas, sería un despropósito seguir hablando de islas de excelencia. Lo recientemente ocurrido con presidente del , repuesto en su cargo tras una decisión de Servir, es el último capítulo de un proceso de degradación y afectación políticamente planificado desde, por lo menos, el 2011.

Varios factores han concurrido en esto. Entre otros: propósito de cooptación política para neutralizar la autonomía e independencia de estas entidades; salida de cuadros de primer nivel desde que Alan García en su segundo gobierno denostó y cortó los sueldos de funcionarios, poca capacidad de reemplazar talento perdido, relajamiento de filtros de personal, descabezamiento de los directorios con fines subalternos, campañas (no neutralizadas) que desnaturalizaron sus roles y funciones, etc.

Pero también ha contribuido un factor neurálgico: en algún momento de los últimos 15 años, y mientras la economía peruana crecía, a un grupo de ‘policy makers’ se le ocurrió que las regulaciones y su normatividad debían multiplicarse exponencialmente.

Terrible decisión. Porque no solo se hizo más engorrosa la inversión y liberar a las fuerzas productivas, sino que fue la “cáscara de plátano” para que varias instituciones no pudieran asumir con eficiencia los nuevos encargos, al punto que hoy pocos dudan de que parte de la parálisis de nuestro crecimiento se debe al exceso de regulación y el rol (deficiente) de los reguladores.

Se impone desregular e intentar recuperar la eficiencia.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Saldaña C. es Periodista

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