Mario Ghibellini

El exitoso empresario ayacuchano merodea desde hace tiempo los suburbios del poder. Antes de las elecciones del 2021 se inscribió en Avanza País y por un momento pareció que integraría la plancha presidencial de ese partido, al lado de Hernando de Soto. Un chispazo de lucidez, sin embargo, lo hizo desistir a última hora. Acompañar a un candidato que tiene problemas para recordar el nombre de la organización que lo ha lanzado no parece ser la más cazurra de las movidas políticas. Desde entonces, de cualquier forma, ha permanecido en el radar de los que sueñan con una postulación unitaria de la brumosa “centro derecha” para el 2026. Y él mismo ha alimentado esa ilusión con respuestas ambiguas sobre sus intenciones de participar en la próxima competencia electoral (un clásico entre los que fantasean con la banda presidencial) y hasta con un ‘spot’ con visos de mensaje a la nación divulgado a fines del año pasado. Esta semana, por último, ha vuelto al centro de la noticia gracias a dos datos que indican que el bicho de la política sigue agitándose en su interior.

–Lejos de Kansas–

Nos referimos, desde luego, a su renuncia a Avanza País y a la revelación de que, de un tiempo a esta parte, ha venido reuniéndose con los dirigentes del . Lo primero, un probable gesto para desmarcarse del meneíto envenenado de la congresista Amuruz; y lo segundo, un aparente esfuerzo por ampliar el universo de las organizaciones que podrían apoyar su eventual candidatura a la presidencia. Sin embargo, mientras el alejamiento del club de los niños perdidos resulta comprensible, el acercamiento a los representantes de la indefinición como doctrina es a todas luces un síntoma de laberintitis.

Desde siempre, en efecto, los morados han tenido dificultades para pronunciarse sostenidamente a favor o en contra de cosa alguna. Todos recordamos las marchas y contramarchas del fondista Julio Guzmán, durante la campaña del 2016, a propósito de si pondría en vigor la ley de consulta previa en un hipotético suyo (en menos de 24 horas, pasó de anunciar “no la vamos a implementar” a proclamar que creía en ella) y las nieblas en las que se envolvía Francisco Sagasti cuando, por ejemplo, tenía que aclarar si Elizabeth Astete, canciller de su gobierno, le informó que pensaba inmunizarse contra el COVID-19 con el “lote extra” de vacunas de Sinopharm antes de hacerlo. No por gusto tanta militancia morada ha desertado en los últimos meses y años, al punto de que hoy podría confundirse al remanente con una cuadrilla de cargadores del anda del Señor de los Milagros.

Alarmado por las reacciones alérgicas que han despertado sus charlas con los voceros de la referida tienda política, Añaños se ha apresurado a recitar aquello de “conversar no es pactar”. Y, claro, tiene razón: conversar es solo el acto previo a pactar… Pero su motivación principal, no lo olvidemos, es generalmente llegar a lo segundo. Por lo que sus intentos de persuadir a la opinión pública de que solo estaba tomándose un cafecito con los morados están condenados al fracaso.

De más está decir que el señor Añaños, como cualquier ciudadano, tiene derecho a reunirse a intercambiar figuritas con quien se le antoje, pero quienes observan su proceder político tienen derecho también a opinar sobre las consecuencias de tales reuniones. Y en esta pequeña columna, tenemos la impresión de que lo único que ha conseguido con esas citas es lucir desorientado: el menos sentador de los aspectos para alguien que pretendería convertirse en el líder de un sector apreciable del electorado, cuando faltan apenas dos años para acudir a las urnas. Como Dorothy en “El Mago de Oz”, el empresario que coquetea con el poder parece haberse dado repentina cuenta de que ya no está en Kansas y avanza con pasos inciertos por una ruta en la que una multitud de hombres de paja amenaza con sumársele al menor descuido.

Sus orígenes modestos y provincianos, su dominio del quechua, su probado empuje en el mundo de los negocios y su limpia trayectoria profesional son por cierto ingredientes ideales para alzarse como la cabeza de una opción de gobierno que enarbole los valores del esfuerzo individual, la libertad en todos los terrenos y la claridad programática. Pero ‘ideales’ no es sinónimo de ‘suficientes’. Otros candidatos presidenciales con varios de esos atributos han pasado ya por Palacio con los resultados que conocemos. Quienes pudieran sentir hoy el impulso de respaldar una eventual postulación suya, en consecuencia, deberían preguntarle antes: “¿a dónde vamos, Añaños?” Porque si no tiene la presencia de ánimo para hacer lo que hace falta para salir de la degradación política y económica que estamos viviendo, mejor saberlo desde ahora.


–Purple Haze–

¿Está dispuesto, por ejemplo, a buscar una reforma de la legislación laboral que rige en el país para hacer más fáciles la contratación y el despido? ¿Está decidido a librar una batalla definitiva para sacar adelante los proyectos mineros que realmente harían una diferencia, como Conga o Tía María? A juzgar por la selección de sus últimos contertulios, no. Porque morada es la chicha, morada la mazamorra y morada también la confusión ideológica que nubla su camino.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es Periodista