No existe ninguna tradición en la cultura awajún que permita la violación de niñas. Ante las denuncias de casos de violencia sexual en dicha comunidad, el ministro de Educación en un principio sugirió la idea de práctica cultural; ante la indignación ciudadana, reconoció su error. Es bueno que la ciudadanía tenga voz para hacer respetar los derechos fundamentales y que los políticos reconozcan sus errores, también es ocasión para reflexionar sobre el relativismo cultural que se ha usado para justificar abusos contra los derechos humanos.
Habiendo afirmado esto, podemos decir que el relativismo cultural no es una justificación a ninguna acción que atente contra la libertad, la dignidad, el cuerpo o la salud de la persona.
Es un aporte del pionero de la antropología, Franz Boas, el haber entendido que cada cultura tiene que verse desde su propio lente y lógica y, para ello, se promovió el trabajo de campo, al intentar siempre entender el punto de vista de las personas a las que el antropólogo se aproximaba y entender las bases de su percepción del mundo. El peligro siempre ha sido caer en el etnocentrismo; es decir, juzgar a una cultura con los lentes de la cultura del observador. Así se tildaron costumbres distintas como “salvajes”, “atrasadas” o “exóticas” sin entender la lógica de estas. Es común ser etnocéntricos porque todos somos criados dentro de una cultura que consideramos propia y, si no la percibiéramos como adecuada, no la transmitiríamos mediante la educación a la siguiente generación. Sin embargo, esto ha llevado a juzgar a otras culturas dando lugar a conquista, invasión, imposiciones, racismo y una serie de prejuicios sociales que han sido catastróficos para la humanidad. Lo sabemos muy bien en la dura historia de nuestro territorio.
Boas planteaba el relativismo como una forma de aproximarse a una cultura distinta a la del observador y verla desde su propia lógica. Sus primeros escritos fueron quemados en las hogueras de libros promovidos por el régimen nazi. Esto confirmaba algo importante. El relativismo cultural es parte de una metodología para entender sin prejuicios a un grupo humano, pero nunca es una vía para justificar moralmente ninguna acción como lo serían por ejemplo el canibalismo, los sacrificios humanos, la venta de esclavos, la lapidación, la oblación o el matrimonio con menores de edad.
Gracias al avance de las comunicaciones y tal vez un efecto positivo de la globalización, grupos humanos afectados por la tradición cultural de su propia localidad han hecho saber en primera persona de su rechazo a costumbres que son realmente perniciosas y la comunidad internacional se une para evitar lapidaciones públicas, se problematiza el trato diferenciado y abusivo contra las mujeres y se promueve un acceso equitativo a la educación y la salud.
La cultura nunca ha sido estática y es, como toda creación humana, una cadena de excepciones, de revisión constante y un elemento cambiante, caso contrario no existiría así. Nos adaptamos a nuevas circunstancias e incluso en el transcurso de nuestras vidas vemos cómo las generaciones cambian sus modos y costumbres.
No hay en la cultura awajún ningún aspecto que permita la violación de niñas. Lo que sí parece peligroso es esta tendencia bien aferrada en la cultura occidental en la que se normaliza la distancia del Estado hacia las comunidades amazónicas, en la que se normaliza el silencio frente a los abusos.
Definitivamente la cultura occidental es la que debe (debemos) cambiar en cuanto a su tendencia a superioridad moral y posición jerárquica frente a quienes considera diferentes, y su complicidad con diversas formas de poder que vuelven cotidianos actos contra la libertad, el cuerpo, la dignidad, la vida y los derechos fundamentales.