La impostergable necesidad de resolver los desequilibrios monetarios y fiscales generados por décadas de pésimo manejo económico en Argentina determinará los resultados de sus elecciones presidenciales, en un reflejo fiel de la frase “es la economía, estúpido”.
El terreno electoral ha probado ser fértil para la agresividad con la que el anarcocapitalista Javier Milei ha planteado su receta para acabar con la crisis evidenciada en la inflación del 113% en los últimos 12 meses, el alza de casi el 150% del dólar blue en un año y el desplome de los bonos argentinos.
La fórmula con la que el kirchnerismo ha llevado a Argentina a este colapso económico y al 40% de los argentinos a la pobreza ha sido, básicamente, la que nos condujo a nuestra propia ruina en los años 80. El Banco Central de la República Argentina (BCRA) emite pesos para financiar los cada vez más exorbitantes gastos del gobierno, alimentando la inflación y el desplome del peso. Los agentes económicos reaccionan comprando dólares para sacar sus capitales del país y, para evitarlo, el gobierno impone el cepo cambiario. Las barreras minan aún más la confianza y el gobierno no encuentra financiamiento, así que el BCRA imprime más dinero y los controles se hacen más férreos. Un círculo vicioso.
Desesperados por ver cómo sus ingresos y ahorros se diluyen, un 30% de los votantes ha apostado por Milei en las primarias, confiando en que su belicosidad verbal sea un indicador de que no será un nuevo Mauricio Macri, expresidente de centroderecha que no aplicó la receta económica necesaria en el 2015 y aún hoy: recortar el gasto público, evitar que el BCRA alimente la inflación, levantar el cepo cambiario y recuperar la confianza de los inversionistas.
Pero Milei no está prometiendo una remodelación de la institucionalidad económica argentina, sino tirarla abajo. Sus propuestas económicas se resumen en un violento recorte del gasto público –15 puntos del PBI argentino–, la eliminación de ministerios como el de Educación, Salud, Desarrollo Social y Trabajo, “incendiar el banco central” y dolarizar el país; un programa que, como ha mostrado el desplome de los activos argentinos esta semana, los inversionistas dudan que Milei pueda implementar, especialmente sin una mayoría parlamentaria.
Los únicos que coinciden al 100% en que este radical programa es factible y efectivo son los economistas de su equipo y sus apasionados seguidores. El problema es que, en la letra chica del milagro económico que promete Milei, debería decir que la transición será dura para los argentinos. En el mejor de los casos, el costo de acabar con los desequilibrios será una pérdida incluso más huracanada –ojalá temporal– de su capacidad de gasto, despidos masivos en el aparato público, reducción de ayudas estatales, además de afrontar los riesgos que generan las tendencias antidemocráticas del candidato.
No sorprende que Milei surja como opción frente a Patricia Bullrich, del partido de Macri, y Sergio Massa, actual ministro de Economía. Lo que los argentinos deberían tener claro es que, gane quien gane, los problemas generados en décadas no se van a resolver de la noche a la mañana.