El discurso radical de Gabriel Boric se moderó en la segunda vuelta para captar votantes del centro, al punto que el liberal francés Guy Sorman predice que Boric, si bien aliado del Partido Comunista, en la práctica hará un gobierno socialdemócrata. Carecer de mayoría en el Parlamento lo obligaría a buscar consensos.
Sin embargo, el presidente electo de Chile ha ratificado que estatizará el sistema privado de pensiones y subirá los impuestos a los ricos y a las empresas, entre otras medidas intervencionistas. Si lo hace, lo más probable es que la economía chilena crezca muy poco y la frustración colectiva se agrave.
Hay una diferencia muy grande entre Boric y la Concertación de izquierda que gobernó el Chile pos-Pinochet, entre 1990 y el 2010. La Concertación, formada por el Partido Socialista –el de Allende– y el Partido Demócrata Cristiano, entre otros, tuvo la inteligencia de reconocer que el modelo económico heredado de la dictadura, contra el que la Concertación había insurgido, había funcionado, de modo que decidió mantenerlo, perfeccionándolo con una política social más inclusiva. Una izquierda moderna. El resultado fue que Chile creció de manera sostenida a tasas muy altas y se acercó al nivel de un país desarrollado.
Boric, en cambio, surge contra el modelo económico. Expresa el estallido social que se extendió sin respiro entre octubre del 2019 y marzo del 2020, con réplicas posteriores.
¿Cómo se puede entender que el mismo modelo que había generado un crecimiento acelerado y que había permitido que la Concertación de izquierda se mantuviera 20 años seguidos en el poder con alta aprobación popular (retornando incluso después con un segundo gobierno de Michelle Bachelet), haya sido luego objeto de un rechazo tan violento que pareció hundir a Chile en una espiral de autodestrucción?
¿Qué fue lo que cambió el humor nacional de manera tan radical? En parte, la imposibilidad de satisfacer las altas expectativas que el mismo modelo había generado y de pagar las deudas contraídas por las familias para alcanzar esas expectativas, luego de que los ingresos de la amplia clase media que había salido de la pobreza se estancaron o redujeron a raíz de reformas anti-privatistas y “redistributivas” de la segunda Bachelet, que detuvieron la inversión y el crecimiento. Cuando el empleo y los ingresos dejaron de expandirse, o bajaron, les fue difícil a muchas familias pagar los precios altos de algunos fármacos o los préstamos universitarios que los egresados de las universidades públicas habían adquirido para estudiar, por ejemplo.
Sobre esa frustración concreta se montó la “narrativa” de que la causa de ello era un modelo que había agravado la desigualdad y privatizado los servicios públicos favoreciendo los abusos y ganancias de las AFP y de las grandes empresas a costa del pueblo.
Esa posverdad nunca llegó a ser refutada. La derecha generó el crecimiento, pero desertó de la batalla cultural y careció de empatía. La Concertación, que adhirió al modelo de manera vergonzante, no lo defendió. De nada valió que la pobreza se hubiese reducido del 40% en el 2003 al 10,7% en el 2017, engrosando la clase media –que es, precisamente, la que explotó–, ni que la propia desigualdad se hubiese reducido: el índice de Gini bajó de 0,51 en el 2003 a 0,45 en el 2017 (Cepal, Panorama Social de AL, 2018). Y que ese modelo desalmado que generaba crecimiento, pero no solidaridad, hubiese producido el gasto social del Estado más alto de América Latina como porcentaje del PBI (16,1%) (Cepal, p. 118).
Boric va a ser una versión agravada de la segunda Bachelet, que frenó el crecimiento y generó las condiciones materiales para la revuelta. La izquierda –no el modelo– generó las condiciones del estallido y luego se benefició de él. Veremos hasta cuándo.
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