Jeff German era un periodista entregado a su oficio. Construía sus fuentes en la calle, perseguía todo indicio hasta el final y se preocupaba porque en Las Vegas, donde ejercía la profesión que amaba, no existiese poderoso libre de escrutinio y de la rendición de cuentas. Hasta los 69 años, hizo su trabajo granjeándose tantos enemigos como admiradores, pero sin dejarse influenciar por ninguno de los dos.

El pasado 2 de setiembre, German fue asesinado a puñaladas en su casa. Las autoridades de Las Vegas apuntan como responsable a Robert Telles, un administrador público del condado de Clark que, en mayo de este año, fue el protagonista de uno de los artículos de Jeff German para el “Las Vegas Review-Journal”. El reportaje, que parece haberle costado la reelección, recogía testimonios de múltiples de sus empleados que lo acusaban de hostigamiento, acoso y de favorecer a una trabajadora con la que habría sostenido una “relación inapropiada”. Rastros de su ADN fueron hallados en las uñas de la víctima y una cámara de vigilancia lo habría captado ‘in flagrante’.

Ya sea frente a mafiosos, empresarios inescrupulosos o funcionarios criminales, German entendía a la perfección la esencia de su trabajo y, por años, se movió a contrapelo de los intereses de personas que, si se lo proponían, podrían haber hecho lo mismo que hoy se le imputa a Telles para sacárselo de encima. Porque el periodismo tiene la obligación de ser una piedra en los zapatos de los poderosos, sobre todo en los de aquellos que han sido elegidos por la ciudadanía para el cargo que ostentan, a pesar de los riesgos que esto puede entrañar.

Pero, así como en el mundo hay colegas que arriesgan sus vidas haciéndole rendir cuentas a delincuentes, tiranos y a regímenes corruptos; hay otros que usan el periodismo como coartada para chuparle las medias, plancharle los calzoncillos y besarle las manos a estos últimos.

Recientemente, en el Perú, esta especie en peligro de reproducción ha sido bautizada como “alternativa” por el gobierno de , su principal promotor y beneficiario. Según el primer ministro Aníbal Torres, esta llega como oposición a la “prensa mercenaria, cínica y corrupta que desinforma”, y ha anunciado que “el Ejecutivo va a trabajar con mayor frecuencia con la prensa alternativa”. Una actitud que ya se refleja en las oportunidades que se les da para participar en las conferencias de prensa del Consejo de Ministros y hasta en entrevistas exclusivas con miembros de esta administración –Castillo incluido–.

A diferencia de los demás medios, que se han ganado el desprecio del Gobierno y su familia por sacar a relucir los indicios de corrupción que los percuden, los “alternativos” han asumido el papel de propagandistas. Ya sea con preguntas como “¿Cómo se siente ver a su familia siendo atacada?” (dirigida al presidente), con elogios librados de dignidad hacia el ‘premier’ (un “alternativo” le dejó saber que estaba “emocionado” por entrevistarlo y que lo consideraba un “abogado magnífico”) o con intentos por hacer que la casa del presidente en Chota sea declarada patrimonio histórico (como reveló “La Encerrona”). En suma, una cachetada al oficio en el que se quieren colar.

Si bien la libertad de expresión incluye la zalamería, no deja de ser preocupante que el Gobierno le de trato preferente a medios que, lejos de buscar que el Ejecutivo rinda cuentas al país, están entregados a amarrarle los zapatos en calles y plazas. Sin duda, una nueva manera de rehuirle a la transparencia y de fingir apertura.

Una afrenta, además, a los verdaderos periodistas que entienden que la prensa no tiene otra alternativa que fiscalizar a los poderosos y que, como Jeff German, llegan a dar la vida por el oficio.

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